Leí Para las seis cuerdas,
un conjunto de milongas que Borges pide que leamos imaginando “un hombre que
canturrea, en el umbral de su zaguán o en un almacén, acompañándose con la
guitarra.” (p. 353) No es mucho pedir, nos quiere decir Borges; después de todo:
“Toda lectura implica una colaboración y casi una complicidad.” (p. 353,
prólogo)
Disfruté mucho las
milongas, que terminé de leer un sábado de cuarentena con los últimos rayos de
sol que le llegan oblicuamente en otoño a mi jardín suburbano. Y mientras las
leía iba anotando cosas que se repetían: la presencia de la muerte, de
cuchillos, de caudillos o cuchilleros y de barrios porteños.
Todas las milongas tienen
alguna referencia a la muerte, y muchas relatan una muerte específica: la de un
cuchillero, caudillo o compradito de algún barrio porteño. Un ejemplo es la
“Milonga de Abornoz”: “Un acero entró en el pecho, / ni se le movió la cara; /
Alejo Albornoz murió / como si no le importara.” (p. 373) Otro en la Milonga de
Manuel Flores: “Manuel Flores va a morir. / Eso es moneda corriente; / morir es
una costumbre / que sabe tener la gente”. (p. 374) Otra, “¿Dónde se habrán ido”
es más una reflexión sobre la muerte y la memoria: “El ruin será generoso / y
el flojo será valiente: / No hay cosa como la muerte / para mejorar la gente”.
(p. 357)
En las once milongas hay
referencia a la muerte; en seis de las once referencias a un cuchillo (en dos o
tres hay balazos); y en seis hay referencias a barrios concretos (Retiro,
Balvanera, Triunvirato, Palermo y Maldonado). Quizás el mejor resumen para este
librito sea esta estrofa, de la Milonga para los orientales (p. 370):
“Como los tientos de un lazo
se entrevera nuestra historia,
esa historia de a caballo
que huele a sangre y a gloria”.
Estas milongas son como los tientos de un lazo que se entreveran para contar la historia de cuchilleros porteños.
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