Leí, por primera vez, un libro del famoso David Foster Wallace, y debo decir que no decepcionó para nada. Había leído ya tres ensayos: uno, “This is Water”, me lo había recomendado muchas veces mi amigo Juancho T.; y el otro, “Shipping Out”, que es la descripción crítica de DFW a una estadía en un crucero, me fue recomendado cuando publiqué algo sobre una semana en un all inclusive, quizás queriéndome decir algo así como “si querés injuriar, querido, es por acá”. Y había leído también un ensayito sobre Kafka que está incluido, también, en este libro que leí, Consider the Lobster, una colección de ensayos que combinan humor, erudición, inteligencia y siempre (o casi siempre) una interrogación ética. En pocas palabras, me pareció brillante.
El primero
de los ensayos, “Big Red Son”, es la cobertura para un medio de la convención
anual de la industria norteamericana de la pornografía, incluyendo la entrega
de los premios equivalentes a los Óscar, obviamente en Las Vegas. Es al mismo
tiempo divertidísimo y sórdido y triste.
Le sigue
una crítica tremenda a un libro de John Updike, Toward the End of Time) tremenda porque le pega muy fuerte y al mismo tiempo no deja de decir todo lo que admira a Updike por distintas cuestiones. Cita maravillosa de ese ensayo: “Pero los adultos jóvenes de los noventa –muchos de los cuales son, por
supuesto, los hijos de todas las infidelidades y los divorcios apasionados
sobre los que escribió con tanta belleza Updike, y que tuvieron la oportunidad
que ver cómo todo ese valiente nuevo individualismo y esa libertad sexual se
deterioraron convirtiéndose en la auto-indulgencia sin alegría y anómica de la
Generación Yo– los menores de cuarenta de hoy tienen horrores muy diferentes,
entre los cuales se destacan la anomia y el solipsismo y una soledad
peculiarmente americana: la perspectiva de morir sin siquiera haber amado una
vez algo más que a uno mismo” (p. 53).
A “Some remarks on Kafka’s funniness from
which probably not enough has been removed” (algo así como “Algunas
consideraciones sobre lo gracioso que es Kafka que probablemente no fueron
suficientemente recortadas”) lo había leído en algún momento que estaba leyendoKafka (acá el link). Los americanos, dice DFW, no pueden entender el humor
existencial de Kafka: “No es que los estudiantes no ‘capten’ el humor de Kafka
sino que les hemos enseñado que el humor es algo que tenés que ‘captar’ –de la
misma manera que les hemos enseñado que un yo es algo que uno simplemente
tiene. No sorprende que no puedan apreciar el chiste verdaderamente central de
Kafka: que la horrorosa lucha por establecer un yo humano resulta en un yo cuya
humanidad es inseparable de aquella lucha horrorosa. Que nuestro interminable e
imposible camino a casa es de hecho nuestra casa” (p. 63).
“Authority and American Usage” es una reseña sobre un diccionario de uso del inglés americano de un tal Garner, pero mucho más que eso. El uso, dice DFW, está cruzado por la geografía, la raza, la clase, etc., por lo que de hecho hay dialectos del inglés. Lo genial del libro que reseña, dice DFW, es que te dice cuál es el uso correcto del dialecto dominante, digamos así, y te convence de alguna manera que lo dice no sólo porque es una Autoridad, sino porque a sus lectores les conviene manejar bien ese dialecto dominante: “El espíritu del libro es un casamiento del rigor y la humildad de manera de permitir a Garner ser extremadamente prescriptivo sin ninguna apariencia de evangelismo ni de insultos elitistas” (p. 78). Quien quiera enseñar el Standard Writen English a alguien que aprendió otros dialectos, dice DFW, tiene que usar “argumentos abiertos, honestos y convincentes sobre por qué el SWE es un dialecto que vale la pena aprender. Estos argumentos son difíciles de hacer. Difíciles no intelectualmente sino emocionalmente, políticamente. Porque son abiertamente elitistas” (p. 104). El artículo me pareció formidable; combina un increíble conocimiento del idioma con una comprensión de las implicancias sociales y políticas de la lengua, una tremenda honestidad y una clara posición ética.
