lunes, 12 de agosto de 2024

Intersección


Leí The Bluest Eye, la primera novela publicada por Toni Morrison, allá por 1970. De Morrison leímos acá Beloved, genial y tremenda, y Home, un poco menos dura pero también hermosa. The Bluest Eye es durísima, también, la historia de una chica con todo en su contra: pobre, negra, mujer, fea. La interseccionalidad, se diría hoy.

La historia de Pecola Breedlove es contada principalmente por Claudia MacTeer, una chica que vive con su hermana Frieda, sus padres y un huésped, Mr. Henry. Los MacTeer reciben a Pecola como hogar de tránsito cuando el padre de Pecola, Cholly Breedlove, quema la casa en la que vivía su familia. Ese, sin embargo, no es el drama principal de Pecola. (La novela se cuenta además en parte por una narradora omnisciente y un poquito con textos que serían el discurso de la madre de Claudia, Polly).

La historia de Pecola va hacia atrás, a la infancia tremenda de Cholly, “Abandonado en una pila de basura por su madre, rechazado por un juego de dados por su padre” (p. 160); y a la relación crecientemente violenta de Cholly con la madre de Pecola, Polly, que nació con una leve discapacidad y que trabaja como empleada doméstica para una familia blanca. De esa historia casi parece desprenderse que la vida de Pecola no podría tener amor, sino dolor, tristeza y violencia.

Lo central, igualmente, es la raza, y la asociación de lo lindo y bueno con lo blanco y lo feo y malo con lo negro. Primero nos lo dice Claudia, que se resiste a las muñecas blancas. “Adultos, chicas más grandes, tiendas, revistas, diarios, vidrieras –todo el mundo estaba de acuerdo que lo que toda pequeña niña atesoraba era una muñeca de ojos azules, pelo amarillo y piel rosada” (p. 20) Y lo vemos luego en el cuerpo de Polly y Pecola en una secuencia de menos de dos páginas. Primero el discurso de Polly hablando de Pecola recién nacida (“Yo sabía que’ra fea. Cabeza llena de pelo lindo, pero Dios qué fiera era”, p. 126); y luego nos muestran todo lindo en la casa de los blancos Fisher: “Cuando bañaba a la pequeña niña Fisher era en una bañadera de porcelana con herrajes plateados de los que salían infinitas cantidades de cristalina agua caliente. La secaba en toallas blancas acolchadas y la vestía con su suave ropa de noche” (p. 127).

Poco después, Pecola vivirá su gran drama, tras lo cual le pide al brujo Soaphead tener ojos azules. Pide ojos azules porque ojos azules en su mente significa ser blanca y bella. Y a Soaphead le parece el pedido más lógico que haya escuchado. Ella y todos los demás creen que en su negrura y fealdad está la razón de su drama. Así, a través de la historia de Pecola, Morrison describe lo peor del racismo, y la apropiación por parte de los mismos oprimidos de los valores de los opresores, para decirlo de alguna manera.

The Bluest Eye trata muy bien estos temas y claramente Morrison escribía hermosamente, pero esta es la que menos me gustó de las novelas de Morrison que leí. Hay algo que me suena artificial, demasiado racional o intelectual. Digámoslo así: siento que me cuenta una historia para tratar un tema y no que me cuentan una historia que además me deja una idea. Lo más alto, para mí, es cuando logra relatar lo más bello de las comunidades afro-americanas, como cuando canta la madre de Claudia: “La pena coloreada por los verdes y azules de la voz de mi madre sacaba toda la tristeza de las palabras y me dejaba con la convicción de que el dolor no era sólo soportable, era dulce” (p. 26).

 

Originales de las citas usadas

“In those days, Cholly was truly free. Abandoned in a junk heap by his mother, rejected for a crap game by his father, there was nothing more to lose.” (p. 160).

“I knowed she was ugly. Head full of pretty hair, but Lord she was ugly” (p. 126).

“When she bathed the little Fisher girl, it was in a porcelain tub with silvery taps running infinite quantities of hot, clear water. She dried her in fluffy white towels and put her in cuddly night clothes.” (p. 127).

“Adults, older girls, shops, magazines, newspapers, window signs-all the world had agreed that a blue-eyed, yellow-haired, pink-skinned doll was what every girl treasured.” (p. 20)

“Misery colored by the greens and blues in my mother’s voice took all of the grief out of the words and left me with a conviction that pain was not only endurable, it was sweet.” (p. 26).

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