Leí Churchill:
Walking with Destiny, biografía a cargo de Andrew Roberts de uno de los
personajes más notables del siglo XX. En palabras de Roberts: “Resulta tan
improbable que una sola persona haya sido capaz de vivir una vida tan
extraordinaria.” (p. 982) Y es cierto: tuvo acción militar en Sudáfrica, India,
Cuba, las trincheras de la Primera Guerra Mundial, condujo a una de las grandes
potencias en la Segunda y, de yapa, recibió el premio Nobel de Literatura (en
1953). Un hombre, al mismo tiempo, “más extremo y extravagante que sus
contemporáneos” (p. 971) Un personaje único, individual e irrepetible, “uno de
los más grandes individualistas de los tiempos modernos, porque en la vida se
aproximaba a todo como un individuo y no como parte de un grupo” (p. 980).
Escribir esta
biografía parece igualmente improbable y por eso es un logro notable. Porque se
lee extraordinariamente bien y trae al lector vívidamente un mundo que ya no
existe. O dos. Porque, como dice Roberts, “En el año que nació Churchill
[1874], el General Sir Garnet Wolseley firmó un tratado obligando al derrotado
Rey Koffee de los Ashanti a terminar con los sacrificios humanos; en el año que
murió [1965] la nave espacial Gemini V orbitó la Tierra y los Beatles lanzaron
‘Ticket to Ride’.” (p. 966) Me pregunto, entonces, cómo encarar esta lectura.
¿Voy a resumir una biografía de mil páginas? ¿Voy a contar una carrera política
que incluyó pasarse dos veces de un partido a otro, y haber tenido todas las
principales posiciones ministeriales - Armada, Guerra, Interior, Economía -
antes de ser el primer ministro que condujo a Gran Bretaña durante la Segunda
Guerra? ¿Hablar de sus logros como un escritor tremendamente prolífico? (“La
producción de Churchill fue igualmente inmensa. Publicó 6,1 millones de
palabras en treinta y siete libros - más que Shakespeare y Dickens sumados - y
dio cinco millones de palabras en discursos públicos, sin contar su voluminosa
escritura de cartas y memorandos.” - p. 972)
En vez de eso voy a
hacer cuatro comentarios más o menos relacionados.
1. Lo que le
debemos a Churchill. Más allá de todas las críticas que se le pueden hacer,
el mundo occidental, democrático y liberal le debe a Churchill un papel clave
en un momento fundamental de la historia. Logró que Gran Bretaña se mantuviera
en la guerra cuando el nazismo controlaba prácticamente toda Europa y mientras
la Unión Soviética y EE.UU. seguían en paz. “Parte de la genialidad de
Churchill en 1940 fue no solo mantener a Gran Bretaña en la guerra, sino
también infundir al país la creencia en una eventual victoria sin tener ninguna
lógica convincente (...) de cómo podría ocurrir eso.” (p. 604) A Churchill se
lo acusó mucho de falta de juicio, dice Roberts, “Pero cuando se trata de las
tres grandes amenazas que enfrentó la civilización occidental, las del
militarismo prusiano en 1914, la de los nazis en las décadas de 1930 y 1940 y
la del comunismo soviético después de la Segunda Guerra Mundial, el juicio de
Churchill estuvo bien por encima del de las personas que se burlaban del suyo.”
(p. 966)
2. Vivir para
contarla. El segundo comentario es sobre la simbiosis entre el Churchill
historiador y el Churchill actor histórico. Churchill siempre se creyó
destinado a grandes cosas. “El creyó en su destino por lo menos desde los
dieciséis años, cuando le dijo a un amigo que él salvaría a Gran Bretaña de una
invasión extranjera.” (p. 2) “La razón por la cual el Archivo Churchill en la
Universidad de Cambridge es tan extenso es que guardó todo, creyendo desde una
temprana edad que iba a ser un gran hombre que tomaría grandes decisiones en
grandes momentos de la historia de lo que era en ese momento el mayor imperio
de la historia.” (p. 972) Pero Churchill fue un paso más allá; no solo dejó
ordenado el material para que alguien escribiera sobre él, sino que escribió él
mismo la primera versión de la historia que él mismo ayudó a forjar. Mucho
antes del auge de la literatura del yo, Churchill fue un historiador del yo. No
se trata tan solo de que estuviera “actuando escenas de su propio drama,
sabiendo que las contaría a sus lectores” (p. 973), sino que estaba haciendo
historia y redactándola (casi) al mismo tiempo.
3. La importancia
de la lengua. El lenguaje está en el centro de la historia de Churchill; de
Churchill como escritor, obviamente; como político, destacándose como uno de
los más grandes oradores de su época; y de sus ideas, porque es central a su
concepción política la idea de una alianza entre los pueblos de habla inglesa.
