lunes, 2 de marzo de 2020

Ya no sos igual



Leí El otro, el mismo (1964), que Borges define en el prólogo como el preferido entre sus libros de poemas, y decidí hacer una lectura muy personal y más incompleta.
En el “Poema conjetural” (p. 261/262), uno de los poemas más famosos de Borges, el doctor Francisco Laprida, unitario (liberal, gorila), es derrotado por los federales (nacionalistas, peronistas) y enfrenta la muerte. Un hombre que pensó que sería de letras, termina muriendo en batalla (acá Laprida es también Borges, que eligió las letras no sin algo de culpa o de vergüenza). Pero Laprida no se deprime sino que se llena de un “júbilo secreto” porque al fin se encuentra con su “destino sudamericano” al entrar “el íntimo cuchillo” en su garganta.
¿Cuál es el “destino sudamericano”? ¿Que el unitario muera por el federal, que el liberal pierda con el peronista? ¿Destino sudamericano es victoria de la barbarie, bananización de la Argentina? ¿O que de alguna manera se produzca, no una síntesis, sino una representación de la contradicción permanente entre civilización y barbarie? ¿Es el destino argentino repetir cada generación esa contradicción? Si es así, puede haber júbilo en morir representándola. Para Feinmann es esto último, el poema hace de esa contradicción una definición de argentinidad: “El cuchillo de la barbarie completa el rostro del doctor en leyes”. Yo, hoy, lo leo en clave personal: no quiero ser esa contradicción, no quiero vivir en la guerra permanente entre civilización y barbarie (tampoco quiero vivir en la barbarie). Dice Feinmann que Borges leyó (mal) su propio poema más de esta última forma; que “lo escribió cuando ya sentía sobre él la amenaza del peronismo”, y de hecho se publicó justo un mes después del golpe del 4 de junio de 1943 (y en La Nación). Que lo leyó más como muestra de la derrota de un bando que de la permanencia de esa vieja grieta.
En “Sarmiento” (p. 294) quizás hay más apoyo para la versión de Feinmann. El sanjuanino “Es él. Es el testigo de la patria, / el que ve nuestra infamia y nuestra gloria / la luz de Mayo y el horror de Rosas / y el otro horror y los secretos días / del minucioso porvenir.” En “Oda escrita en 1966 (p. 338/339), con su ya famoso “Nadie es la patria, pero todos lo somos” quizás menos: no se ve allí contradicción de dos polos, aunque sí diversidad, empezando, cuando no, por la diversidad entre quienes escriben versos y quienes empuñan espadas. Es verdad que, desde 1943, pasaron una cuantas rondas de este juego, y la historia se repite, como tragedia, como farsa y como cuántas cosas más…
“A quien está leyéndome” da fuerzas para emprender. Dice que somos invulnerables porque ya estamos muertos, que si nos damos cuenta de eso podremos vivir. Me recordó a una escena que amé de la miniserie Brothers in Arms en la que un teniente le dice a un soldado que la única manera de pelear es creer que ya se está muerto. El soldado comienza a pelear. Y poco después muere. Parafraseando a Arendt, los humanos sabemos que vamos a morir, pero no nacimos para eso. Nacimos para hacer cosas. Como nacimos para hacer cosas y como sabemos que moriremos, deberíamos hacer las cosas que queremos hacer y donde queramos hacerlas, porque igual ya estamos muertos.
Amé “Texas”: me llevó a un cruce de Houston a San Antonio, solo, viendo la Pampa de ellos y sintiéndola propia, y queriéndola un poco propia también. Traté de hacer una traducción y la primera versión fue floja y después vi que había una buena, que está acá. También, más borgeanamente, me recordó a lecturas, a los cowboys tardíos de Cormac McCarthy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario