En 1960, cuenta la
historia, John Steinbeck salió a reconectarse con Estados Unidos (¡Americah!):
se hizo adaptar una pickup como casa rodante, a la que bautizó Rocinante, la
cargó de comida y bebida, subió a su perro Charley y salió a la ruta. El
resultado es Travels with Charley. In
Search of America, una bitácora de viaje acusada de ser poco veraz pero
definitivamente interesante de leer, por lo que cuenta, por tener una mirada de
una persona como Steinbeck de los EE.UU. de comienzos de los 60, al borde de la
gran hecatombe que se avecinaba, y porque el muchacho sabía escribir, claro.
Steinbeck, que ya
tenía casi 60 años, salió “a tratar de redescubrir esta tierra monstruosa” (p.
4). Lo es, en primer lugar, en sentido físico: no termina nunca. “Y de pronto
Estados Unidos devino increíblemente gigante e imposible de cruzar. Me pregunté
cómo carajo me había involucrado en un proyecto que no podía completarse. Era
como empezar a escribir una novela” (p. 19). Y es así: Estados Unidos es
interminable, como aprendí una vez que hice un viaje desde el sur de Florida
hasta Colorado, unos 3.500 kilómetros. Steinbeck habría hecho algo así como
15.000, cubriendo a largos rasgos la frontera del país: de Nueva York al norte,
de allí al oeste hasta el Pacífico; paralelo en dirección sur hasta el final de
California, y de allí al este (Texas, el Sur) y luego al norte hasta Nueva
York.
Steinbeck nota
cuánto han cambiado ya las cosas, a veces con más optimismo, otras pareciendo el
viejo de los Simpsons que le grita a las nubes. Por ejemplo, discute la pérdida
de los acentos regionales, menciona la relativa igualdad de género y cuestiona
la moral laxa, que todo lo perdona, del psicoanálisis: “Es práctica habitual
ahora, al menos en las grandes ciudades, escuchar de nuestro sacerdocio
psiquiátrico que los pecados no son realmente pecados sino accidentes puestos
en movimientos por fuerzas fuera de nuestro control.” (p. 71). También tiene
percepciones sobre el decaimiento de las ciudades y el ambiente natural
degradado: “En el pasado hemos sido obligados a cambiar a pesar de nuestras
reticencias por el clima, las calamidades y las plagas. Ahora la presión viene
de nuestro propio éxito biológico como especie. Hemos vencido a todos los
enemigos menos a nosotros mismos” (p. 178).
Donde más se
acerca a ver los cambios que se avecinan es al llegar al Sur. “Enfrentaba al
Sur con pavor. Acá, sabía, había dolor y confusión y todos los resultados
maniáticos del desconcierto y el miedo. Y como el Sur es una extremidad de la
nación, su dolor se propaga hacia todos los Estados Unidos.” (p. 220).
Steinbeck llega a New Orleans en medio de la crisis por la desegregación de las escuelas, y es testigo de cómo señoras blancas de clase media (las
“Cheerleaders”) se oponen presentándose para vociferar e insultar a una pobre
chiquita negra que quiere entrar a la escuela. (Imaginar a los 10 energúmenos
que putean al jugador rival que va a patear un córner, pero 50 señoras gordas
contra una chiquita de 12 años). A modo de conclusión, dice: “sí sé que es un
lugar con problemas y un pueblo atrapado en un lío. Y sé que la solución,
cuando llegue, no será fácil ni sencilla.” (p. 248) Claramente, eso resultó una
subestimación: la hoguera de los 60 fue espectacular, con el movimiento por los
derechos civiles, Vietnam, Watergate y demás. Y los debates actuales, entre el
critical race theory, el liberalismo tradicional y el conservadurismo renovado
parecen decirnos que no existe tal cosa como una “solución” posible. Aquí
también, aunque Steinbeck no lo dice, EE.UU. es una tierra monstruosa.
