Apuntes para una lectura de El informe de Brodie.
“La intrusa”. Reaparece “el
alcohol pendenciero” (p. 431) en un cuento de dos hermanos toscos que comparten
todo, hasta el amor de una mujer y más allá en un duelo mudo; Caín y Abel
corridos al cuerpo de una mujer, una lealtad que supera cualquier deslealtad.
“El indigno”. Una vez más, la
historia de una traición. Con “Todos nos parecemos a la imagen que tienen de
nosotros.” (p. 437), coquetea con la causalidad reversa. “La amistad no es
menos misteriosa que el amor o que cualquiera de las otras faces de esta confusión
que es la vida.” (p. 438) Reescritura del final de El juguete rabioso de Arlt (dice Betty).
“Historia de Rosendo Juárez”.
Rosendo Juárez, el supuesto cobarde de
“Hombre de la esquina rosada”, cuenta su historia a Borges, a quien
reconoce como quien “ha puesto lo sucedido en una novela”. (p. 440) Cuenta cómo
pasó a ser “matón de comité” una noche (“Esa noche descubrí que no es difícil
matar a un hombre o que lo maten a uno”. - p. 441); cuenta que un día le
recomienda a su amigo Irala no tratar de vengarse contra un tal Aguilera, quien
le “quitó” a la mujer, pero el amigo no le hace caso y Aguilera lo mata. Días
después, Juárez es desafiado por el Corralero pero prefiere no pelear e irse. La
palabra “novela” parece dejar de ser un equívoco: Juárez tiene el arco narrativo
de un héroe de novela.
“El encuentro”. Como en “Juan
Muraña”, objetos inanimados que tienen vida, cuchillos que se apoderan de dos
hombres para completar un duelo que viene de vidas pasadas (dueños pasados),
porque “Las cosas duran más que la gente”. (p. 449) Pero también es el cuento
del narrador: “yo anhelaba que alguien matara, para poder contarlo después y
para recordarlo.” (p. 447) Borges no pelea, Borges escribe, la siempre presente
dualidad de Borges y su genealogía. Y lo que escribe es siempre lo mismo: como
bulleándose a sí mismo, dice que el dueño de casa al mostrar la vitrina de
armas “me refirió su historia, siempre más o menos la misma, con diferencias de
localidades y fechas” (p. 446), como una tabla con los duelos de Para las seis cuerdas.
“Juan Muraña”. Una viuda que
también mata, un muerto que es un cuchillo, un excelente final: “Juan Muraña
fue un hombre que pisó mis calles familiares, que supo lo que saben los
hombres, que conoció el sabor de la muerte y que fue después un cuchillo y
ahora la memoria de un cuchillo y mañana el olvido, el común olvido.” (p. 453)
“La señora mayor”. La última
hija de un héroe de la Independencia cumple 100 años y muere tras los festejos. Esta cita: “las metáforas comunes son las mejores, porque son las únicas verdaderas.” (p.
455/6)
“El duelo” es uno de los pocos
cuentos sin cuchillos. Es un duelo mudo (como el de los Nelson, como el de “Guayaquil”)
entre dos señoras dedicadas a la pintura: “quizás el duelo fue entre las dos y
Marta un instrumento”. (p. 460)
“El otro duelo”. Un duelo de
toda una vida entre dos hombres de campo, Manuel Cardoso y Carmen Silveira,
duelo tan persistente que “Sin sospecharlo, cada uno de los dos se convierten
en esclavo del otro” (p. 465) y que termina, literalmente, con la muerte, en
una carrera de degollados.
“Guayaquil”. Otro duelo, pero
académico o académico-burocrático, en el que dos historiadores compiten por
quien irá a buscar un documento sobre el encuentro de San Martín y Bolívar en
Guayaquil, volviendo a poner en escena aquel duelo, quizás; acá, quizás también,
el dueño de casa pierde sin presentar batalla. En el duelo los duelistas dejan
de ser quienes eran: “ya éramos otros”.
“El evangelio según Marcos”.
Otro relato con tintes mágicos y de (como se dice en “El otro duelo”) “la
entreverada historia de las dos patrias.” (p. 464) Un estudiante de medicina
queda aislado en un campo con la familia del capataz, los Guthrie, devenido los
Gutre por generaciones de americanización (barbarización) en las que pierden el
idioma inglés, el alfabetismo y la religión. El estudiante les lee una y otra
vez el evangelio según Marcos hasta que finalmente los Gutre recrean el
martirio con el estudiante como Jesús.
“El informe de Brodie”. Un
misionero escocés informa sobre una tribu brutal y truculenta, casi sin
lenguaje pero a la que termina redimiendo. La barbarie parece haber triunfado.
¿Cómo llegan los cuentos? A los
narradores se las cuentan otros: “La intrusa” por Santiago Dabove; “El
indigno” por el librero Santiago Fischbein; “Juan Muraña” por Emilio Trápani,
ex compañero de la escuela; “El otro duelo” lo refiere Carlos Reyles. “El encuentro”
es recuerdo del narrador y en “Historia de Rosendo Juárez” se la relata el
propio Juárez. En “Guayaquil” el narrador cuenta una historia propia en primera
persona. “El informe de Brodie” es un manuscrito encontrado en un ejemplar de Las mil y una noches. Solo “La señora
mayor”, “El duelo” y “El evangelio según Marcos” se relatan sin noticias de
dónde surge el relato.
La victoria de la barbarie. Los europeos
aparecen barbarizados por América. Los Nelson devenidos los Nilsen de “La
intrusa”; los Guthrie devenidos los Gutre del Evangelio son como los Yahoos de “El
informe de Brodie”: “no son una nación primitiva sino degenerada”. (p. 484)
Estamos lejos del Borges de “1927, año de promisión”. Irónicamente, los
argentinos son los que la cuentan bien: “el observador imparcial, el
historiador argentino” (en “La señora mayor”, p. 454); “según el testimonio
imparcial de los corresponsables de Buenos Aires” (de “El duelo”, p. 462).
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