Tengo una relación afectiva con Crónicas
canallas, el libro de Santiago Llach sobre un equipo que vuelve a primera,
sobre ser papá, sobre la pasión futbolística y sobre ser hijo.
Santiago empezó a postear crónicas del ascenso en Facebook cuando
su equipo empezaba a escalar posiciones en lo que sería finalmente su vuelta a
la A, mientras mi equipo se deslizaba hacia la B. Con Central yo me alegraba
por Santi mientras me entristecía cada vez más con el Rojo. Central subió,
Independiente bajó, y cuando fui a la presentación del libro Santi me dedicó mi
ejemplar: “espero que este libro te haga más leve el tránsito actual.”
En parte es así, en parte sí me ayudó a entender y así separarme
un poco de esta pasión irracional que me había agarrado con el Rojo y su ida a
la B (de lo que hablé en este cuento). El fútbol es un sufrimiento impostado, “es el capítulo masoca de la
industria del entretenimiento. A la cancha no se va sólo a disfrutar de un
espectáculo deportivo: se va a sufrir, a convertir la vida en un drama.” (p.
57) ¿Qué me pasó, que habiendo sido exorcizado del sufrimiento del fútbol,
volví? Ser hincha de fútbol es irracional, y costoso. “A eso se le llama
pasión: al gasto. Una locura, una ilusión, un seguidismo irracional, una fe.”
(p. 117)
En otra parte, el libro no me ayudó nada. Es más, creo que me hizo
todo más doloroso. Parte de lo que explica esas pasiones irracionales es que
ser hincha toca una de las cosas más básicas de nuestra subjetividad: ser hijo y padre. Ser
hincha de fútbol es una herencia, es un mal que te pone tu viejo y que le pasás
a tus hijos, como las cataratas en la familia de mi vieja. En esa línea, más
que las crónicas sobre un equipo, el libro es una exploración sobre la
masculinidad y la paternidad y lo que se transmite de padres varones a hijos
varones. Eso nos genera problemas a todos porque todos tenemos problemas con
nuestros padres; y me genera más problemas porque, con mis tres hijas, tengo
dificultades para transmitir esta masculinidad. Dice el autor que a la cancha
uno va a hacerse hombre (p. 16), y que “Un estadio de fútbol es un templo donde
los hombres hacen eso que sólo hacen ahí, donde se abrazan con sus padres; un
estadio de fútbol es un monumento al afecto y la comunicación torpe entre padres
e hijos varones.” (p. 50), es “una gran fábrica de la masculinidad”. (p. 109)
Yo tengo todo este stock fabricado en el depósito sin mucho
destino. Por eso, entrando a Retiro y apurándome a terminar el libro antes de
que llegue el tren, lloré cuando leí la escena del final. Volviendo de Rosario,
“Volvimos a bajar los tres y nos pusimos a mear, abuelo, padre, hijo, uno a un
par de metros del otro.” (p. 139)
Es un gran libro para los hinchas de fútbol, y es
un gran libro para que quienes no lo son entiendan un poco esa locura. Los sociólogos y los psicólogos pueden escribir muchos tratados sobre el fútbol y la masa y lo
que se les cante, pero ser hincha es algo tan subjetivo que sólo se puede
contar desde la literatura. Crónicas
canallas lo hace con inteligencia,
humor y sensibilidad.
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