Vi Shameless, versión americana, una serie de doce temporadas sobre una familia de pobres blancos en el South Side, el barrio pobre y peligroso de Chicago.
La serie
sigue a los Gallagher, con un pater familiae, Frank, alcohólico y
drogón, vago y psicopatón, aunque en las últimas temporadas lo hacen un poco
menos malo; la madre, Monica, es drogadicta y bipolar y, como la matan antes,
no llegan a hacerla nunca querible como a Frank. Ejerce bastante de madre la
hija mayor, Fiona, sobre todo en las primeras temporadas; y ejerce un poco de
padre, y sobre todo al final, Lip (protagonizado por Jeremy Allen White,
a.k.a., The Bear). Después vienen Ian, pelirrojo, homosexual y bipolar, que se
engancha con Mickey Milkovich, que se dedica al crimen; Carl, de pocas luces,
que al principio es dealer en una esquina y termina siendo policía;
Debbie, pelirroja también gay, pero sobre todo violenta; y finalmente Liam, el
hermano negro, que hacia el final se revela como inteligente y en busca de
conectar con sus raíces negras.
En pocas
palabras, los Gallagher son un quilombo, y en las primeras temporadas es más
visiblemente así. La casa es un descontrol que Lip y Fiona tratan de ordenar
como pueden mientras Frank y Monica aparecen y desaparecen. Un tema habitual,
permanente, de la serie es el de la ley y la moralidad en general. Los
Gallagher mayores están siempre del otro lado. Hacen fraude con la ayuda
social, abusan de sustancias, no se hacen responsables de sus hijos, no
trabajan casi nunca, viven de joda y, de hecho, hasta el final Frank mantiene
que esa es su manera de vivir. Diviértanse más, preocúpense menos, les dice a
sus hijos. Los chicos están más en el borde: Lip y Fiona muchas veces hacen
cosas fuera de la ley, roban incluso, para alimentar a sus hermanos y pagar las
cuentas. Y hasta los policías (un personaje que está en las primeras temporadas
y está medio enamorado de Fiona, y Carl y sus colegas al final) distan mucho de
ser estrictos cumplidores de la ley. La serie un poco te pregunta: ¿no le
tenemos que perdonar a Lip, Fiona y sus hermanos que afanen un poco por lo que
les tocó? ¿Podían ser otra cosa con los padres que les tocaron?
Hasta
quizás la novena temporada, donde tendría que haber terminado la serie, Lip y
Fiona son casi ejemplos paradigmáticos de los que fracasan al triunfar. Los dos
tienen oportunidades reales de armarse vidas mejores: Fiona de armar buenas
relaciones y de hacer buenos negocios; Lip de ir a la universidad, de
graduarse, de laburar en lugares en los que en uno o dos años podría armarse
una vida distinta para él y sus hermanos. Los dos tiran por la borda cada una
de esas oportunidades ellos solitos. Y ahí la serie te parece estar diciendo:
no había otra, no hay salida. Pero en verdad te muestra que están ahí, muy
cerquita… Y volvemos a Frank: al final de la serie, Frank dice, en una carta a
sus hijos, que él vivió como quiso; que esa manera de vivir, sin laburar, sin
cuidar a sus hijos, guiado por el deseo más primario y del día y no por el deber, esa, para él es la
buena vida. Pero sus hijos no; ellos dudan de si ellos mismos se pueden y
quieren gentrificar o no, como se gentrifica su barrio. Los Gallagher hijos son
unos desclasados morales.
Muy pocas
series aguantan más allá de unas pocas temporadas. Para mí, Shameless
aguanta bastante bien hasta la 9. Cambia antes, sin dudas. Las primeras temporadas
son más sórdidas, más directas, más obscenas, mientras que al avanzar se va
domesticando un poco, y busca enganchar más desde el humor. Es lógico, creo que
pasa mucho en otras series. Pero en los doce años pasan muchas cosas con el streaming,
y al ver las últimas temporadas me acordé varias veces de una nota del Economist
que decía, básicamente, que los buenos años del streaming están en
el pasado. Que las mejores series, las que se animaban a hacer cosas que no se
podían hacer ni en el cine ni en la televisión, dieron paso a series más
medidas. Y en Shameless se ve eso: a medida que pasan las primeras
temporadas se va yendo el sexo explícito, las cosas más duras, etc. En esa
línea también se da lo que decía sobre Frank, que al final parece ser perdonado
como un sinvergüenza, un pícaro, cuando al principio se lo pintaba mucho más
como un psicópata dispuesto a cualquier cosa, incluso a hacerle cualquier
maldad a sus hijos, para lograr sus objetivos.
Ligado a esto, la serie tendría que haber terminado en la temporada 9, cuando Fiona decide irse de Chicago y Lip tiene un hijo con su novia Tami. De alguna manera, los dos grandes “héroes”, con sus enormes limitaciones, terminaban un arco narrativo general: Fiona se liberaba del papel de madre que le impusieron sus padres irresponsables, Lip pasaba a ser padre. ¿Les iba a ir bien a uno y al otro? No sabemos, lo podrían haber dejado así; quizás, al final, lo lograban; quizás no. Pero las últimas tres temporadas no tenemos nada extra sobre la vida de Lip y Fiona desaparece sin que aparezca mencionada (salvo en alguna ocasión Frank recordándola de bebé). El público parece estar de acuerdo: tras una primera temporada de 1,03 millones de espectadores promedio, de la 2 a la 8 la vieron entre 1,36 y 1,71 millones; luego cayó de 1,5 en la 8 a 1,04 en la 9, 0,85 en la 10 y 0,58 en la 11.
Yo llegué al final, me divertí por momentos, me aburrí hacia el final, pero llegué a la meta para ver cómo la cerraban: no fue de la mejor manera.
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