Volví a leer, después de mucho tiempo, Brave New World, de Aldous Huxley. Es un libro rarísimo. En una primera lectura parece sencillo, pero creo que si profundizás un poco te das cuenta de que es mucho más complejo, menos claro.
Para
quienes no lo tengan en la cabeza, la historia es más o menos así. Estamos en el
año 2540 y el mundo es totalmente nuevo. La sociedad antigua, regida por la
ciencia y la industrialización, terminó en una guerra que hizo reconsiderar
todo. Aunque no nos explican cómo sucedió, sabemos que hay un estado mundial,
con diez controladores burocráticos: no hay política. Su lema es comunidad,
identidad, estabilidad, pero su objetivo es sobre todo la estabilidad. La población
se redujo a 2.000 millones de personas, y la reproducción humana ya no es
sexual, sino toda in vitro, con un condicionamiento genético y
psicológico totalmente controlado que crea un sistema de castas perfecto donde
todos hacen lo que quieren y nadie quiere lo que no puede hacer: se trabaja
poco y se promueve y se espera el consumismo y la promiscuidad sexual. Lo
colectivo es todo, el individuo nada. Y cuando algo falla está soma, una
droga sintética perfecta que es repartida por este estado mundial. En teoría,
todos deberían estar satisfechos, pero para quienes mantienen algún atisbo de
individualidad hay no cárceles o campos de concentración, sino islas alejadas
en donde pueden ir con toda su neurosis, que parece haber sido desterrada para todos menos algunos pocos.
Es un mundo
feliz. El título es una traducción de un parlamento de Miranda en La Tempestad,
de Shakespere quien, viendo a extraños por primera vez llegar a su isla
alejada, dice: “O wonder! / How many goodly creatures are there here! How
beauteous mankind is! / O, brave new world / That has such people in ’t!” Vi
traducciones donde se pone “gran mundo nuevo”, “espléndido
mundo nuevo” y hasta “valiente mundo nuevo”, pero nunca feliz. ¿Está bien? ¿Está
mal? Se pierde la alusión a Shakespeare, pero no está mal porque la felicidad
es, en teoría, el objetivo y el éxito del estado mundial.
Pero claro,
pasaron cosas. En este contexto Huxley pone una trama en la que ese mundo se choca
con un remanente de los viejos tiempos. Un remanente raro, porque en una
reserva indígena hay un tipo que es hijo de dos personas que estaban de visita desde
el nuevo mundo y que fue criado allá, a la antigua, con una madre, pero rodeado
de indígenas. John no era ni de acá ni de allá. Y se crio con una copia de las
obras completas de Shakespeare, que moldean un poco su personalidad, más del
viejo mundo que del nuevo. La trama no es mucha cosa –ningún personaje tiene mucho
arco narrativo– y ni siquiera es claro quién es el personaje principal, tanto
que el libro no parece una novela, o falla como novela. Pero igual uno quiere
leer para ver qué pasa con ese mundo.
La forma
tampoco es muy especial. En general, es un libro sobre explicado, donde me
cuentan mucho en vez de mostrarme cosas; y no tiene una poética especial, con
un lenguaje quizás más de ensayo que de ficción. Y sí, a veces es un poco
aburrida y los personajes son planos, sin que uno se pueda identificar demasiado
con ellos. Sí tiene, a mi humilde entender, dos momentos narrativos más fuertes,
en los dos momentos climáticos, y en ambos el personaje principal es Shakespeare.
En el capítulo XIII John insulta a otro personaje usando todas citas del bardo;
y en el capítulo final cavila de la misma manera sobre el sentido de la vida y
de la muerte. No sólo es interesante y bello, y no sólo me dio ganas de leer
todo Shakespeare: también es un comentario de cuánto importa el lenguaje en la
forma que pensamos y sentimos.
Así y todo,
sigue siendo un libro interesante y, hasta cierto punto, vigente. Publicado en
1932, Huxley lo escribió contra muchas cosas a la vez, y a veces de forma
contradictoria: lo escribió contra los valores victorianos, pero también contra
el consumismo, la vulgaridad y la mentalidad de grupo que vio en su viaje a EE.
UU. en 1926; está escrito contra el mundo científico-industrial que deja al
hombre sin posibilidad creativa, “la máquina”, incluyendo acá los esfuerzos
soviéticos por industrializarse; contra la eugenesia y la propaganda
totalitaria. Aunque muchas de estas cosas suenan viejas, están también vigentes:
la propaganda se llama redes sociales, la máquina se llama inteligencia
artificial, etc.
Hay utopías
y distopías que se plantean claramente como tales, aunque hay algunas utopías
planteadas como utopías (empezando por la propia Utopía de More) que
otros pueden pensar distópicas. Mi impresión es que Huxley no sabía. Como dice Margaret
Atwood en la introducción a mi copia: Brave New World es “o bien una
utopía mundial perfecta o su opuesto desagradable, una distopía, dependiendo de
tu punto de vista”. Y en la otra introducción Henry Bradshaw dice que
probablemente el mismo Huxley “no estaba seguro en su propia mente si estaba
escribiendo una sátira, una profecía o un plan” (p. xxiv). Cuando vemos las posibilidades
tecnológicas hoy, desde la genética hasta la IA, es posible ver un mundo no tan
distinto a este, como así también mundos mucho peores que este. Casi cien años
después, con todas sus fallas como novela, Brave New World sigue dando
mucho que pensar.
Originales
‘either a perfect
world utopia or its nasty opposite, a dystopia, depending on your point of
view’ (p. ix).
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