lunes, 26 de junio de 2023

Esa tierra monstruosa

 


En 1960, cuenta la historia, John Steinbeck salió a reconectarse con Estados Unidos (¡Americah!): se hizo adaptar una pickup como casa rodante, a la que bautizó Rocinante, la cargó de comida y bebida, subió a su perro Charley y salió a la ruta. El resultado es Travels with Charley. In Search of America, una bitácora de viaje acusada de ser poco veraz pero definitivamente interesante de leer, por lo que cuenta, por tener una mirada de una persona como Steinbeck de los EE.UU. de comienzos de los 60, al borde de la gran hecatombe que se avecinaba, y porque el muchacho sabía escribir, claro.

Steinbeck, que ya tenía casi 60 años, salió “a tratar de redescubrir esta tierra monstruosa” (p. 4). Lo es, en primer lugar, en sentido físico: no termina nunca. “Y de pronto Estados Unidos devino increíblemente gigante e imposible de cruzar. Me pregunté cómo carajo me había involucrado en un proyecto que no podía completarse. Era como empezar a escribir una novela” (p. 19). Y es así: Estados Unidos es interminable, como aprendí una vez que hice un viaje desde el sur de Florida hasta Colorado, unos 3.500 kilómetros. Steinbeck habría hecho algo así como 15.000, cubriendo a largos rasgos la frontera del país: de Nueva York al norte, de allí al oeste hasta el Pacífico; paralelo en dirección sur hasta el final de California, y de allí al este (Texas, el Sur) y luego al norte hasta Nueva York.

Steinbeck nota cuánto han cambiado ya las cosas, a veces con más optimismo, otras pareciendo el viejo de los Simpsons que le grita a las nubes. Por ejemplo, discute la pérdida de los acentos regionales, menciona la relativa igualdad de género y cuestiona la moral laxa, que todo lo perdona, del psicoanálisis: “Es práctica habitual ahora, al menos en las grandes ciudades, escuchar de nuestro sacerdocio psiquiátrico que los pecados no son realmente pecados sino accidentes puestos en movimientos por fuerzas fuera de nuestro control.” (p. 71). También tiene percepciones sobre el decaimiento de las ciudades y el ambiente natural degradado: “En el pasado hemos sido obligados a cambiar a pesar de nuestras reticencias por el clima, las calamidades y las plagas. Ahora la presión viene de nuestro propio éxito biológico como especie. Hemos vencido a todos los enemigos menos a nosotros mismos” (p. 178).

Donde más se acerca a ver los cambios que se avecinan es al llegar al Sur. “Enfrentaba al Sur con pavor. Acá, sabía, había dolor y confusión y todos los resultados maniáticos del desconcierto y el miedo. Y como el Sur es una extremidad de la nación, su dolor se propaga hacia todos los Estados Unidos.” (p. 220). Steinbeck llega a New Orleans en medio de la crisis por la desegregación de las escuelas, y es testigo de cómo señoras blancas de clase media (las “Cheerleaders”) se oponen presentándose para vociferar e insultar a una pobre chiquita negra que quiere entrar a la escuela. (Imaginar a los 10 energúmenos que putean al jugador rival que va a patear un córner, pero 50 señoras gordas contra una chiquita de 12 años). A modo de conclusión, dice: “sí sé que es un lugar con problemas y un pueblo atrapado en un lío. Y sé que la solución, cuando llegue, no será fácil ni sencilla.” (p. 248) Claramente, eso resultó una subestimación: la hoguera de los 60 fue espectacular, con el movimiento por los derechos civiles, Vietnam, Watergate y demás. Y los debates actuales, entre el critical race theory, el liberalismo tradicional y el conservadurismo renovado parecen decirnos que no existe tal cosa como una “solución” posible. Aquí también, aunque Steinbeck no lo dice, EE.UU. es una tierra monstruosa.

