En 1996, pocos
años después de la caída del Muro -“la medida protectiva anti-fascista” en la
jerga comunista- Anna Funder, australiana de raíces alemanas, estaba en Berlín
haciendo una pasantía y perfeccionando su alemán. Todos querían olvidarse de la
República Democrática Alemana (la RDA), pero Funder se resistía, en parte
guiada por una sensación que sólo puede definir con una palabra compuesta, a la
manera alemana: “solo puedo describirla como horror-romanticismo. Es una
sensación tonta, pero no me la quiero sacar de encima. El romanticismo viene
del sueño del mundo mejor que los comunistas alemanes querían construir desde
las cenizas de su pasado nazi: de cada quien según sus capacidades, a cada
quien de acuerdo a sus necesidades. El horror viene de lo que hicieron en
nombre de ese sueño.” (p. 4)
De esa sensación
surge Stasiland. Stories from Behind the Berlin Wall (2003). Funder relata visitas a museos recién creados sobre la
RDA y entrevista a ex personal de la Stasi y a víctimas de la Stasi y hace una
crónica de su búsqueda por capturar algo de ese pasado que se va. Como le dice
a un compañero de trabajo: “Estuve teniendo Aventuras en Stasiland (...) He
estado en un lugar donde lo que se decía no era real, y donde lo real no estaba
permitido, donde las personas podían desaparecer detrás de puertas cerradas sin
que se volviera a escuchar de ellas, o fueran contrabandeadas a otros mundos.”
(p. 120)
Entre las
víctimas, entrevistó a Miriam, cuya historia estructura el libro. A los 16
años, Miriam hizo unos pequeños afiches de protesta por la demolición de una
iglesia. Fue descubierta y declarada “enemiga del estado”. Fue interrogada
durante 6 horas seguidas durante 10 días seguidos, sin contacto con el
exterior, sin abogado, sin padres (¡a los 16 años!). Tras ser liberada fracasó
por poco en su intento de cruzar el Muro, y fue interrogada nuevamente hasta
que se dio cuenta de que tenía que inventar un grupo de apoyo del escape para
que la soltaran. Funder entrevistó también a Julia, a quien le cerraron puertas
de educación y trabajo por tener un novio extranjero. A Klaus, el Mick Jaggerde la RDA, del Klaus Renft Combo, al que le negaron el permiso para tocar
porque dictaminaron que “ya no existen” (p. 189) Y a Frau Paul, que tuvo un
bebé con complicaciones, atendido en el oeste, y a quien la Stasi quiso obligar
a informar para ellos para permitirle cruzar a verlo.
Funder entrevistó también a ex hombres de la Stasi, a quienes convocó por un aviso clasificado (¡qué antigüedad y tan cerca en el tiempo!). Entrevistó a Herr Winz, quien había trabajado en contra-espionaje en Potsdam; a von Schnitzler, el propagandista de la GDR, quien les decía a los alemanes orientales qué pensar y qué no pensar sobre lo que ocurría en el Oeste (como nos quería decir 6, 7, 8 qué pensar de la Argentina); a Herr Christian, quien había sido degradado por no informar sobre una relación extramarital (no por tenerla, sino por no reportarla); a Hagen Koch, el hombre que pintó la línea sobre la que se construyó el Muro, quien contaba su historia apoyado por fotos sacadas de su propia Caja Topper; a Herr Bock, profesor en la escuela de la Stasi, quien cuenta que los informantes lo eran menos por convicción o dinero que por querer ser alguien; y a Herr Bohnsack, quien había trabajado para la Stasi en desinformación (sobre todo contra Alemania Occidental).
La Stasi, la KGB
de la RDA, tenía más gente que el ejército. Contando sus 97.000 empleados y
173.000 informantes, había un miembro de la Stasi por cada 63 personas. Eso
permitía inmiscuirse en lo más íntimo de las personas, incluso de los propios,
como Herr Christian y Koch (a quien obligaron a divorciarse). “Las relaciones
con las personas estaban condicionadas por el hecho de que uno u otro podía ser
uno de ellos. Todos sospechaban de todos los demás, y la desconfianza que esto
creaba era el cimiento de la existencia social.” (p. 28) Ya de chiquitos,
“vivían con un sentido muy distintivo ‘desde el minuto en que nos
despertábamos’ respecto de qué podía decirse fuera del hogar (muy poco) y qué
podía ser discutido allí (la mayoría de las cosas)” (p. 95).
En unas pocas
entrevistas, Funder logra transmitir cómo esa locura totalitaria terminó
afectando tan profundamente a personas que en otros contextos hubieran sido
personas muy comunes, con las alegrías y los golpes normales de cualquier vida.
Se detiene, además, en el éxito de la empresa totalitaria. Este se ve en la
“ostalgie” -la nostalgia del Este (“ost” en alemán)-. Y se ve en cómo logra el
régimen naturalizar el horror: las víctimas no se reconocen como tales; las
víctimas no se dan cuenta de que los horrores de su vida no son consecuencias
de sus acciones sino de un estado opresivo y tan deshumanizado que buscaba
explotar cualquier sentimiento de humanidad para sus fines políticos,
subvirtiendo en el camino toda noción de verdad y justicia, convirtiendo el
romance en horror.
Cuando fui a
Alemania me sorprendió una y otra vez la candidez para analizar lo peor de su
propia historia. Caminar por Berlín es toparse literalmente con los recuerdosde las víctimas del Holocausto, y muchas otras maneras más de recordar y
reflexionar sobre su pasado. Pero eso se ve mucho más para el primer
totalitarismo vivido, el nazi, que para el segundo, el comunista. Funder se da
cuenta a mitad de camino de su libro de lo que está haciendo: “Estoy haciendo
retratos de personas, de alemanes orientales, de los que ya no habrá más en una
generación. Y estoy haciendo una pintura de una sociedad que está en la falla
geológica entre este y oeste. Esto es trabajar contra el olvido y contra el
tiempo” (p. 147).
Originales de las citas usadas
“This feeling needs a sticklebrick word: I can only
describe it as horror-romance. It’s a dumb feeling, but I don’t want to shake
it. The romance comes from the dream of a better world the German Communists
wanted to build out of the ashes of their Nazi past: from each according to his
abilities, to each according to his needs. The horror comes from what they did
in its name.” (p. 4)
“I’ve been having Adventures in Stasiland (...) I’ve
been in a place where what was said was not real, and what was real was not
allowed, where people disappeared behind doors and were never heard from again,
or were smuggled into other realms.” (p. 120)
“Relations with people were conditioned by the fact
that one or other of you could be one of them. Everyone suspected everyone
else, and the mistrust this bred was the foundation of social existence.” (p.
28)
“they lived with a distinct sense ‘from the minute we
woke up’, of what could be said outside the home (very little), and what could
be discussed in it (most things).” (p. 95)
“I’m making portraits of people, East Germans, of whom
there will be none left in a generation. And I’m painting a picture of a city
on the old fault-line of east and west. This is working against forgetting, and
against time.” (p. 147)
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