lunes, 13 de abril de 2020

Un árbol donde descansar en un camino interminable


El cerebro, dicen, categoriza. Pone cosas en categorías; la gente es cristiana, atea, judía, musulmana u otra; los libros son novelas, cuentos, poesía, no ficción, etc. El libro de Esteban Serrano, No quiero que te olvides de mí, está en la categoría de ensayos sobre consumos culturales que armó la editorial Indie; pero también está en la de no ficción intimista; en la de libros de mis amigos; en la de libros que leí en taller mientras se estaban escribiendo (como La caja Topper de Nico Gadano). Y en la categoría de libros hermosos, claro; tanto que odio un poco no poder tenerlo en papel.
La colección “Paraíso ordenado” publica ensayos de autores que cuentan cómo influyeron sobre ellos determinados productos culturales. Esteban habla de La sociedad de los poetas muertos, una película de 1989 que movilizó a buena parte de quienes éramos adolescentes por esa época. Pero habla sobre mucho más que eso, en planos superpuestos: se cruza el recuerdo de ver la película en un cine, consumo que obró como catalizador de un duelo no cerrado por el suicidio de su abuelo; la relectura metódica y obsesiva de la misma película por Netflix treinta años después y la misma pregunta y otras preguntas por ese duelo; la reconstrucción del autor de su adolescencia; la mirada del autor sobre su presente; y una reflexión sobre lo que une a aquel hijo con el padre de hoy, es decir, sobre la familia, la paternidad y la transmisión de los mandatos.
El libro está construido en un formato raro, con capítulos muy cortos, cada uno de los cuales comenta tres minutos de la película, va al pasado y vuelve al presente. Esa elección, quizás artificial, le permite a Esteban tener un ritmo muy especial que se mantiene durante todo el libro como una vocecita que no para de hacerse preguntas adentro de su cabeza. Es que Serrano mira con extrañeza su adolescencia, su actualidad y todo eso que pasó en el medio entre aquel adolescente que llora desconsolado en el cine y este padre que trata de entender qué es una familia. En el medio, él mismo fue, por momentos, “ese extra, fuera de foco, en segundo plano, comiendo disimuladamente. Una bolsa de palitos salados Leone, abajo de mi banco.” (l. 246) En el medio, “las decisiones son de otros. ¿Es eso el destino?” (l. 93)
La película se une con la vida del autor al hablar de abuelos, padres e hijos. “Ser padre es complicado, sobre todo cuando nos pasa como le pasa a Mr. Perry, que creemos que se trata demasiado de nosotros mismos.” (l. 142) El Sr. Perry es el padre del suicida; el autor es el nieto del suicida; y el padre de un chico de 13 y de una chica de dieciséis de quien dice “Ya siento que en muchas cosas me ve como un escalón por el que tiene que pasar.” (l. 121) La forma de su reflexión es curiosa porque une la obsesión metódica del formato de los tres minutos con un formato casi psicoanalítico de metáforas que son asociaciones libres. Quizás en el mejor momento del libro, el autor piensa, en medio de una fiesta de cumpleaños, sobre los esquimales viejos que se van a morir solos y termina con una nave espacial: “Mientras se reparten pedazos de torta negra de cumpleaños a diestra y siniestra, en los platitos finos de las ocasiones especiales, pienso que un iglú es como una cápsula espacial. Una cápsula espacial que no va a ningún lado. Y pienso que una familia también es una cápsula espacial pero defectuosa. Sin rumbo y sin instrucciones.” (l. 801)
Consumos culturales como aquella película y como este ensayo ayudan a darle sentido a esa experiencia de ser parte de una familia; no llegan a ser mapas ni manuales, pero quizás sí muletas; o la sombra de un árbol donde descansar en el medio de un viaje interminable desde ningún lado hacia ningún otro lado.

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