Leí Continental Drift, de Russell Banks, que
más que una novela es una denuncia. Una denuncia del sueño americano y, como
tal, perfectamente enmarcada en ese sueño que es la literatura americana, que
está tan a menudo contándonos cómo es que se murió el sueño americano. No me
gustó mucho Continental Drift, pero
me pasaron cosas con la novela y entonces me imagino que esto será largo (y quizás
un poco personal también).
Desde hace muchos
años tengo una lista de autores americanos que llamo, con mucho optimismo, un programa
de lectura. En verdad son dos listas; una es de autores y libros, está
organizada cronológicamente y la armé leyendo algunas fuentes sobre literatura
americana (entradas de Wikipedia, programas universitarios de literatura
americana bajados de internet, etc.). La otra lista solo tiene nombres de
autores, ordenados alfabéticamente, y creo que proviene, toda, de una famosa
entrevista de Roth al New York Times. (La busco ahora y no la encuentro porque me frena el paywall del Times, del que me des-suscribí cuando se hicieron fanáticos de la
cuarentena y perdieron todo interés en la gente de centro). Este programa de
literatura americana es muy laxo; en el medio leo otras cosas, y aparecen otras
líneas de lectura: en un momento, leí mucho mujeres argentinas contemporáneas
(como a mis amigas Lu y Noe); en otro momento, en un programa ligado al de
literatura americana, me puse a leer toda la Oxford History de EE.UU. (empecé por este verdadero librazo); más cerca en el tiempo, y mientras planeaba irme a
vivir fuera de Argentina, me puse a leer Borges, todo Borges (y terminé el tomo 3 con esto). Pero el programa de literatura americana sigue ahí, latente, en un
Google Doc, y cada tanto vuelvo a las listas y elijo un nombre al azar o por
disponibilidad de algún libro.
El azar quiso que
estos días, que me encuentran viviendo en Miami, haya agarrado sin saber una
novela sobre un tipo que un día eligió irse a vivir al sur de la Florida. Fue
azar, como cuando leí Their Eyes Were Watching God sin saber que sería tan floridian. La trama principal de Continental Drift es la historia de Bob Dubois -clase trabajadora,
New Hampshire, alrededor de 40 años- y de cómo un día decide que su vida
(casado con dos hijas, trabajo poco remunerado, una novia, casa, auto y barco
que va pagando en cuotas) no le cierra y levanta todo y muda la familia a
Florida, llevado por las promesas de un hermano aventurero. Al llegar ahí, las
cosas son más difíciles de lo que parecían y demasiado parecidas a lo que eran
en el norte. La trama secundaria de la novela sigue a un grupo de haitianos que
hacen el camino opuesto, de sur a norte, atravesando todo tipo de peligros y
horrores para llegar a cumplir su sueño americano.
Parte de la
historia de Bob Dubois resulta seguramente familiar a cualquiera que haya
decidido partir: “han hecho una cosa terrible y aterradora: han cambiado una
vida por otra, y esta nueva vida es ahora la única que tienen” (p. 60). Más
adelante, Bob decididamente extraña la vieja vida: “Apenas conoce en qué parte
del país está, y ya no recuerda por qué vino aquí, por qué dejó el lugar donde
sabía quién era, sabía qué sentía y por qué, sabía qué sentía sobre la gente
con la que vivía” (p. 142). Pero Banks no quiere contarnos de esta vida, del
sufrimiento de Bob, sino decirnos que el problema es haber hecho el cambio; que
el problema es soñar y animarse a intentar cumplirlo: “Cuanto más intercambia
un hombre su propia vida, la que tiene frente a él y que le llegó por
nacimiento y por los accidentes y las casualidades de la juventud, cuanto más
intercambia de eso a cambio de sueños de una nueva vida, menos poder tiene.”
(p. 314). Y cuando, finalmente, se cruza con los haitianos por una atracción
casi geológica (de ahí el nombre Continental
Drift, Deriva continental), Bob reflexiona
sobre uno de ellos; piensa que el chico llegará a América, que seguramente
logrará lo que quiere, pero “cuando logrés lo que querés, al final resultará
que no era lo que querías, porque siempre valdrá menos que lo que diste para
conseguirlo. En la tierra de los libres, nada está libre de costos” (“In the
land of the free, nothing’s free”.)
