Leí Moonglow, una novela que no me volvió loco de uno de mis escritores favoritos, Michael Chabon. De Chabon leí (y amé) The Yiddish Policemen’s Union, un policial negro situado en una Alaska colonizada por judíos; Telegraph Avenue, una oda a Oakland y a la música contada a través del encuentro entre personajes negros y judíos; y The Amazing Adventures of Kavalier and Clay, una belleza situada en Nueva York entre 1930 y 1950 que mezcla el amor de Chabon por el cómic con la oposición al nazismo.
Moonglow es una novela planteada como si fueran las memorias que el narrador (Mike) hace de su abuelo, construida principalmente por unos pocos encuentros mientras el nieto y su madre cuidaban de él poco antes de morir, en una casa en la zona de San Francisco. La novela trae algunos elementos ya conocidos del arsenal de temas típicos y obsesiones del autor (temas judíos, el Holocausto) y otros que no conocía (cohetes espaciales, tarot).
Sentado al lado de la cama, Mike escucha a su abuelo contar su historia; y muchos años después, descubre piezas faltantes del rompecabezas para entender más sobre él y, sobre todo, sobre su abuela, lo que lo lleva a escribir el libro con esas fuentes más sus recuerdos y los de su madre. La vida del abuelo fue desde la costa Este hasta la Segunda Guerra Mundial, se acercó al mundo de la conquista del espacio y terminó en Florida. Pero en el medio se dedicó, sobre todo, a tratar infructuosamente de arreglar, como un ingeniero, a su abuela, que había logrado escapar de la Europa de la guerra pero no sin dramáticos efectos sobre su psiquis. (“Desde el principio eso fue parte de lo que lo atrajo de ella: no el hecho de que estuviera rota sino su potencial para ser arreglada y, más aún, el desafío que significaría arreglarla”. (p. 93)
Como decía, no me volvió loco, quizás porque la novela está un poco demasiado desordenada, para mí gusto, en su ida y vuelta en el tiempo y en la vida del abuelo. Pero igual la disfruté mucho por momentos excelentes (por ejemplo, “su pecho tan extenso que podría haber alojado turbinas”, p. 7), porque Chabon es una máquina de fabricar escenas que parecen reales y porque, con todas sus limitaciones, no podés dejar de amar un poco al abuelo: por ejemplo, cuando tiene este diálogo: ‘“Te podrían mandar a la cárcel.” “Estuve en la cárcel,” dijo mi abuelo. “Pude leer un montón.”’ (p. 113). O cuando imaginaba colonizar la luna para ir con su esposa, imaginando que allí habría dos reglas: “En la luna no había capital que moliera al hombre trabajador de la luna. Y en la luna, a 230.000 millas del hedor de la historia, no había locura ni recuerdo de la pérdida.” (p. 86)
Moonglow es triste porque siempre, al final, hay más pérdidas y derrotas. Como dice el abuelo: “Estoy decepcionado en mí mismo. Mi vida. Toda la vida, todo lo que intenté, sólo lo hice por la mitad. Tratás de aprovechar el tiempo que tenés. Eso es lo que te dicen que hagas. Pero cuando sos viejo, mirás para atrás y ves que todo lo que hiciste, con todo ese tiempo, es un desperdicio. Solo tenés una historia de cosas que nunca empezaste o que no pudiste terminar. Cosas por las que peleaste con toda tu alma para construir y que no duraron, o contra las que peleaste con toda tu alma para que desaparecieran y siguen ahí. Estoy avergonzado de mí mismo.” (p. 241) Y por eso, también, lo querés un poco, por lo lejos que siempre estuvo de llegar a la luna.
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