Leí El salto de papá, de Martín Sivak, “el
texto del hijo que ha extendido el duelo durante un cuarto de siglo” (p. 301),
y me gustó, aunque menos de lo que parece haberle gustado a otros. Matías Buaso, por
ejemplo, lo pone segundo en su lista de los mejores libros de no ficción de 2017, donde pone primero a uno que me gustó más (el de Julia Moret) y quinto a
otro que también me gustó más (el de Pedro Mairal).
Más allá de los
gustos, El salto de papá es sin duda
un libro muy interesante, básicamente por dos razones. La primera es, por
decirlo así, accesoria al libro, y es que es una entrada muy especial a la
historia argentina desde más o menos 1970 a 1990. Por la vida de Jorge Sivak
pasaron una serie de personajes que hacen a esa Argentina: desde artistas
amigos como Daniel Viglietti, Chico Buarque o Mario Benedetti, a personajes de
la política como Carlos Spadone, Néstor Lorenzo, José Luis Manzano, Fernando Sokolowicz,
Mohamed Alí Seineldín, Bernardo Grinspun, Enrique Gorriarán Merlo, Julio Mera
Figueroa, el general Lanusse y tantos más. A mí, en particular, me parece más
interesante aún porque nací el mismo año que el autor y viví parte de esa
historia; recuerdo tratar de entender, desde afuera, ese “caso Sivak” que
Martín sufría desde adentro. Además, soy hincha del mismo equipo: Bochini fue
un personaje importante de mi niñez también, aunque no lo conocí en esa época;
y estuve en la cancha en un partido contra Racing de Córdoba con incidentes que
recuerda Sivak, por ejemplo.
La otra razón va más
al fondo del asunto: para cualquier hijo es difícil escribir sobre el padre; es
difícil imaginar cuanto más difícil debe ser escribir sobre un padre tan larger than life como Jorge Sivak y
cuanto más aún si ese padre se suicidó. El libro es sobre este hijo y este
padre y también sobre todos los hijos y todos los padres. No es casualidad que
el autor haya empezado a escribirlo cuando nació su propio hijo (“El nacimiento
me tiró por la cabeza la ausencia de mi tío y de mi papá.” - p. 70) Y el
descubrimiento, de alguna manera, que hace el autor es que su padre nunca pudo
lidiar con el propio padre. Entre el mandato paterno y la muerte del hermano,
Jorge Sivak se vio obligado a ser empresario aunque, como le contara al autor
un ex empleado, “A tu papá no le gustaban los negocios. (...) A tu papá le
gustaba la gente, hablar con la gente” (p. 262-263); aunque fuera “un imán para
negocios inviables” (p. 110)
En el libro Martín
hace un poco lo que Jorge no pudo: pensar sobre el padre, quererlo y separarse
a la vez, lo que parece más fácil de lo que verdaderamente es. Hacer esto
requiere siempre algo de valentía, y más en este caso. Por eso, todo lo que no
me gustó del libro resulta bastante secundario si se piensa en el libro como el
proceso mismo en el que el autor está haciendo eso, con honestidad y valentía:
“¿Por qué papá se tiró por la ventana y nos dejó huérfanos? (...) Empecé este
libro con la pretensión candorosa de creer que así cerraría su historia; en
realidad, apenas pude continuar nuestras historias de otra manera.” (p. 300)
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