Es
imposible no hacer una lectura política o social de Beloved, probablemente la novela más reconocida de Toni Morrison,
premio Nobel de Literatura en 1993 (también leí Home). El libro es, sobre todo, un enjuiciamiento total de la
esclavitud en Estados Unidos. Leído en estos momentos de elevada tensión racial
en EE.UU., el libro explica hasta qué punto la brecha tiene algo de insalvable.
Donde más explícito es este juicio es en las palabras de Stamp Paid, un ex esclavo viejo y sabio (quizás, comprensiblemente, en uno de los pocos o quizás el único lugar donde un personaje parece fuera de registro):
"Más allá de los modales, los blancos creían que
debajo de cada piel negra había una jungla. Raudas aguas innavegables, babuinos
gritones hamacándose, víboras dormidas, encías rojas preparadas para su dulce
sangre blanca. Él pensaba que, de cierta manera, tenían razón. (...) Pero no
era la jungla que los negros trajeron con ellos a este lugar desde aquel otro
lugar (vivible). Era la jungla que los blancos plantaron en ellos. Y creció. Se
esparció. Se esparció en, a través y después de la vida, hasta que invadió a
los blancos que la habían creado. Tocó a cada uno de ellos. Los cambió y los
alteró. Los hizo sangrientos, tontos, peores incluso de lo que ellos querían
ser, de lo asustados que estaban de la jungla que habían hecho. El babuino
gritón vivía debajo de su propia piel blanca; las encías rojas eran de ellos
mismos". (p. 234)
Es
imposible no hacer esa lectura política y darse cuenta de que en un punto eso
que está roto nunca podrá unirse, como un Humpty Dumpty, pero ni siquiera,
porque lo único que los había unido en el pasado era la violencia y el horror.
Arrancados de África, sometidos por la violencia, vedados de tener una familia,
convertidos en propiedad de otros hombres, sujetos a ser vendidos, castigados corporalmente, violadas,
ultrajadas hasta convertirlos en capaces de cualquier cosa, de lo peor. Desde lo temático hay también una reflexión sobre el mundo femenino:
la abuela, la nuera, las hijas, las mujeres de la comunidad, la comunión y el
enfrentamiento entre mujeres, entre madres e hijas.
Pero
hay que luchar un poco con quedarse con una mirada exclusivamente o demasiado política
para no olvidarse de la forma y la estructura. En una mezcla que parece
imposible entre Faulkner, García Márquez y Sylvia Plath, Morrison nos regala
una prosa siempre hermosa, que a veces deviene poesía. Y con una estructura
notablemente lograda; voces mezcladas, primeras personas directas, terceras
primeras, diálogos puros, arma una estructura que da vueltas una y otra vez
sobre los temas generales y sobre esta historia particular que ilustra esos temas. Una conversación
entre dos de los personajes principales, Sethe y Paul D, se convierte así en
una metáfora del libro en sí mismo; Sethe le habla a Paul sin dejar de moverse,
dando vueltas alrededor de él: “Lo mareaba. Al principio él pensó que era su
circulación. Dando vueltas alrededor suyo como daba vueltas alrededor del tema.
Vuelta y vuelta, sin cambiar de dirección, lo cual podría haber ayudado a su
cabeza. Después pensó, No, es el sonido de su voz; está demasiado cerca.” (p. 189)
La voz de Morrison, las voces que nos trae, quedan
demasiado cerca y no pueden ser ignoradas.
Originales de las citas
"Whitepeople believed that whatever the manners, under every dark skin was a jungle. Swift unnavigable waters, swinging screaming babboons, sleeping snakes, red gums ready for their sweet white blood. In a way, he thought, they were right. (...) But it wasn't the jungle the blacks brought with them to this place from the other (livable) place. It was the jungle whitefolks planted in them. And it grew. It spread. In, through and after life, it spread, until it invaded the whites who had made it. Touched them every one. Changed and altered them. Made them bloody, silly, worse than even they wanted to be, so scared were they of the jungle they had made. The screaming baboon lived under their own white skin; the red gums were their own." (p. 234)
"It made him dizzy. At first he thought it was her spinning.
Circling him the way she was circling the subject. Round and round, never
changing direction, which might have helped his head. Then he thought, No, it's
the sound of her voice; it's too near." (p. 189)
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