La primera ver que leí 1984 yo era
adolescente y no lo pude terminar; no pude pasar las escenas de tortura. La
segunda vez, que no recuerdo cuando fue, me impresionaron las ideas, la
capacidad de mostrar con tanta claridad a través de una novela todo lo que está
mal en un régimen totalitario. La tercera vez, que fue estos días –más bien
diría que la tercera y la cuarta, porque lo releí hace unos meses y lo repasé
la semana pasada para el taller de novelas distópicas– me impresionó lo bien
escrito que está. Orwell, de quien leímos en este blog Animal Farm y Keep the Aspidistra Flying,
escribía muy bien.
En 1984, como muchos sabrán, Orwell
inventa un mundo en el que hay tres super estados totalitarios permanentemente
en guerra. Uno de ellos, el que incluye a Inglaterra, está dominado por el
Partido, IngSoc, o Socialismo Inglés, que controla prácticamente todo. La
novela retrata la rebelión totalmente insignificante y fallida de un hombre
bastante insignificante y fallido, Winston Smith, rebelión que sabemos desde el
primer momento que está destinada a fracasar estrepitosamente. Así y todo, la
novela nos atrapa, y nos sorprende el nivel, la forma y la completitud de ese
fracaso.
El primer párrafo fija el tono: “Era un luminoso
día frío de abril y los relojes marcaban las tres. Winston Smith, su pera hociqueando
su pecho intentando escapar al viento vil, se escurrió rápidamente por las
puertas de vidrio de las Mansiones de la Victoria, pero sin la suficiente
velocidad para prevenir que un remolino de polvo entrara junto con él” (p. 3).
De ahí en más, la descripción de la vida de Londres bajo un régimen soviético
será permanentemente oscura. Como dice Gregory Claeys en su Dystopia. A NaturalHistory, “Pocos autores retratan la miseria como Orwell” (p. 410). Una de mis
preferidas es la descripción del horripilante Gin Victoria: “Winston agarró su
taza de gin, pausó por un instante para juntar valor, y engulló la sustancia de
gusto oleoso. Después parpadear hasta sacar de sus ojos las lágrimas descubrió
de pronto que tenía hambre” (p. 53).
Por momentos es un libro realmente
deprimente, pero hay señales no menores de que no toda esperanza está perdida.
Y lo que es importante recordar es que Orwell no escribió esto como una profecía,
sino como una advertencia. Algo como esto puede ocurrir en prácticamente
cualquier lado si aceptamos la mentira, las restricciones a las libertades de prensa
y expresión y si descartamos la importancia del sentido común y la decencia. En
ese sentido, cumple con unos de los objetivos más loables de la novela
distópica, el de abrir los ojos antes los peligros que la humanidad supone para
sí misma.
Originales de las citas
“It was a bright cold day in April, and the
clocks were striking thirteen. Winston Smith, his chin nuzzled into his breast
in an effort to escape the vile wind, slipped quickly through the glass doors
of Victory Mansions, though not quickly enough to prevent a swirl of gritty
dust from entering along with him” (p. 3).
“Few
writers do squalor better than Orwell” (p. 410).
“Winston
took up his mug of gin, paused for an instant to collect his nerve, and gulped
the oily-tasting stuff down. When he had winked the tears out of his eyes he
suddenly discovered that he was hungry.” (p. 53)
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