Mi amigo
@cienperros, escritor y dibujante, me prestó Quai D’Orsay. Crónicas
diplomáticas, una novela gráfica de Abel Lanzac y Christophe Blain sobre un
intelectual o escritor, Arthur Vlaminck, que es contratado por el ministro de
Relaciones Exteriores (Alexandre Taillard de Vorms) para escribir sus
discursos.
La novela es
genial, mostrando muchas de las cosas que le pueden pasar a cualquier (más o
menos) intelectual que se incorpora a la política a aportar el fruto de su pensamiento. Lo
que pasa se ve rápidamente: en poco tiempo el pedido inicial del ministro para
que se sume al equipo (“lo necesito a bordo. Le confío lo más importante: ¡el
lenguaje!”) pasa a la sensación, una vez adentro, de que no le presta mucha
atención a sus aportes, que apenas lee lo que le pasa. Nadie como un político
para hacer sentir a otro que es imprescindible cuando no está en su barco y superfluo
cuando ya está a bordo.
Las caricaturas de
los personajes están geniales: el ministro megalómano, expansivo y psicopatón; el jefe de gabinete super-estresado que resuelve todo a pesar de
las equivocaciones del ministro y la inoperancia de los otros funcionarios si tan solo lo dejan trabajar, y que le dice al nuevo escriba: “Usted es el único aquí
que tiene el cerebro más o menos funcional. Los nuestros ya están seriamente
dañados.” Los burócratas que llegan siempre tarde a todo (como le dice el
ministro a un funcionario que le presenta un memo: “Gracias, hombre. Con usted
estamos seguros de ser informados en tiempo real de lo que pasó ayer.”). Los
funcionarios obsesionados por cuidar su pequeña quinta. Y obviamente, el
escritor inseguro, que trata de comprender e interpretar al ministro, a quien
por momentos ve como un genio: es “El ejército de lo irreal. Se inventa tres o
cuatro conceptos sin saber muy bien lo que se va a decir. Y lo repite por
doquier hasta que todo el mundo lo acepte sin comprender exactamente lo que
quiere decir.” “Pero oye, ese tipo es insoportable. Lo que dice es solo humo”,
le dice la novia, y Arthur, sin negar, responde: “Lo curioso es que funciona.
El tío subyuga”.
Efectivamente,
después de un tiempo Arthur ya tiene el cerebro estropeado. Cuando se pone a
trabajar en medio de sus vacaciones, la novia le pregunta si no está exagerando:
“no van a despedirte porque te hayas ido de vacaciones”, le dice; y él responde
“No me van a despedir. Me convertiré en un puto fantasma de ese gabinete.”
Lanzac y Blain nos muestran todo eso mientras nos cuentan una historia de
intriga internacional donde muestran también, con bastante ironía, la difícil
situación de Francia respecto de EE.UU., mezcla de aires de superioridad
intelectual y tradición diplomática con inferioridad estratégica fáctica. Aunque las
novelas gráficas me dejan muchas veces con ganas de más, de ver más en
profundidad a esos personajes, pueden ser muy divertidas y una ayuda para
pensar más en términos de imágenes y diálogos.
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