Leí La caja Topper, de mi amigo Nicolás
Gadano, y les recomiendo que dejen lo que están haciendo y corran a la librería
más cercana para comprarlo. El planteo es sencillo: un hombre que está más
cerca de los 50 que de los 40 recibe una caja con recuerdos de su madre
recientemente fallecida; son documentos que informan la vida de su madre y su
padre, una pareja de ex montoneros, y de sus hijos, el autor y su hermano. A través de
la indagación consciente, meticulosa, precisa, de esos documentos, el autor se
pregunta por su vida y la de sus padres, y por el propio sentido de la vida.
Aunque es el libro
de una familia marcada por el exilio, no es un libro sobre los setenta.
Obviamente lo que pasó importa, y a veces impacta: “Durante mi primer verano de
vida, mi viejo se pasó cuatro meses de entrenamiento guerrillero en La Habana y
la sierra cubana, mientras su esposa y sus dos hijos lo esperábamos en Buenos
Aires.” (p. 53) O sorprende. A los que vivimos en épocas más pacíficas nos
parece incomprensible que se haya puesto en peligro a hijos en nombre de… ¿de
qué? Porque lo que se pregunta el autor no es tanto “qué nos pasó en la vida”
sino “para qué vivimos”. ¿Para qué se convirtió papá en terrorista? ¿Fue por el
horizonte de una revolución o para evitar el tedio de una vida burguesa? Y de
la vida del padre a la propia; para qué o por qué hacemos lo que hacemos. Por
una esperanza: “Esa esperanza de hacer algo grande y único que me acompaña
desde chico, esa ilusión que es mi motor: jugar al fútbol y ser una estrella;
componer grandes canciones; ser ministro, diputado o senador; escribir un libro
emocionante y perdurable.” (p. 219)
Así, en la
reconstrucción de la historia de sus padres, de su historia familiar, no sólo
se reconstruye la vida ajena sino la propia. Y en esa reconstrucción se busca
darle sentido a la experiencia de vivir. Escribir es un poco eso mismo:
escribir es buscar el sentido de vivir, y buscar el sentido de vivir es vivir.
Esto no es poco común; una gran cantidad de la literatura actual pasa por este
carril. Lo que es original en La caja
Topper, además de la particular historia del autor, es el método: Gadano se enfrenta a
los recuerdos de su madre como un historiador frente a fuentes primarias;
indaga a cada una de esas fuentes con sensibilidad, inteligencia y precisión; y
somete a crítica a cada uno de los personajes que pasan por la caja y por el
libro, hasta a él mismo (por ejemplo: “Me empieza a agarrar bronca con ese Nico
del ‘84.” - p. 151) Gadano se convierte en algo así como un historiador de sí
mismo, lo cual se potencia con la precisión con la que relata cosas que ya no
existen pero que fueron parte de la vida de una generación: cómo se grababa un
cassette para después escucharlo en un walkman, cómo se hacía una llamada
internacional desde las oficinas de Entel de Av. Corrientes y Maipú, cómo se
viajaba por la ciudad antes de Google Maps.
La caja Topper es un libro sensible,
inteligente, emocionante y muchas veces gracioso - aunque en un
momento Gadano le aclara directamente a sus lectores: “No estoy buscando que se
rían” (p. 124) - y armado a través de una estructura de textos breves que lo
convierte en un libro de excelente lectura. Un gran logro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario