Hace unos años, mi amigo Andy Anderson
empezó a postear en Facebook diálogos desopilantes con su suegra. Hace unas
semanas, tomando un café, me entregó una de las últimas copias de Los diálogos
impares, un libro donde recoge esos diálogos. Qué buena idea la de publicarlos,
le dije en ese café. Bueno, me respondió, vos fuiste uno de quienes me sugirió que
lo hiciera.
No digo esto para darme méritos. No
era tan difícil identificar que ahí, en la persona de la suegra y en la
relación entre él y ella, había un tema digno de un libro. Si la mitad de lo
que dice Andy en el libro es cierto, estamos frente a un personaje francamente
único. (Y si no lo es, se trata de un personaje literariamente divertidísimo y
verosímil, por lo que, como lector, poco me importa la veracidad.) Lo difícil
era darle a esos diálogos, a ese personaje y a esa relación, una forma que fuera
más allá de un catálogo de anécdotas divertidas; y hacerlo sin salir del
formato básico de diálogos: y Andy lo logra.
Utilizando su expertise de publicista,
Andy logra con un puñado de diálogos retratar a una persona única y darle a
esta historia un formato casi de novela. Los diálogos impares puede leerse como
un Bildungsroman muy particular, en el que el protagonista no es una persona
sino una relación; una relación entre una madre y el novio de su hija, una
relación que comienza tirante y que va creciendo y madurando. Es la novela de
un amor improbable, de una relación que pasa del conflicto puro a la tolerancia
y la comprensión y el amor, y que, como tantos Bildungsroman, tiene que
terminar con la historia de cómo esa historia se convierte en libro.
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