“The view
from Mrs. Thompson” es un mini ensayo que relata cómo vivió DFW los atentados
del 11 de septiembre de 2001 desde su pueblo del Midwest americano, Bloomington
(Illinois), que es una defensa de ese estilo tan americano de comunidad.
“How Tracy
Austin broke my heart” es la reseña de la autobiografía de esa tenista
norteamericana y una exploración de por qué fracasan las
memorias de deportistas (la gran excepción tiene que ser necesariamente Open, de Andre Agassi): “esta autobiografía tan insípida que quita el aliento
puede ayudarnos a entender tanto el atractivo y la decepción que parecen ser
parte constitutiva del mercado masivo de la memoria deportiva” (p. 144). El
gran misterio, dice DFW, es si esas personas son idiotas o místicas o las dos o
ninguna de ellas. “Puede muy bien ser que nosotros los espectadores, que no
somos atletas con dones divinos, seamos los únicos capaces de realmente ver,
articular y animar la experiencia de ese don que se nos ha negado. Y que
aquellos que reciben y actúan el don de genio atlético deban, quizás, ser
ciegos y tontos sobre él, y no porque la ceguera o la tontera sean el precio de
ese regalo, sino porque quizás sean su esencia” (p. 158).
“Up,
Simba”, es la cobertura para Rolling Stone de unos días de la campaña de
John McCain para convertirse en candidato a presidente por el Partido
Republicano en el año 2000. Por unos días, DFW sigue a pedido de la revista al
candidato en el campaign trail: los bondis, los hoteles medio pelo, los
eventos, el mismo discurso en uno y otro lugar. Es una reflexión sobre la
producción de la política y sobre el liderazgo, y también sobre por qué a la
gente normalmente no le interesa la política. A pesar de todo el cinismo, DFW
quiere creer en McCain, y muestra lo difícil que es, aunque no sea imposible,
creer que puede haber un político que esté ahí por algo más que él o ella
misma. Y sobre el liderazgo: “En otras palabras, un líder verdadero es alguien
que nos puede ayudar a superar las limitaciones de nuestros propios egoísmo,
pereza y limitaciones y miedo y lograr que hagamos cosas mejores, más difíciles
de lo que podemos lograr que hagamos por nosotros mismos” (p. 237).
El artículo
que le da nombre al libro, “Consider the lobster”, es una cobertura del
Festival de la Langosta de Maine para la revista Gourmet. Después de
describir rápidamente el evento, y hablar de la historia de la langosta como
comida y sobre cómo puede ser preparada y otras cosas menores, el ensayo se
convierte rápidamente en una indagación ética: ¿está bien comer langostas,
sobre todo cuando la preparación para por hervir al animal vivo? “¿Está bien
hervir vivo a un animal sensible sólo por nuestro placer gustativo?” (p. 254). De
ahí pasa a preguntarse por el status ético de comer cualquier carne animal, y
sobre por qué él, como muchos otros, intentamos no pensar en ello. (Quizás lo mejor
del artículo esté no tanto en estas consideraciones éticas sino en las consideraciones éticas respecto del turismo, que está en una nota al pie: “Ser un turista masivo, para mí, es
convertirse en un americano actual: extranjero, ignorante, codicioso por algo
que nunca podrás tener, decepcionado de una forma que nunca podrás admitir. Es
arruinar, por la vía de la mera ontología, la misma pureza que estás ahí para
experimentar. Es imponerte a vos mismo en lugares que en todas las formas menos
la económica serían mejores, más reales, sin vos. Es, en colas y en
embotellamientos y en transacción tras transacción, confrontar una dimensión de
vos mismo que es tan inescapable como dolorosa: como turista, pasás a ser
económicamente significativo, pero existencialmente despreciable, un insecto
sobre una cosa muerta” (p. 445).
