Más de 31 años después, ayer volví a ver a la selección argentina en la cancha. Fue la primera vez desde el 5 de septiembre de 1993. Sí: desde el 0 a 5 con Colombia.
Ese día fui invitado. El papá de mi amigo
Sebastián tenía cinco entradas de cortesía; como la mamá no quiso ir, fuimos el
padre, sus tres hijos y yo. Además del avión, lo que más recuerdo de esa
pesadilla fue cuando ya estábamos en el auto de vuelta a nuestras casas. El
papá de Sebastián, Jorge, dijo: "Bueno... qué bueno que no nos interesa
tanto el fútbol." Se hizo un silencio. Y un ratito después dijo: "uy,
perdón, Fernando."
Yo estaba con una remera de la selección de
manga larga. Unos años antes me había traído un verano de Florianópolis una
remera del Flamengo y después otro amigo de la escuela, Eduardo, que es
brasileño, me ofreció el trueque de la de la selección que tenía él por la mía
del Mengao. Cuando llegué a casa después del 0 a 5, aturdido, me saqué
la remera de manga larga producto de aquel trueque y la colgué del balcón de mi
cuarto en el departamento de mis viejos en Recoleta. Estuvo ahí colgada por
años hasta que le ganamos un partido a Colombia.
En 1993 yo tenía 18 años y era fanático del
fútbol. Hoy tengo 49 y sigo siéndolo. Lo demás cambió casi todo. Ya no voy más
en bondi o con mi viejo a la cancha: mi viejo ya no está, y ahora tengo un
palco en Independiente con amigos y vamos en auto y ya no se puede ir de
visitante. De estudiante del CBC pasé a licenciado y magister con una carrera
azarosa que aún busca su sentido. Pero, sobre todo, como diría @estebanschmidt,
"me cargué una familia". Mi hija mayor tiene hoy la misma edad que
tenía yo el día de aquel 0 a 5, y ayer estaba, con sus dos hermanas y sus
padres, en River.
Desde aquel día muchas veces pensé a ir a ver
a la selección, pero nunca terminaba de decidirme. No es que no sea
"hincha" de la selección. Sigo sus partidos con la misma intensidad
con la que sigo a los de Independiente. ¿Qué me frenaba? Un poco que el
ambiente de cancha de la selección me motiva menos que el más apasionado y
futbolero del fútbol de clubes.
Otro poco esa cancha, la de River, que me
tiene de hijo: como hincha de Independiente, me tocó perder mucho ahí. De
hecho, el único partido que recuerdo haber "ganado" en el Monumental fue
en febrero de 1993, poco antes del 0 a 5. Fue River 0 - Newell's 1 por la Copa Libertadores
(gol del Negro Zamora). Era el Newell's de Bielsa, el de Berizzo, Gamboa, Llop,
el Tata Martino, el Loco Berti y cía. Me acuerdo de que me morí de frío en la
popular visitante, que nos agarró una terrible lluvia y que a la vuelta por
Lidoro Quinteros íbamos con el agua casi hasta la cintura.
Fui a Mar del Plata ida y vuelta en el mismo
día y noche para ver a la generación dorada, hice
viajes enteros para ver básquet y fútbol, pero nunca volví, hasta ayer, a ver a
Argentina. El 0 a 5 era una nube, supongo, una cortina de humo que me impedía
avanzar. Pero el jueves pasado estaba viendo el partido contra Venezuela, el
relator dijo “el martes contra Bolivia en el Monumental” y abrí la computadora
y ahí quedaban entradas. Mis tres hijas me dijeron que sí, que morían por ir,
mi mujer también... y no lo pensé mucho más.
Ayer estaba ahí, quizás en la misma sección en
la que había estado con mi amigo Sebastián y su familia, pero con mi familia, y
con la misma remera de la selección de mangas largas y de dos estrellas. (Sí,
todavía me entra bien). Lo viví todo bastante nervioso, porque así soy, y
porque estaba yendo con tanta mujer a un estadio que no es el de todos los
domingos, porque llegamos mucho más tarde de lo que me hubiera gustado y sí,
porque el 0 a 5 seguía ahí. (De hecho, a la mañana, entrenando, le dije a mi
amigo Diego que iba a ver a Argentina y que era la primera vez desde el 0 a 5 y
me dijo algo así como "llegamos a perder y no podés ir más".)
Después del primer gol me empecé a relajar y
empecé a sonreír. Hacia el final ya no podía dejar de hacerlo. En algún lugar,
porque así también soy, me castigaba por haber sido tan cabeza de termo de no
haber visto a Messi nunca antes, pero bueno, lo vi ayer con sus tres goles. Y a
la bestia del Cuti Romero, a Alexis Mac Allister, que lleva adentro procesadores
y chips de computadoras que todavía no se han inventado, y a todos los demás. Pero
sobre todo, lo que me llevo es una jugada del segundo tiempo donde Messi,
bastante cerca nuestro (nada es cerca en River), recibe una pelota como wing
derecho y la para y gira con un movimiento que no parecía humano. (La imagen
que me vino a la mente es la de un puré que comí una vez, el aligot, que
es algo entre líquido y sólido y que fluye y que cuando lo probás estás en otra
galaxia. Como Messi).
Creo que finalmente puedo enterrar el 0 a 5. Como
creo que la final de Catar enterró, un poco, la de Brasil: pasó más de un año
hasta que un día me di cuenta de que el anterior no había pensado en esa final
perdida. Hoy revivo lo de ayer con emoción por lo que nos une el fútbol y por
todo lo que ha significado y significa en mi vida. Por haberlo compartido con
mis hijas. Por el recuerdo de la final, con mi viejo en la cama, sin entender
que éramos campeones del mundo. En el mismo departamento de Recoleta donde
vimos los goles de Diego contra Inglaterra una tarde de 1986. Donde unos meses
después lo velamos.
La vida sigue, como sigue el fútbol después de
cada derrota, aún la más dolorosa. Lo importante es seguir jugando, siempre,
hasta que no se pueda más.
Precioso texto, una vida girando en la órbita de la caprichosa, abrazo
ResponderEliminarGracias, galeno.
Eliminarhermoso relato Fer, se lo comparto a mi viejo… tenia razon al decir que a vos te interesaba mas el futbol… aunque este año te acompañe en 6 partidos en 2 semanas! :)
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