Desde hace semanas no puedo leer.
(- ¿Y eso cómo te hace sentir?
- Culpable, vacío, raro.)
Voy a mi blog y
veo que el último post sobre un libro que realmente disfruté es del 25 de
febrero: Crossroads, de Franzen (crack). Van más de dos meses.
Después vino
Continental Drift, de Russell Banks que… meh. El libro de Spike Lee, muy lindo,
pero un libro más para mirar que para leer. Al Herzog de Saul Bellow lo
abandoné. Y estaba leyendo un libro muy largo de no ficción que retomaré en
algún momento, porque es casi una enciclopedia más que un libro (es una
historia de la relaciones exteriores de EE.UU.).
También leí, un
poco, la última edición de la Kenyon Review, una revista literaria basada en
Gambier, Ohio, a la que me suscribí para participar de un concurso (que no
gané, obvio. La edición de marzo-abril de 2022, que estuve leyendo, tiene un
cuento sobre un autor que pierde siempre concursos: “Annaheim”, de Jennifer
Croft). La edición tiene una mezcla de poemas y relatos de diversos autores.
Ninguno me volvió loco, pero hubo un poema que me gustó mucho: “The Reversal”,
de Leila Chatti (disponible acá), sobre
una chica que probablemente sobrevivió a un intento de suicidio y visita un
lago y ve el mundo al revés,
el cielo abajo
el lago arriba.
Tiene una rima
interna de novice con geese, gansos novicios, que me pareció bella. Hay un
relato, “Butchers”, que me venía gustando hasta que después algo me descolocó,
no recuerdo bien ahora qué. Puede haber
sido enteramente mío el problema, claro.
¿Por qué no puedo leer? Leer requiere estar más quieto de lo que estoy.
La cabeza muy
movida.
Muchos proyectos.
Ruido
interno.
Ausencias que rompen la rutina.
Poniendo orden en
una biblioteca de casa, viendo qué se regala qué se dona qué no
apareció Middlesex de Jeffrey Eugenides, que leí hace casi cinco años.
Lo empecé a leer y
quizás logre engancharme.
Es muy bueno
Eugenides, de quien también leí The Marriage Plot.
Quizás en unas semanas tenemos un nuevo post sobre Middlesex.
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