“Para Fer, que lo
disfrutes y sigas, si es posible, leyéndome”, inscribió en una copia de Veteranos de la guerra del día su autor,
Pablo Ottonello, en @CespedesLibros. Cuando hice mi lectura de su primer libro publicado, Quiero ser artista, dije
que era un “chico del que vamos a leer mucho”. Es imposible hacer una lectura
de un libro de Pablo sin hablar de leer y escribir. Y de él escribiendo y otros
leyéndolo, porque esa es su posición en el mundo. Y está bien: le falta mucho
para llegar a los 40 y ya publicó tres libros (leí dos), tiene por lo menos uno
en track de publicación y quién sabe cuántos más listos para encontrar quién
quiera publicarlos.
El narrador de Veteranos de la guerra del día tiene una
posición parecida, aunque seguramente exagerada. Parece vivir únicamente para
hacer arte de la experiencia. Al entablar una conversación con un veterano
reflexiona: “No voy a perderme un personaje tan singular como este viejo. Pongo
atención, esto puede ser útil.” (p. 119) Esta es su posición en el mundo, una
posición que es en el fondo amoral: sólo le importa el resto del mundo en tanto
él pueda convertirlo en escritura (o en cine). No hay acción de su parte fuera
de eso. Si ve a un chico comiendo colillas de cigarrillos no hace nada para
impedirlo: lo mira, lo registra, para usarlo. Por eso, el libro es por momentos “la historia de la modesta
fortuna de su padre/mi suegro. Me encantan las sagas familiares.” (p. 101) y
por momentos parece un estudio preliminar para hacer esa novela o, mejor, esa
película.
Otra manera de
hablar del libro. Una tapa del sandwich es el comienzo. La primera oración y el
cierre de esa primera sección: “La mejor tecnología es la buena memoria. (...)
Lo mejor es contarme por escrito, más tarde, lo visto y oído. Que por algo
resistió.” (p. 11) La otra tapa del sandwich es la oración del final: “Visto
desde afuera todo es tan simple.” (p. 200) En el medio, el registro de este
narrador sin nombre, un guionista de cine, de una estadía en un hotel termal
junto a la familia de su pareja. El registro de lo visto, lo oído, los olores,
los sabores. El narrador no hace, registra lo que ocurre en ese hotel que es
comparado con un cuartel, un hospital, una cárcel. Hace falta un registro
sutil, compenetrado, desde abajo, antropológico, de observador participante,
para entender los detalles; desde arriba es todo muy simple, desde abajo y
adentro todo es más complejo, menos claro. Así, el libro es una tercera cosa:
ni la historia de esa familia ni los apuntes para ello sino una reflexión sobre
los usos de la literatura como registro y como mecanismo para entender la
complejidad de la vida.
Todo eso está hecho
con inteligencia, con precisión, con una mirada ácida sobre todo lo que ocurre
en ese hotel y sobre cómo vive esa clase alta argentina que se dice clase
media. Y con momentos de belleza, como esa imagen de dos paisanos descansando
sobre el techo de una casa de campo en medio de una inundación: “Se ponían a
tomar mate ahí y a mirar cómo atardecía sobre la llanura inundada.” (p.
131-132) Por todo esto, así como es difícil hablar de los libros de Ottonello
sin pensar en leer y escribir y los usos de la literatura, es difícil también pensar
que no lo vayamos a seguir leyendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario