Decir que leí La mujer desnuda sería una exageración. Leí entre diez y veinte páginas y ahí la dejé.
Compré el libro en una visita a una librería de la Banda Oriental hace lo que ahora parecen dos o tres décadas pero fueron apenas unos meses. Me lo recomendaron, leí la primera oración, como hago habitualmente, y dije sí, hay una música acá, y lo compré. Ahora no estoy muy seguro de que la música esté; o, si está, quizás es una de esas sinfonías modernas, con sonidos a veces bellos y ritmos indefinidos, melodías elusivas.
Tardé todos esos meses en empezar a leerla. En el medio pasaron muchas cosas pero sigo en el mismo lugar. En un momento lo empezó mi mujer y me lo devolvió al rato con un “no me gustó nada”. Supuse que sería demasiado poético. A ella no le gusta la poesía. Pero yo tampoco la terminé. Ni cerca. La primera línea me pareció genial, hay que decirlo: “El día en que Rebeca Linke cumplió los treinta años, ocurrió lo que ella había venido sufriendo por adelantado desde hacía mucho tiempo atrás: nada.” (p. 11) Después, después todo se me hizo oscuro.
La mujer desnuda fue publicada por primera vez en Montevideo en 1950 con la firma de Armonía Somers, que era en realidad el seudónimo de Armonía Liropeya Etchepare Locino: el nombre real me suena más irreal que el seudónimo; y si hubiera tenido que apostar si el nombre o el apellido eran lo real, hubiera dicho que “Armonía” era más inventado que “Somers”. ¿Pero qué es inventado y qué es real en esta vida?
La mujer desnuda fue, parece, un hito de la literatura (feminista) uruguaya, despertando una gran polémica. Tras su publicación inicial, fue publicada con muchos cambios nuevamente en 1967. La edición que tengo, bastante linda, con buen papel, ilustrada, repone la versión inicial. Dicen que la de 1967 es más misteriosa. No podré decirlo.
Aparentemente, la novela cuenta de una muchacha, Rebeca, que a los 30 se va al campo. Que allí se corta la cabeza, despertando huracanes de sangre. Y luego se pone de nuevo la cabeza, se la pega, y sale a caminar por el bosque con una libertad recién conseguida y comienza acostarse con hombres. Libre, libertad, libre albedrío, son palabras que llegué a leer. También leí esto: “Había entrado en esa choza, es cierto, y había deseado algo, no sabía ya qué, pero tan fuertemente, que casi podría decir que lo había vivido.” (p. 32)
Hace poco terminé un libro de mil páginas que me aburrió y ahora no terminé uno de cien. Esta explicación es plausible: terminé el libro de mil, escribí mi habitual lectura, me pregunté por qué había hecho el esfuerzo de terminarlo, no pude responderme; y el siguiente libro que no me atrapó fue dejado antes de las veinte páginas.
Hay que disfrutar las lecturas. Yo no pude o no supe disfrutar de La mujer desnuda.
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