Leí y disfruté Tiempo muerto, de Margarita García Robayo, una novela corta sobre uno de los temas más habituales de la literatura moderna: un matrimonio en problemas o, más bien, los problemas del matrimonio. No está mal, por supuesto, porque sigue siendo cierto que todas las familias felices son iguales, pero cada pareja es infeliz de una manera única, y en eso, en esa subjetividad, se asienta mucha literatura. Hay un subconjunto de esto que es el de los muchachos, los muchachos que, llegando a los 40 o a los 50, empiezan a desesperar. En ese mundo puede inscribirse incluso una obra publicada por este servidor. Otro gran conjunto es el de las chicas, las chicas que, atravesadas por la maternidad, se dan cuenta de que el tipo que tienen al lado ya no les sirve tanto como antes, o que ellas han sido transformadas radicalmente, o que finalmente ven que ese tipo quiere una madre y que ellas ya tienen suficiente con los hijos de verdad, u otras combinaciones en esta tónica.
En
este caso, García Robayo cuenta la historia de cómo Lucía, ya un poco cansada
de Pablo, se entera de que este era, en pocas palabras, y dicho en otras
palabras por un cardiólogo, “un fiestero de puta madre” (p. 16). Pero detrás de
eso hay algo más importante, la extrañeza entre dos que eran tan cercanos, que
es también un poco la extrañeza frente a la imagen que nos devuelve el espejo
después de algunos años: “Lo raro no son las infidelidades, piensa Lucía; ella
también cometió algunas (...) Lo verdaderamente raro es mirar al otro y
preguntarse quién es, qué hace ahí, en qué momento le cambiaron tanto los
rasgos de la cara.” (p. 49)
García
Robayo cuenta esta historia con humor y con un lenguaje y una estructura
rápida, con capítulos cortos, con idas y venidas en el tiempo y el espacio, de
New Jersey a Miami y Colombia, y con cierto aire caribeño, feliz. Y lo cuenta, también, un poco del lado de Pablo.
Nos llega el punto de vista de Pablo, o quizás lo que Lucía piensa que sería
ese punto de vista: “Antes de parir era la persona más inteligente y más
bondadosa que él conocía, y ahí estaba su falla, pero él no la vio, o no quiso
verla: nadie podía ser las dos cosas en grado superlativo.” (p. 25) ¿No será
Lucía la que se siente transformada por la maternidad? “Pero esa imagen, la de
su mujer y sus hijos acoplados orgánicamente en una especie de mátrix doméstica,
lo perturbaba en un punto de su cabeza que no conseguía aplacar.” (p. 58) No
estoy convencido que esa decisión sea la mejor; quizás el libro ganaría escrito
en primera persona, con una mirada más primaria y sin la defensa de Pablo, pero
en todo caso fue una lectura feliz.
Otras citas agradables
“Tenía
dificultades con las tablas de multiplicar -eso decía una tal miss Fox en el
último informe de la escuela- pero se sabía de memoria los dieciséis números de
la tarjeta de crédito de su mamá” (p. 10).
“dos
hijos constituían la medida perfecta de la maternidad. Más era presuntuoso.
Menos era mezquino” (p. 18).
“el
aire de ese lugar estaba intoxicado. Más que cambiarlo, pensó, habría que
dializarlo” (p. 79).
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