Siguiendo con el
proyecto de leer toda la Historia Oxford
de EE.UU., leí Empire of Liberty: A
History of the Early Republic, 1789-1815, de Gordon S. Wood. Empire of Liberty es mucho más arduo que
su antecesor, The Glorious Cause: da
más cosas por sentadas, es un poco más teórico, tiene menos casos particulares
o pequeñas biografías que ayudan a anclar ideas en personas de carne y hueso y,
al mismo tiempo, quizás no suficientemente esquematizado para que un lector
amateur se quede con lo principal rápidamente. Quizás, también, porque lo que
tiene para contar es tan extraordinario.
Lo ocurrido en
América del Norte entre 1789 y 1815 es realmente extraordinario. Al comenzar el
período, un país recién nacido de una guerra colonial llevada adelante por un
grupo de colonias con mucho en común pero separadas, quizás tan separadas como Santiago
de Chile, Buenos Aires, Montevideo y el Alto Perú, luchaba por sobrevivir como
país y como república. Y luchaba en un contexto difícil: por un lado, tenía las
presiones de tres grandes estados europeos (Gran Bretaña en Canadá, España en
la Florida y Louisiana, y Francia en Louisiana), y de los americanos nativos en
el Oeste. Por otro lado, esta consolidación nacional y política debía darse en
uno de los contextos ideológicos más convulsionados de la historia a partir de
la Revolución francesa; y en parte por esto último, en un contexto de guerra
permanente. (“Entre 1792 y 1815, excepto por algunos armisticios breves, Europa
estuvo desgarrada por una feroz lucha por la dominación entre la Francia
revolucionaria y después Napoleónica y sus muchos enemigos europeos, especialmente
Gran Bretaña. Se convirtió en la guerra global sostenida más larga de la
historia moderna”. - p. 620)
Extraordinariamente,
el país no sólo sobrevivió y sobrevivió unido y como república, sino que al
mismo tiempo se produjo una profunda democratización. Nada de esto era obvio.
Muchas veces en el período hubo líderes pensando en que sus estados se
separaran de la unión, y “Muchos americanos en la década de 1790 tomaban en
serio la posibilidad de que en EE.UU. se desarrollara algún tipo de monarquía”.
(p. 74)
Tampoco era obvio el
proceso democratizador, el hecho de que el antiguo régimen pasara a ser cosa
del pasado y que todos los americanos fueran iguales por nacimiento. (“Hacia el
comienzo del siglo diecinueve mucho de lo que quedaba de la jerarquía
tradicional del siglo dieciocho estaba derruida - quebrada por cambios sociales
y económicos y justificado por el compromiso republicano a la igualdad.” - p.
347) Esto fue fruto del triunfo de la Ilustración, en gran medida gracias a la
“revolución jeffersoniana”, llevada a cabo irónicamente por un esclavista como
era Jefferson (al igual que Madison y Washington y tantos más). Y también por
el hecho de que “los federalistas inevitablemente capitularon la autoridad
nacional de gobierno sin pelea - y fue su disposición a capitular lo que
permitió que la transición histórica fuera tan pacífica.” (p. 304) Pero sobre
todo por una contingencia: “Que la Revolución Americana ocurriera en el apogeo
de lo que más tarde se conocería como la Ilustración hizo toda la diferencia:
la coincidencia transformó lo que de otra manera hubiera sido una mera rebelión
colonial en un evento histórico global que prometía (...) un futuro nuevo no
sólo para los americanos sino para toda la humanidad.” (p. 37)
Hacia el final del
período, Estados Unidos se había duplicado en tamaño (con la adición de
Louisiana, parte de la Florida y territorios hacia el Oeste) y en población.
Más importante, su sociedad había sido “dramáticamente transformada. Los
americanos, o al menos los del Norte, eran más igualitarios, más emprendedores
y tenían más confianza en sí mismos que en 1789.” (p. 701) Los Estados Unidos
eran el “único faro del republicanismo que permanecía en un mundo completamente
monárquico” (p. 701) y ahora miraba ya no hacia el Este sino al Oeste. Esos
americanos, en una sociedad ahora igualitaria, fueron “la generación que
imaginó el mito del sueño americano” (p. 732) y del “self-made man” (p. 714).
Quedaba en el horizonte, eso sí, un gran conflicto a resolver. “La Guerra Civil
fue el clímax de una tragedia que estaba prefigurada desde los tiempos de la
Revolución. Sólo con la eliminación de la esclavitud podría esta nación, que
Jefferson había llamado ‘la mejor esperanza en el mundo’ para la democracia, al
menos comenzar a satisfacer su gran promesa.” (p. 738) Pero había ocurrido algo
extraordinario, para EE.UU. y para el mundo, que desde entonces tuvo en su menú
de opciones políticas, este invento, hasta entonces inexistente, de una
república democrática y liberal en un territorio amplio.
Originales de las citas usadas
“From 1792 to 1815, except for some brief armistices,
Europe was torn apart by a ferocious struggle for dominance between
revolutionary and later Napoleonic France and her many European enemies,
especially Great Britain. It became the longest sustained global war in modern
history.” (p. 620)
“Many Americans in the 1790s took seriously the
prospect of some sort of monarchy developing in America.” (p. 74)
“By the early nineteenth century much of what remained
of traditional eighteenth-century hierarchy was in shambles—broken by social
and economic changes and justified by the republican commitment to equality.”
(p. 347)
“With no real alternative to the people’s will, the
Federalists inevitably surrendered the national ruling authority in 1801
without a fight—and it was their willingness to surrender that made the
historic transition so peaceful.” (p. 304)
“That the American Revolution occurred at the height
of what later came to be called the Enlightenment made all the difference: the
coincidence transformed what otherwise might have been a mere colonial
rebellion into a world-historical event that promised, as Richard Price and
other foreign liberals pointed out, a new future not just for Americans but for
all humanity.” (p. 37)
“Not only had the United States doubled in size, but
its older eighteenth-century society, especially in the North, had been
dramatically transformed. Americans, or at least the Northerners among them,
were more egalitarian, more enterprising, and more self-confident than they had
been in 1789. (...) the only beacon of republicanism remaining in a thoroughly
monarchical world.” (p. 701)
“These ambitious, risk-taking entrepreneurs, who were
coming into their own by the second decade of the nineteenth century, were the
generation that imagined the myth of the American dream.” (p. 732)
“The Civil War was the climax of a tragedy that was
preordained from the time of the Revolution. Only with the elimination of slavery
could this nation that Jefferson had called ‘the world’s best hope’ for
democracy even begin to fulfill its great promise.” (p. 738)
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