Leí Acá todavía, de Romina Paula, de quien también leí Agosto, que creo que me
gustó más. Acá todavía es como una instantánea de una chica, Andrea, en un
período muy especial de la vida en el que tiene que decidir de alguna manera si
va a crecer o no, si va a terminar de salir de ese capullo que es la familia de
origen y hacer algo. Las dos grandes preguntas son sobre la pareja (eso que
armamos cuando salimos de eso que se desarma) y la voluntad (eso que hacemos
cuando ya no hay quién nos diga qué hacer). Y creo que las respuestas a ambas
preguntas quedan abiertas, como tiene que ser para una chica de esa edad (y
como es, más o menos, para todos, o al menos para muchos.)
La novela está
dividida en dos partes: “Todavía” y “Acá”. En la primera Andrea acompaña al
padre en el hospital del que no saldrá vivo. Asistimos, así, a la destrucción
final de una familia que ya estaba (casi) rota, como (casi) todas. En la
segunda parte, además de enterrar al padre, hay una especie de proyección pero
que no termina de decidirse. La proyección en una nueva pareja parece artificial:
“Decidir brindarle de repente todo y el tiempo a un perfecto desconocido, a un
advenedizo, un nadie, darle todo porque sí, porque huelan mis partes y las
tuyas, olámonos, chupémonos, lamámonos, ¿qué podía tener eso de tan especial?”
(p. 39)
Andrea nos va
contando su pasado, sus amores o enamoramientos, y la vemos perseguir, a su
manera, otros objetos de deseo. Pero en el fondo la búsqueda es más interna,
como si un otro fuera necesario para encontrarse a uno mismo: “un novio/a, ¿no
es lo más parecido a un interlocutor constante de la propia vida, otro que
acredita que uno, en efecto, está vivo y que, por ende, tiene continuidad?
(...) Todos o la mayoría necesitamos que alguien nos oiga al caer, que diga qué
ruido hicimos, para acreditar que hemos sido.” (p. 133) Ahí la cuestión de la
pareja se liga con la de la voluntad, el deseo de desplegarse en la vida. Algo
que a Andrea le cuesta, que parece no terminar de lograr. Y se pregunta: “el
ambiguo derrotero de la voluntad; ¿es acaso algo de lo que se hace o de lo que
se deja de hacer? ¿Uno consigue que algo suceda emprendiendo acciones que lo
conduzcan hacia la meta, o deseando y atrayendo la meta hacia sí?” (p. 123-124)
Lo notable de la
novela es la mirada de la vida interna de esta chica, con una sensibilidad que
abruma, y con un tono y un sonido extraordinarios. En un momento se torna medio
mágico, sobre todo en la parte uruguaya, que tiene algo del Levrero de la
trilogía involuntaria; pero lo que no para nunca es ese tono íntimo, interior, y
esa pregunta sobre sí misma y sobre cómo salir de ese lugar en que todavía
está. Y un poco así la dejamos a Andrea, que está ahí todavía, basculando, sin
decidirse. Como le dice al hermano: “viste que opino bien, lo único que no
puedo es tener una vida yo, aparentemente.” (p. 130)
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