¿Entonces? Hacia
el final, Steinbeck dice que “Sería agradable poder decir de mis viajes con
Charley ‘salí a buscar la verdad sobre mi país y la encontré’” (p. 189) pero
quizás tal cosa no es posible. “La realidad externa se las ingenia para no ser,
al final de cuentas, tan externa. Esta tierra monstruosa, esta la más poderosa
de las naciones, este engendro del futuro, termina siendo el macrocosmos del
microcosmos yo.” (p. 189) Steinbeck habla de una identidad americana como “una
cosa exacta y comprobable” (p. 190) aunque más adelante también lo pone en
duda: “gradualmente comencé a sentir que los americanos existen, que realmente
tienen características generalizadas a pesar de sus estados, su situación
social o financiera, su educación, sus convicciones religiosas o políticas
(...) Pero cuanto más inspeccionaba esta imagen americana, menos seguro estaba
respecto de qué es” (p. 219-220). De nuevo, no son palabras de Steinbeck, pero
esta es la tercera manera en la que es una tierra monstruosa, en esa paradójica
mezcla de diversidad universal y uniformidad. (Dice al comienzo Steinbeck que
“Cuando tengamos estas autopistas en todo el país, como tendremos y debemos
tener, será posible manejar de New York a California sin ver una sola cosa.” -
p. 82. Y hoy eso es verdad: sin ver una sola cosa que no sea una cadena, un
Marriott, un McDonalds, un Dunkin’ y una Exxon, como vi yo en aquel viaje hecho
casi exclusivamente por interstates.)
¿Y entonces?
Steinbeck se pregunta por sus fellow Americans, se pregunta por el hombre, se
pregunta por él, y viaja con un perro, Charley, sobre el que tiene varios
comentarios interesantes a lo largo del libro. Su comentario sobre las
Cheerleaders, casi una cita a Diógenes, incluye esto: “He visto una mirada en
los ojos de los perros, una mirada de asombrado desprecio que desaparece
rápidamente, y estoy convencido de que los perros básicamente piensan que los
humanos están de la cabeza.” (p. 244)
Otra cita que es
también un recordatorio a mí mismo
“The next passage
in my journey is a love affair. I am in love with Montana. For other states I
have admiration, respect, recognition, even some affection, but with Montana it
is love, and it’s difficult to analyze love when you’re in it.” / “El próximo pasaje
de mi viaje es una historia de amor. Estoy enamorado de Montana. Para otros
estados tengo admiración, respecto, reconocimiento, incluso algo de afecto,
pero con Monatana es amor, y es difícil analizar el amor cuando estás dentro de
él.” (p. 143).
Originales de las
citas usadas
“to try to
rediscover this monster land” (p. 4).
“And suddenly the
United States became huge beyond belief and impossible ever to cross. I
wondered how in hell I’d got myself mixed up in a project that couldn’t be
carried out. It was like starting to write a novel.” (p. 19).
“It is our
practice now, at least in the large cities, to find from our psychiatric
priesthood that our sins aren’t really sins at all but accidents that are set
in motion by forces beyond our control.” (p. 71).
“We have in the
past been forced into reluctant change by weather, calamity, and plague. Now
the pressure comes from our biologic success as a species. We have overcome all
enemies but ourselves.” (p. 178).
“I faced the South
with dread. Here, I knew, were pain and confusion and all the manic results of
bewilderment and fear. And the South being a limb of the nation, its pain
spreads out to all America.” (p. 220).
“But I do know it
is a troubled place and a people caught in a jam. And I know that the solution
when it arrives will not be easy or simple.” (p. 248).
“It would be
pleasant to be able to say of my travels with Charley, “I went out to find the
truth about my country and I found it.” (p. 189).
“External reality
has a way of being not so external after all. This monster of a land, this
mightiest of nations, this spawn of the future, turns out to be the macrocosm
of microcosm me.” (p. 189).
“gradually I began
to feel that the Americans exist, that they really do have generalized
characteristics regardless of their states, their social and financial status,
their education, their religious, and their political convictions. (...) But
the more I inspected this American image, the less sure I became of what it
is.” (p. 219-220).
“When we get these
thruways across the whole country, as we will and must, it will be possible to
drive from New York to California without seeing a single thing.” (p. 82).
“I’ve seen a look in dogs’ eyes, a quickly vanishing look of amazed contempt, and I am convinced that basically dogs think humans are nuts.” (p. 244).
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