domingo, 22 de mayo de 2022

Juntos

 


El año pasado hija#1 leyó para la escuela Animal Farm, de George Orwell, y como el libro andaba por ahí, lo releí después de mucho tiempo. (De Orwell, en este blog escribimos sobre Keep the Aspidistra Flying, que no me gustó mucho; y Homage to Catalonia, que me pareció importante.) Es una maravilla Animal Farm. Es, en primer lugar, una fábula sobre la revolución soviética, pero más en general es un ataque al totalitarismo y una advertencia sobre la fragilidad de la libertad.

Como toda fábula, es en gran medida una caricatura, pero esta es una caricatura que funciona muy bien. Todo arranca con el sueño de que los animales de Manor Farm y de toda Inglaterra puedan vivir mejor, con la utopía planteada por Major (que viene a ser Lenin o el marxismo-leninismo). (De hecho, empieza con una cita casi hobbesiana de Major: “¿cuál es la naturaleza de esta vida nuestra? Enfrentémoslo: nuestras vidas son miserables, laboriosas y breves.” - p. 6).

Luego de la revolución viene una primera etapa de efervescencia revolucionaria, de igualdad y mayor libertad y bienestar para los animales. Pero progresivamente va apareciendo una nueva élite gobernante, siguiendo la ley de hierro de laoligarquía de Robert Michels. Hay una lucha por el control de la revolución que termina ganando el más autoritario y aislacionista (Napoleon/Stalin) contra el supuestamente más democrático e internacionalista (Snowball/Trotsky). La diferencia entre los cerdos (el partido comunista) y el resto de los animales se hace cada vez mayor; aparecen la represión y los servicios de seguridad (los perros), una masa de movilización (las ovejas) y se va apagando el discurso público y creciendo el miedo.

En poco tiempo, pasamos de la libertad y el bienestar al totalitarismo y la pobreza. Las armas son las conocidas: la creación de un enemigo externo (Jones y los humanos) e interno (Snowball); la propagando que pasa desde el eufemismo a la mentira y a la reescritura de la historia; el miedo, el terror, el culto a la personalidad del líder, las purgas internas. A mayor pobreza de los resultados de la revolución, mayor la propaganda o, en términos más actuales, el relato. “Sabían que la vida actual era dura y vacía, que muchas veces tenían hambre y frío, y que casi todo el tiempo que estaban despiertos estaban trabajando. Pero sin dudas antes había sido peor.” (p. 113) Algo peor porque se había creado un relato también sobre aquel pasado tremendo (el “ah, pero Macri” de ellos, digamos). La respuesta de los cerdos: “Había más canciones, más discursos, más procesiones. Napoleon había ordenado que una vez por semana se hiciera una cosa que se llamaría una Manifestación Espontánea.” (p. 115) Y termina como terminan las revoluciones según el pensamiento clásico: en el mismo lugar en que comenzaron, dando toda la vuelta. Los cerdos pasan a caminar en dos patas y Animal Farm vuelve a llamarse Manor Farm.

Animal Farm es una excelente disección del totalitarismo, pero es un riesgo limitarlo a esa interpretación. Es una advertencia sobre la fragilidad de la libertad. En un famoso prólogo a una edición de este mismo libro, conocido como “The Freedom ofthe Press”, Orwell decía que “Intercambiar una ortodoxia por otra no es necesariamente un avance. El enemigo es la mente de gramófono, ya sea que uno esté de acuerdo o no con el disco que esté siendo pasado en el momento.” Animal Farm pasa a ser un alegato para mantenerse vigilante frente a las herramientas del totalitarismo aún cuando sean utilizadas por personas o espacios que uno no podría acusar de ser totalitarios, o al menos no del todo.

Cuando nos hablaban de la genialidad geopolítica de Putin podemos recordar la explicación de Squealer respecto de la postura de Napoleon con el molino de viento: “El parecía oponerse al molino solo como una maniobra para sacarse de encima a Snowball, que era un tipo peligroso y una mala influencia. Ahora que Snowball ya no está más en el camino se puede avanzar en el plan sin que él interfiera. Esto, según Squealer, era algo que se llama táctica.” (p. 58) Cuando te psicopatean diciendo que un beneficio específico a un grupo (que se yo, la protección a una industria ineficiente) en verdad es para tu propio bien aunque no veas los resultados: preocupate. Cuando hay cosas que no se pueden decir (en una época no se podía decir “inflación” o “crisis energética”; en una época los consultores no podían publicar sus estimaciones de la inflación; en una época no podías decir que el Covid-19 no era tan tremendo a riesgo de ser tildado de “negacionista”).

¿Hay una receta para evitar la destrucción de la libertad? Vivimos en un tiempo que parece poco propicio para la libertad. El epílogo de la edición que tengo conmigo, de Russell Baker, es de 1996. Había caído el muro, Fukuyama nos decía que la historia llegaba a su fin, y el epílogo es puro optimismo (en parte por lo que nos puede ayudar la tecnología para desenmascarar totalitarismos). El prólogo de Téa Obreht, de 2020, es más mixto, pero aún mencionando los peligros de la tecnología, parece rescatar sus beneficios al crear “una generación opuesta por su propia constitución a ciertos tipos de silencio.” (p. xvii) Mi lectura hoy es más pesimista: hoy esa generación pide que se silencien muchas cosas, que se prohíban determinadas películas, para no ser ofendidos. ¿Qué hacer? No dejar de hablar; tratar de ser consciente de la mentira; tratar de juntarse con otros. Poder expresarse individualmente en Twitter no es suficiente si no podemos hacer cosas juntos. El poder, como decía Arendt, otra estudiosa del totalitarismo, no es la fuerza; el poder es esa cosa que hacen hombres libres cuando deciden hacer cosas juntos. Juntos.

 

Originales de las citas usadas

“Now, comrades, what is the nature of this life of ours? Let us face it: our lives are miserable, laborious, and short” (p. 6).

 “They knew that life nowadays was harsh and bare, that they were often hungry and often cold, and that they were usually working when they were not asleep. But doubtless it had been worse in the old days” (p. 113)

“There were more songs, more speeches, more processions. Napoleon had commanded that once a week there should be held something called a Spontaneous Demonstration”. (p. 115)

"To exchange one orthodoxy for another is not necessarily an advance. The enemy is the gramophone mind, whether or not one agrees with the record that is being played at the moment."

“He had seemed to oppose the windmill, simply as a manoeuvre to get rid of Snowball, who was a dangerous character and a bad influence. Now that Snowball was out of the waym the plan could go forward without his interference. This, said Squealer, was something called tactics” (p. 58).

“the Internet (...) has ushered in a generation increasingly baffled by the concept of indoor talk, a generation constitutionally opposed to certain kinds of silence.” (p. xvi-xvii).

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