Churchill no llegó a ser el orador que fue por casualidad, sino por el
resultado consciente de la búsqueda de un estilo y de un método. Churchill
escribía sus propios discursos, luego los resumía y los practicaba, después de
un trabajo de años para llegar a ese estilo y método. Su pentálogo: “Palabras
bien elegidas; oraciones construidas con cuidado; acumulación de argumentos;
uso de analogías; despliegue de extravaganzas: esos eran los cinco andamios de
la retórica del más grande orador de su época.” (p. 50) La política se hace con
palabras, con persuasión y deliberación. Y surge de la palabra: en las ideas
políticas de Churchill era central el lenguaje. Sus ideas políticas tenían dos
ejes; la “democracia Tory”, un conservadurismo popular con toques del Estado de
Bienestar, y el imperio británico. (“El credo de Disraeli de Imperium et
Libertas y las ideas de su padre de una democracia Tory corrieron durante toda
su carrera” - p. 950.) Y su fe en el imperio estaba íntimamente relacionada con
un pueblo y su lenguaje. “La fe de Churchill en el Imperio Británico no era
solamente política sino espiritual. Siendo escéptico del cristianismo, su credo
era el Imperio. Churchill había creado, fundamentalmente de sus lecturas de los
historiadores Whig, una teoría del progreso histórico que ponía la adopción de
la Magna Carta, la Bill of Rights de 1689, la Constitución Norteamericana y las
instituciones parlamentarias de los pueblos de habla inglesa como el apogeo del
desarrollo civilizatorio”. (p. 977)
4. El biógrafo y
su sujeto. Cuanto más pienso en el libro más notable me parece el logro del
biógrafo, equilibrando las grandes ideas y los grandes movimientos históricos
con el lugar de los grandes personajes. En esa línea, y siguiendo con el
comentario anterior, la alianza entre EE.UU. y Gran Bretaña durante la guerra y
más allá se sustenta, además de en la gran visión, en una relación personal
cimentada en cartas entre Roosevelt y Churchill. Entre 1939 y 1945, Churchill
le envío “1.161 mensajes a Roosevelt y recibió 788 en respuesta, un promedio de
un intercambio cada dos a tres días por el resto de la vida de Roosevelt.” (p.
467) El libro es notable porque el personaje es único, pero también porque el
biógrafo logra un orden y una calidad de escritura impresionantes, lo que te ayuda
a seguir adelante en sus casi mil páginas. Y, también, porque en esas páginas
se desarrolla una relación afectiva entre biógrafo y sujeto. Roberts hace de
Churchill un personaje entrañable, al que le queremos perdonar sus errores y de
quien olvidamos por momentos su responsabilidad en hechos trágicos (por
ejemplo, los bombardeos masivos a ciudades alemanas) y esa también es una de
las razones por las que se convierte en un libro inolvidable, una biografía improbable de una vida inverosímil.
Originales de las citas usadas
“It all seems so improbable that a single person could
have lived such an extraordinary life.” (p. 982)
“In the year Churchill was born, General Sir Garnet
Wolseley signed a treaty forcing the defeated King Koffee of the Ashanti to end
human sacrifice; in the year he died, the spaceship Gemini V orbited the earth
and the Beatles released ‘Ticket to Ride’.” (p. 966)
“Churchill was one of the greatest individualists of
modern times, because he approached everything in life completely as an individual
rather than as part of a group, from the moment he left his officers’ mess in
1899 onwards.” (p. 980)
“Churchill’s written output was similarly immense. He
published 6.1 million words in thirty seven books - more than Shakespeare and
Dickens combined - and delivered five million in public speeches, not counting
his voluminous letter- and memorandum-writing.” (p. 972)
“Part of Churchill’s genius in 1940 was not only
keeping Britain in the war, but infusing the country with a belief in ultimate
victory while having no convincing rationale – apart from a general belief in
bombing – for how it would come about.” (p. 604)
“Churchill’s supposed lack of judgement was hung about
his neck throughout his career, sometimes, as we have seen, with good reason.
Yet when it came to all three of the mortal threats posed to Western
civilization, by the Prussian militarists in 1914, the Nazis in the 1930s and
1940s and Soviet Communism after the Second World War, Churchill’s judgement
stood far above that of the people who had sneered at his.” (p. 966)
“He had believed in his own destiny since at least the
age of sixteen, when he told a friend that he would save Britain from a foreign
invasion.” (p. 2)
“The reason that the Churchill Archive at Cambridge
University is so extensive is that he kept everything, believing from an early
age that he was going to be a great man taking great decisions at great moments
in the history of what was then the greatest empire in history.” (p. 972)
“He was acting out scenes in his own drama, knowing
that he would recount them for readers.” (p. 973)
“Well-chosen words; carefully crafted sentences;
accumulation of argument; use of analogy; deployment of extravagances: those
were the five scaffolds of the rhetoric of the greatest orator of his age.” (p.
50)
“The Disraelian creed of Imperium et Libertas and his
father’s ideas of Tory Democracy ran through his career”. (p. 950)
“Churchill’s belief in the British Empire was not just
political but also spiritual. Sceptical as he was of Christianity, the Empire
was his creed. He had created, largely from his reading of the Whig historians,
a theory of historical progress that put the English-speaking peoples’ adoption
of Magna Carta, the Bill of Rights of 1689, the American Constitution and parliamentary
institutions at the apogee of civilizational development” (p. 977)
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