¿Entonces? Hacia el final, Steinbeck dice que “Sería agradable poder decir de mis viajes con Charley ‘salí a buscar la verdad sobre mi país y la encontré’” (p. 189) pero quizás tal cosa no es posible. “La realidad externa se las ingenia para no ser, al final de cuentas, tan externa. Esta tierra monstruosa, esta la más poderosa de las naciones, este engendro del futuro, termina siendo el macrocosmos del microcosmos yo.” (p. 189) Steinbeck habla de una identidad americana como “una cosa exacta y comprobable” (p. 190) aunque más adelante también lo pone en duda: “gradualmente comencé a sentir que los americanos existen, que realmente tienen características generalizadas a pesar de sus estados, su situación social o financiera, su educación, sus convicciones religiosas o políticas (...) Pero cuanto más inspeccionaba esta imagen americana, menos seguro estaba respecto de qué es” (p. 219-220). De nuevo, no son palabras de Steinbeck, pero esta es la tercera manera en la que es una tierra monstruosa, en esa paradójica mezcla de diversidad universal y uniformidad. (Dice al comienzo Steinbeck que “Cuando tengamos estas autopistas en todo el país, como tendremos y debemos tener, será posible manejar de New York a California sin ver una sola cosa.” - p. 82. Y hoy eso es verdad: sin ver una sola cosa que no sea una cadena, un Marriott, un McDonalds, un Dunkin’ y una Exxon, como vi yo en aquel viaje hecho casi exclusivamente por interstates.)

¿Y entonces? Steinbeck se pregunta por sus fellow Americans, se pregunta por el hombre, se pregunta por él, y viaja con un perro, Charley, sobre el que tiene varios comentarios interesantes a lo largo del libro. Su comentario sobre las Cheerleaders, casi una cita a Diógenes, incluye esto: “He visto una mirada en los ojos de los perros, una mirada de asombrado desprecio que desaparece rápidamente, y estoy convencido de que los perros básicamente piensan que los humanos están de la cabeza.” (p. 244)

 

Otra cita que es también un recordatorio a mí mismo

“The next passage in my journey is a love affair. I am in love with Montana. For other states I have admiration, respect, recognition, even some affection, but with Montana it is love, and it’s difficult to analyze love when you’re in it.” / “El próximo pasaje de mi viaje es una historia de amor. Estoy enamorado de Montana. Para otros estados tengo admiración, respecto, reconocimiento, incluso algo de afecto, pero con Monatana es amor, y es difícil analizar el amor cuando estás dentro de él.” (p. 143).

 

Originales de las citas usadas

“to try to rediscover this monster land” (p. 4).

“And suddenly the United States became huge beyond belief and impossible ever to cross. I wondered how in hell I’d got myself mixed up in a project that couldn’t be carried out. It was like starting to write a novel.” (p. 19).

“It is our practice now, at least in the large cities, to find from our psychiatric priesthood that our sins aren’t really sins at all but accidents that are set in motion by forces beyond our control.” (p. 71).

“We have in the past been forced into reluctant change by weather, calamity, and plague. Now the pressure comes from our biologic success as a species. We have overcome all enemies but ourselves.” (p. 178).

“I faced the South with dread. Here, I knew, were pain and confusion and all the manic results of bewilderment and fear. And the South being a limb of the nation, its pain spreads out to all America.” (p. 220).

“But I do know it is a troubled place and a people caught in a jam. And I know that the solution when it arrives will not be easy or simple.” (p. 248).

“It would be pleasant to be able to say of my travels with Charley, “I went out to find the truth about my country and I found it.” (p. 189).

“External reality has a way of being not so external after all. This monster of a land, this mightiest of nations, this spawn of the future, turns out to be the macrocosm of microcosm me.” (p. 189).

“gradually I began to feel that the Americans exist, that they really do have generalized characteristics regardless of their states, their social and financial status, their education, their religious, and their political convictions. (...) But the more I inspected this American image, the less sure I became of what it is.” (p. 219-220).

“When we get these thruways across the whole country, as we will and must, it will be possible to drive from New York to California without seeing a single thing.” (p. 82).

“I’ve seen a look in dogs’ eyes, a quickly vanishing look of amazed contempt, and I am convinced that basically dogs think humans are nuts.” (p. 244).

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