El año pasado hija#1 leyó para la escuela Animal Farm, de George Orwell, y como el libro andaba por ahí, lo releí después de mucho tiempo. (De Orwell, en este blog escribimos sobre Keep the Aspidistra Flying, que no me gustó mucho; y Homage to Catalonia, que me pareció importante.) Es una maravilla Animal Farm. Es, en primer lugar, una fábula sobre la revolución soviética, pero más en general es un ataque al totalitarismo y una advertencia sobre la fragilidad de la libertad.
Como toda fábula,
es en gran medida una caricatura, pero esta es una caricatura que funciona muy
bien. Todo arranca con el sueño de que los animales de Manor Farm y de toda
Inglaterra puedan vivir mejor, con la utopía planteada por Major (que viene a
ser Lenin o el marxismo-leninismo). (De hecho, empieza con una cita casi
hobbesiana de Major: “¿cuál es la naturaleza de esta vida nuestra? Enfrentémoslo:
nuestras vidas son miserables, laboriosas y breves.” - p. 6).
Luego de la
revolución viene una primera etapa de efervescencia revolucionaria, de igualdad
y mayor libertad y bienestar para los animales. Pero progresivamente va
apareciendo una nueva élite gobernante, siguiendo la ley de hierro de laoligarquía de Robert Michels. Hay una lucha por el control de la revolución que
termina ganando el más autoritario y aislacionista (Napoleon/Stalin) contra el
supuestamente más democrático e internacionalista (Snowball/Trotsky). La
diferencia entre los cerdos (el partido comunista) y el resto de los animales
se hace cada vez mayor; aparecen la represión y los servicios de seguridad (los
perros), una masa de movilización (las ovejas) y se va apagando el discurso
público y creciendo el miedo.
En poco tiempo,
pasamos de la libertad y el bienestar al totalitarismo y la pobreza. Las armas
son las conocidas: la creación de un enemigo externo (Jones y los humanos) e
interno (Snowball); la propagando que pasa desde el eufemismo a la mentira y a
la reescritura de la historia; el miedo, el terror, el culto a la personalidad
del líder, las purgas internas. A mayor pobreza de los resultados de la
revolución, mayor la propaganda o, en términos más actuales, el relato. “Sabían
que la vida actual era dura y vacía, que muchas veces tenían hambre y frío, y
que casi todo el tiempo que estaban despiertos estaban trabajando. Pero sin
dudas antes había sido peor.” (p. 113) Algo peor porque se había creado un
relato también sobre aquel pasado tremendo (el “ah, pero Macri” de ellos,
digamos). La respuesta de los cerdos: “Había más canciones, más discursos, más
procesiones. Napoleon había ordenado que una vez por semana se hiciera una cosa
que se llamaría una Manifestación Espontánea.” (p. 115) Y termina como terminan
las revoluciones según el pensamiento clásico: en el mismo lugar en que
comenzaron, dando toda la vuelta. Los cerdos pasan a caminar en dos patas y
Animal Farm vuelve a llamarse Manor Farm.
Animal
Farm es una
excelente disección del totalitarismo, pero es un riesgo limitarlo a esa
interpretación. Es una advertencia sobre la fragilidad de la libertad. En un
famoso prólogo a una edición de este mismo libro, conocido como “The Freedom ofthe Press”, Orwell decía que “Intercambiar una ortodoxia por otra no es
necesariamente un avance. El enemigo es la mente de gramófono, ya sea que uno
esté de acuerdo o no con el disco que esté siendo pasado en el momento.” Animal Farm pasa a ser un alegato para
mantenerse vigilante frente a las herramientas del totalitarismo aún cuando
sean utilizadas por personas o espacios que uno no podría acusar de ser
totalitarios, o al menos no del todo.
Cuando nos
hablaban de la genialidad geopolítica de Putin podemos recordar la explicación
de Squealer respecto de la postura de Napoleon con el molino de viento: “El parecía oponerse al molino solo como una
maniobra para sacarse de encima a Snowball, que era un tipo peligroso y una
mala influencia. Ahora que Snowball ya no está más en el camino se puede
avanzar en el plan sin que él interfiera. Esto, según Squealer, era algo que se
llama táctica.” (p. 58) Cuando te psicopatean diciendo que un beneficio
específico a un grupo (que se yo, la protección a una industria ineficiente) en
verdad es para tu propio bien aunque no veas los resultados: preocupate. Cuando
hay cosas que no se pueden decir (en una época no se podía decir “inflación” o
“crisis energética”; en una época los consultores no podían publicar sus
estimaciones de la inflación; en una época no podías decir que el Covid-19 no
era tan tremendo a riesgo de ser tildado de “negacionista”).
¿Hay una receta
para evitar la destrucción de la libertad? Vivimos en un tiempo que parece poco
propicio para la libertad. El epílogo de la edición que tengo conmigo, de
Russell Baker, es de 1996. Había caído el muro, Fukuyama nos decía que la
historia llegaba a su fin, y el epílogo es puro optimismo (en parte por lo que
nos puede ayudar la tecnología para desenmascarar totalitarismos). El prólogo
de Téa Obreht, de 2020, es más mixto, pero aún mencionando los peligros de la
tecnología, parece rescatar sus beneficios al crear “una generación opuesta por
su propia constitución a ciertos tipos de silencio.” (p. xvii) Mi lectura hoy
es más pesimista: hoy esa generación pide que se silencien muchas cosas, que se
prohíban determinadas películas, para no ser ofendidos. ¿Qué hacer? No dejar de
hablar; tratar de ser consciente de la mentira; tratar de juntarse con otros.
Poder expresarse individualmente en Twitter no es suficiente si no podemos
hacer cosas juntos. El poder, como decía Arendt, otra estudiosa del
totalitarismo, no es la fuerza; el poder es esa cosa que hacen hombres libres
cuando deciden hacer cosas juntos. Juntos.
Originales de las
citas usadas
“Now, comrades, what is the nature of this life of
ours? Let us face it: our lives are miserable, laborious, and short” (p. 6).
“They knew that
life nowadays was harsh and bare, that they were often hungry and often cold,
and that they were usually working when they were not asleep. But doubtless it
had been worse in the old days” (p. 113)
“There were more songs, more speeches, more
processions. Napoleon had commanded that once a week there should be held
something called a Spontaneous Demonstration”. (p. 115)
"To exchange one orthodoxy for another is not
necessarily an advance. The enemy is the gramophone mind, whether or not one
agrees with the record that is being played at the moment."
“He had seemed
to oppose the windmill, simply as a manoeuvre to get rid of Snowball, who was a
dangerous character and a bad influence. Now that Snowball was out of the waym
the plan could go forward without his interference. This, said Squealer, was
something called tactics” (p. 58).
“the Internet (...) has ushered in a generation increasingly
baffled by the concept of indoor talk, a generation constitutionally opposed to
certain kinds of silence.” (p. xvi-xvii).
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