Hasta ahí casi que
lo podemos aceptar, porque todo tiene costos; quedarse e irse, comprar y no
comprar, vender y no vender. Pero me molesta que el punto es que Banks dice que
Bob no tenía alternativa, que estaba destinado, como movido por la historia,
igual que los haitianos. ¿Por qué? Porque el sistema, nos dice Banks al final,
está armado así. En un largo rant
(solo traduzco el final pero más abajo copio el original), dice que los haitianos
seguirán viniendo y los Bobs seguirán buscando sueños sin lograr nada más que
enriquecer a los ricos y su libro, entonces, pasa a ser una denuncia: “El
sabotaje y la subversión, entonces, son los objetivos de este libro. Ve, libro
mío, y ayuda a destruir el mundo tal como es” (p. 410). (Posta: termina así,
diciéndole al libro que vaya a cambiar el mundo).
Lo que me molesta
no es solo la ideología (que, por cierto, no comparto). Lo que me molesta es la
literatura como política. Y de vuelta, no es la ideología: tampoco me gustó Atlas Shrugged como novela, en no poca
medida porque es interminable. Yo sé que Bob no existe, que es un personaje de
ficción, pero lo de Banks está suficientemente bien en que logra que yo lo
quiera un poco a Bob, a pesar de todo; a pesar de sus obvias fallas y de una acción
irredimible. Siento que Banks lo usa a Bob, se aprovecha de su pobre vida para
tratar de convencernos de sus ideas, y eso me molesta. Me molesta un poco más
que terminemos hablando de estas cosas en vez de hablar de por qué es que
queremos a Bob; por qué, a pesar de todo, queremos a este pobre Bob y queremos
que, de alguna manera, zafe de ese destino que le armó Banks. Y ahí,
precisamente ahí, es donde me molesta más Continental
Drift: en el país de la libertad no hay libertad, dice Banks; más aún, la
libertad no existe, dice Banks. Lo que más me molesta es el determinismo. Las
vidas de Bob y de los haitianos estaban predestinados, no tienen libertad. Y yo
quiero sentir que Bob podía elegir, que yo puedo elegir. Y no entiendo cómo
puede haber literatura sin libertad.
Originales de
las citas
“they have done a
terrible and frightening thing: they have traded one life for another, and this
new life is now the only one they have.” (p. 60).
“He barely knows
what part of the country he’s in, and he no longer remembers why he came here,
why he left the place where he knew who he was, knew what he felt and why, knew
how he felt about the people he lived with.” (p. 142).
“The more a man
trades off his known life, the one in front of him that came to him by birth
and the accidents and happenstance of youth, the more of that he trades for
dreams of a new life, the less power he has.” (p. 314).
“Bob looks down at
the boy’s black profile, and he thinks, You’ll get to America, all right, kid,
and maybe, just like me, you’ll get what you want. Whatever that is. But you’ll
have to give something away for it, if you haven’t already. And when you get
what you want, it’ll turn out to be not what you wanted after all, because
it’ll always be worth less than what you gave away for it. In the land of the
free, nothing’s free.” (p. 348)
“And the lengthy,
detailed history of such a man must celebrate or grieve, depending on whether
he lives or dies, even though nothing seems to happen as a result of his life
or death—even though the Haitians keep on coming, and many of them are drowned,
brutalized, cheated and exploited, and where they come from remains worse than
where they are going to; and even though the men in three-piece suits behind
the desks in the banks grow fatter and more secure and skillful in their work;
and even though young American men and women without money, with trades instead
of professions, go on breaking their lives trying to bend them around the wheel
of commerce, dreaming that when the wheel turns, they will come rising up from
the ground like televised gods making a brief special appearance here on earth,
nothing like it before or since, such utter transcendence that any awful
sacrifice is justified. The world as it is goes on being itself. Books get
written—novels, stories and poems stuffed with particulars that try to tell us
what the world is, as if our knowledge of people like Bob Dubois and Vanise and
Claude Dorsinville will set people like them free. It will not. Knowledge of
the facts of Bob’s life and death changes nothing in the world. Our celebrating
his life and grieving over his death, however, will. Good cheer and
mournfulness over lives other than our own, even wholly invented lives—no,
especially wholly invented lives—deprive the world as it is of some of the
greed it needs to continue to be itself. Sabotage and subversion, then, are
this book’s objectives. Go, my book, and help destroy the world as it is.” (p.
410).
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