Leí “The
Metaverse: And How it Will Revolutionize Everything”, de Matthew Ball, quizás
el libro más completo (por ahora) de uno de los temas de moda en el mundo de la
tecnología y los negocios. El libro es una excelente introducción a una
cuestión que muy probablemente termine afectando mucho a mucho de lo que
hacemos.
¿Qué es el
metaverso? O, más bien: ¿qué será el metaverso? La definición de Ball es la
siguiente: “Una red interoperable a escala masiva de mundos virtuales
representados en 3D que pueda ser experimentado de manera sincrónica y
persistente por un número en los hechos ilimitado de usuarios con una sensación
de presencia individual, y con continuidad de datos tales como identidad,
historia, derechos, objetos, comunicaciones y pagos” (p. 29). Esta definición
significa que es algo que será posible en el futuro pero que no existe hoy; hoy
hay mundos virtuales en 3D, pero en general no son interoperables (o solo de
manera limitada), cuesta mucho escalarlos en cantidad de usuarios y como norma
no hay persistencia (o también solo de manera limitada).
¿Existirá alguna
vez y será tan influyente como algunos creen? El primer gran mensaje de Ball es
que sí y sí: que tomará tiempo, pero llegará, y que, como dice el título,
revolucionará todo. De hecho, la primera oración del libro dice:
“Frecuentemente la tecnología produce sorpresas que nadie predice. Pero los
desarrollos más grandes y fantásticos son a menudo anticipados décadas antes.”
(p. viii) Internet, de hecho, fue anticipada en la década de 1930 y hasta
relativamente poco (crash de las punto com, por ejemplo) había quienes creían
que no tendría efectos demasiado importantes en la sociedad y la economía. “La
internet móvil existe desde 1991 y fue predicha mucho antes. Pero fue solo a
finales de la década de 2000 que el mix requerido de velocidades inalámbricas,
dispositivos inalámbricos y aplicaciones inalámbricas habían avanzado al punto
en que todo adulto del mundo desarrollado -y dentro de una década, la mayoría
de las personas en la tierra- querrían tener y podrían comprar un smartphone y
un plan de banda ancha. Esto a su vez llevó a una transformación en los
servicios de información digital y en la cultura humana en general.” (p. 12)
Para Ball, el
metaverso llegará y será el sucesor de internet. Un sucesor más inmersivo y más
3D (es decir, más parecido a la vida real y menos parecido a estar mirando una
pantalla). Tras una primera sección en la que Ball define el metaverso, en la
segunda parte analiza qué debe pasar para que se pueda construir el metaverso.
En primer lugar, tiene que haber grandes avances en las tecnologías básicas que
lo hacen posible, incluyendo: la conectividad y el poder de computación que
permitan el intercambio masivo de datos que implican mundos 3D sincrónicos para
usuarios ilimitados; los motores de mundos virtuales; y el hardware. Pero
también en cosas que están entre tecnologías y reglas y consensos: la
interoperabilidad, con convenciones y estándares para que los datos puedan
viajar entre dispositivos y plataformas diversas; y las vías de pago, donde ya
se juega una de las batallas más importantes del metaverso.
“Poco
sorprendentemente, ya hay una pelea para convertirse en la vía de pago
dominante en el metaverso. Más aún, puede argumentarse que esta pelea es el
campo de batalla central del metaverso, y potencialmente también su mayor
impedimento.” (p. 167) En este campo, una de las discusiones centrales sobre la
internet de hoy (el poder de las grandes plataformas móviles, Google y Apple)
se desliza hacia el metaverso. Se trata, fundamentalmente, de las conductas
abusivas frente a desarrolladores y usuarios (que se quedan con 30% de los
ingresos, que las aplicaciones no pueden pasarse a otros dispositivos, etc.),
conductas que, para Ball, frenan la inversión en el metaverso, reducen los
ingresos de las compañías más innovadoras e impide el desarrollo de tecnologías
que tienden a la interoperabilidad, clave para el metaverso, como el uso de
blockchain. El jardín cerrado, utopía de Apple, es la muerte del metaverso. En
palabras de Ball: “Las políticas de Apple y Google limitan no solo el potencial
de crecimiento de las plataformas de mundos virtuales, sino también de internet
en términos generales” (p. 193).
