lunes, 12 de junio de 2017

La aldea, el mundo, la gente



Leí Telegraph Avenue, de Michael Chabon, genio de quien leímos Kavalier and Clay y The Yiddish Policemen's Union. Es una novela compleja, larga, complicada y densa que al ser reseñada no puede hacerse con la tranquilidad de un “esta novela es sobre plin plin plin”. Miré dos reseñas antes de ponerme a escribir: Jennifer Egan (a quien leímos acá) dice que es sobre la paternidad y Attica Locke dice que es sobre la inevitabilidad del paso tiempo, aunque en casi toda su reseña habla del tema de la raza. 
Pero hay mucho más. Estos son algunos de los temas a los que Chabon vuelve una y otra vez y que fui anotando en los márgenes: la paternidad; la raza; la música (y especialmente el jazz y la música negra); las parteras y la maternidad; las relaciones de pareja y la distancia emocional entre hombres y mujeres; el entramado social y económico de un barrio; los barrios y sus personalidades colectivas bajo presión por el cambio del capitalismo homogeneizador; el vinilo como soporte musical; los comics; el cine de autor (y de Tarantino en especial); el coleccionismo; el kung fu; el perdón; la ciudad de Oakland; los vínculos entre varones y especialmente entre padres e hijos; la nostalgia. Por ejemplo:
Paternidad. “La paternidad imponía una obligación que era más que tu plata, tu cuerpo o tu tiempo, una presencia que ni es física ni medible por relojes: con final abierto, eterna e invisible, como el compromiso de la gravedad hacia las estrellas.” (p. 10)
Varones y mujeres. “Cada vez que ella le pedía a Archy que le trajera tampones le venía esta expresión a la cara, algo entre la intimidación, como si por un concepto avanzado de teoría cósmica, y pavor, como si el mero contacto con un tampón pudiera causarle que le creciera espontáneamente una vagina.” (p. 56)
Padres e hijos. “Recientemente y de manera inesperada, el cable de fibra óptica entre los continentes Padre e Hijo había sido cortado por la púa de alguna extraña ancla arrastrada.” (p. 90)
Vínculos masculinos: “tu tienda está llena de este tipo de conversación masculina cancherita, mentirosa, sin sentido y perdedora de tiempo desde hace por lo menos sesenta años y contando.” (p. 351)
Maternidad, parto y parteras. “Una mujer parturienta, sin embargo, mientras soporta su trabajo de parto, está en el centro de algo realmente radiante en cuatro dimensiones; todo nacimiento en todos lados, todos los vectores de la evolución y la migración humanas, tienen su origen y su fin en la separación de sus piernas.” (p. 432)
La novela tiene su centro, todos sus vectores tienen su principio y su fin en una tienda de discos viejos de vinilo que es, a su vez, el soporte para un cuadrado de vínculos que estructuran esta novela. Nat, hombre blanco, casado con Aviva, mujer blanca, socia de Gwen, mujer negra, casada con Archy, hombre negro, socio de Nat. Los varones son socios en la vinilería; las mujeres son parteras. Y a partir de esa tienda y ese cuadrado emocional se desarrollan los temas, se construye una catedral, se arregla un coro, se pinta un mundo.
Se lo pinta gloriosamente, aunque no sin momentos de exageración (crítica que le hace Egan y que hizo que me costara mucho el comienzo, hasta que decidí avanzar aunque me perdiera mucho, poquito o nada.) El libro por momentos es difícil de leer, de seguir. Pero de alguna manera lo logra, creo que, básicamente, porque Chabon es un genio, como cuando escribe una oración de 12 páginas en la que vemos al barrio y a casi todos los personajes de la novela en el vuelo de un loro. Chabon tira referencias culturales y metáforas, imágenes y sonidos y sensaciones sin parar. ¿Cuántas entran en estas dos oraciones? “Se peleó con el sillón, resistiendo su invitación a conformar su forma a la armadura de su dolor. El dolor en sí mismo era un tipo de silla, ancho e indulgente, que podría envolverte suavemente en sus alas y después devorarte, apropiarse de vos como de un manojo de monedas.” (p. 205) ¿La cancherea un poco Chabon? Puede ser, pero eso es parte de esa masculinidad cancherita que retrata, esos diálogos Tarantinescos, una suspensión de la verosimilitud que a mí no me molestó sino que me sumó por el lado del humor.
Telegraph Road es una exageración pero así se construye un mundo, un pequeño mundo como puede ser cualquier barrio, cualquier comunidad. Yo creo que al final del día Egan y Locke tienen un poco de razón, que es sobre todo sobre la nostalgia, el paso del tiempo y la paternidad, que siempre están un poco mezcladas. Pero aunque resulte una obviedad, es sobre ser humano en general, sobre ese bicho que sólo puede vivir junto a otros, en comunidades, en barrios, en familias, en amistades. Chabon pinta esa aldea y así pinta al mundo que habitamos: “Se trataba sobre todo del barrio, ese espacio donde el dolor compartido podría ahogarse en una pasión compartida mientras la charla se hacía cada vez más académica y salvaje.” (p. 465)


Citas usadas
“Fathering imposed an obligation that was more than your money, your body, or your time, a presence neither physical nor measurable by clocks: open-ended, eternal, and invisible, like the commitment of gravity to the stars.” (p. 10)
“Whenever she asked Archy to bring her a Tampax, he always got this look on his face, somewhere between intimidation, as by an advanced concept of cosmic theory, and dread, as if mere contact with a tampon might cause him spontaneously to grow a vagina.” (p. 56)
“Recently and unexpectedly, the fiber-optic cable between the continents of Father and Son had been severed by the barb of some mysterious dragging anchor.” (p. 90)
“your store been full of time-wasting, senseless, lying, boastful male conversation for going on sixty years, at least.” (p. 351)
“He fought the armchair, resisting its invitation to conform his frame to its armature of grief. Grief was itself a kind of chair, wide and forgiving, that might enfold you softly in its wings and then devour you, keep you like a pocketful of loose change.” (p. 205)

“It was all about the neighborhood, that space where common sorrow could be drowned in common passion as the talk grew ever more scholarly and wild.” (p. 465)

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