Ball está
convencido de que, a la larga, el metaverso llegará; que las políticas se irán
ajustando en beneficio de dos grupos básicos, los desarrolladores y los
usuarios; y que llegará por el impresionante nivel de inversiones, que
permitirá el desarrollo de las tecnologías, y porque las nuevas generaciones
las adoptarán cada vez más naturalmente. En la tercera sección, Ball piensa en
las áreas de aplicación (aceptando que es imprevisible el desarrollo que puede
venir), y destaca el campo de la educación (uno de los campos importantes donde
menos crecimiento de productividad se ha visto en las últimas décadas); los
negocios de “estilo de vida” (ejercicio, terapias varias, citas);
entretenimiento, con la posibilidad de generar experiencias que agreguen
interactividad al cine o a los deportes, por ejemplo; sexo y trabajo sexual;
moda y publicidad; en la industria y en ingeniería, arquitectura y
construcción, y en medicina y salud. En términos más generales, sostiene que el
“arco del metaverso” será similar al de internet: “En términos generales,
ayudará al crecimiento de la economía global, aún cuando achique algunas de sus
partes (bienes raíces comerciales, quizás). Al hacerlo, aumentará la proporción
digital de la economía global, como así también la proporción del metaverso
dentro de la parte digital”. (p. 272)
El segundo gran
mensaje de Ball es que los efectos de la llegada del metaverso no serán
necesariamente buenos o malos; que los mejores o peores efectos de la
tecnología -desde la utopía de un mundo armónico perfectamente conectado a la
distopía de un mundo controlado por una o dos grandes empresas que sabrán todo
de todos nosotros- dependerán en gran medida de cómo se implemente esto; y que
todos tenemos algo que decir al respecto como ciudadanos, consumidores y por
nuestros distintos papeles en la sociedad. Una cita larga con esta idea:
“Es aquí donde los
temores de un metaverso distópico parecen sensatos más que alarmistas. La mera
idea del metaverso significa que una parte cada vez mayor de nuestra vida,
trabajo, tiempo libre, tiempo, patrimonio, felicidad y relaciones sucederán
dentro de mundos virtuales, y no tan solo extendidos o apoyados por
dispositivos y software digitales. Será un plano de existencia paralelo para
millones, y hasta miles de millones, de personas, que se sentará sobre nuestras
economías digitales y físicas, uniéndolas. Como resultado, las compañías que
controlen estos mundos virtuales y sus átomos virtuales probablemente serán más
dominantes que aquellas que hoy lideran la economía digital. El metaverso
también hará más agudos a muchos de los difíciles problemas de la existencia
digital actual, tales como derechos de datos, seguridad de datos,
desinformación y radicalización, el poder de las plataformas sobre la
regulación, el abuso y la infelicidad de los usuarios. (...) Mientras las
mayores corporaciones del mundo y las start-ups más ambiciosas persiguen el
metaverso, es esencial que nosotros -usuarios, desarrolladores, consumidores y
votantes- entendamos que tenemos agencia sobre nuestro futuro y la habilidad
para resetear el statu quo. Sí, el metaverso puede parecer abrumador y
atemorizante, pero también ofrece la posibilidad de acercar a la gente,
transformar industrias que durante demasiado tiempo han resistido a la
disrupción y que deben evolucionar, y de construir una economía global más
equitativa.” (p. 16-17)
Originales de las citas usadas
“A massively scaled and interoperable network
of real-time rendered 3D virtual worlds that can be experienced synchronously
and persistently by an effectively unlimited number of users with an individual
sense of presence, and with continuity of data, such as identity, history,
entitlements, objects, communications, and payments.” (p. 29)
“TECHNOLOGY
FREQUENTLY PRODUCES SURPRISES that no one predicts. But the biggest and most
fantastical developments are often anticipated decades in advance.” (p. viii)
“This is the arc
of all technological transformations. The mobile internet has existed since
1991, and was predicted long before. But it was only in the late 2000s that the
requisite mix of wireless speeds, wireless devices, and wireless applications
had advanced to the point where every adult in the developed world—and within a
decade, most people on earth—would want and be able to afford a smartphone and
broadband plan. This in turn led to a transformation of digital information
services and human culture at large.” (p. 12)
“Unsurprisingly, there is already a fight to
become the dominant “payment rail” in the Metaverse. What’s more, this fight is
arguably the central battleground for the Metaverse, and potentially its
greatest impediment, too.” (p. 167)
“The policies of
Apple and Google limit the growth potential not only of virtual world
platforms, but also the internet at large.” (p. 193)
“The arc of the
Metaverse will be broadly similar. Overall, it will help grow the global economy,
even as it shrinks parts of it (commercial real estate, perhaps). In doing so,
digital’s share of the global economy will increase, as will the Metaverse’s
share of digital’s share.” (p. 272)
“It is here that
fears of a Metaverse dystopia seem fair, rather than alarmist. The very idea of
the Metaverse means an ever-growing share of our lives, labor, leisure, time,
wealth, happiness, and relationships will be spent inside virtual worlds,
rather than just extended or aided through digital devices and software. It
will be a parallel plane of existence for millions, if not billions, of people,
that sits atop our digital and physical economies, and unites both. As a
result, the companies that control these virtual worlds and their virtual atoms
will likely be more dominant than those who lead in today’s digital economy.
The Metaverse will also render more acute many of the hard problems of digital
existence today, such as data rights, data security, misinformation and
radicalization, platform power and regulation, abuse, and user happiness. (...)
As the world’s largest corporations and most ambitious start-ups pursue the
Metaverse, it’s essential that we —users, developers, consumers, and voters—
understand that we have agency over our future and the ability to reset the
status quo. Yes, the Metaverse can seem daunting and scary, but it also offers
a chance to bring people closer together, to transform industries that have
long resisted disruption and that must evolve, and to build a more equal global
economy.” (p. 16-17)
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