Finalmente,
“Joseph Frank’s Dostoevsky” es una reseña de la biografía de uno sobre el otro,
y una defensa a ultranza tanto del escritor como de su biógrafo. “Lo principal,
acá, es que Dostoievski escribió ficción sobre las cosas que realmente
importan. Escribió ficción sobre la identidad, el valor moral, la muerte, la
convicción, el amor sexual vs. el espiritual, la avaricia, la libertad, la
obsesión, la razón, la fe, el suicidio. Y lo hizo sin jamás reducir a sus
personajes a meros portavoces o a sus libros a tratados. Su preocupación fue
siempre qué es ser un humano –esto es, cómo ser una persona de verdad, alguien
cuya vida esté informada por valores y principios, en lugar de sólo un animal
que se auto preserva de una manera especialmente astuta” (p. 274). El biógrafo
rescata esto, contra las modas de la crítica literaria, y eso que destaca es,
según DFW, contrario a lo que hacen los escritores actuales, quienes nos ayudan
a poner “una distancia irónica de las convicciones o de las preguntas
desesperadas”, por lo que sólo “hacen chistes sobre ellas o si no tratan de
trabajar con ellas de manera escondida” (p. 279).
Estoy
seguramente diciendo algo que resulta una obviedad para cualquiera que haya
leído a DFW, pero en cada artículo, y en general, quedé siempre con la impresión
de estar frente a un pensador imprescindible; inteligente, agudo, gran
escritor, pero involucrado éticamente como ser humano en los temas que trataba.
Anticipo que no será el último libro suyo que lea.
Originales
de las citas
“But young adults of
the nineties—many of whom are, of course, the children of all the impassioned
infidelities and divorces Updike wrote about so beautifully, and who got to
watch all this brave new individualism and sexual freedom deteriorate into the
joyless and anomic self-indulgence of the Me Generation—today’s subforties have
very different horrors, prominent among which are anomie and solipsism and a
peculiarly American loneliness: the prospect of dying without even once having
loved something more than yourself.” (p. 53).
“It’s not that
students don’t “get” Kafka’s humor but that we’ve taught them to see humor as
something you get—the same way we’ve taught them that a self is something you
just have. No wonder they cannot appreciate the really central Kafka joke: that
the horrific struggle to establish a human self results in a self whose
humanity is inseparable from that horrific struggle. That our endless and
impossible journey toward home is in fact our home.” (p. 63).
“The book’s spirit
marries rigor and humility in such a way as to let Garner be extremely
prescriptive without any appearance of evangelism or elitist put-down” (p. 78).
“I’m not trying to
suggest here that an effective SWE pedagogy would require teachers to wear
sunglasses and call students Dude. What I am suggesting is that the rhetorical
situation of a US English class—a class composed wholly of young people whose
Group identity is rooted in defiance of Adult Establishment values, plus also
composed partly of minorities whose primary dialects are different from
SWE—requires the teacher to come up with overt, honest, and compelling
arguments for why SWE is a dialect worth learning. These arguments are hard to
make. Hard not intellectually but emotionally, politically. Because they are
baldly elitist.” (p. 104).
“this breathtakingly
insipid autobiography can maybe help us understand both the seduction and the
disappointment that seem to be built into the mass-market sports memoir.” (p.
144).
“It may well be that
we spectators, who are not divinely gifted as athletes, are the only ones able
truly to see, articulate, and animate the experience of the gift we are denied.
And that those who receive and act out the gift of athletic genius must, perforce,
be blind and dumb about it—and not because blindness and dumbness are the price
of the gift, but because they are its essence.” (p. 158).
“Is it all right to
boil a sentient creature alive just for our gustatory pleasure?” (p. 254).
“To be a mass tourist,
for me, is to become a pure late-date American: alien, ignorant, greedy for something
you cannot ever have, disappointed in a way you can never admit. It is to
spoil, by way of sheer ontology, the very unspoiledness you are there to
experience. It is to impose yourself on places that in all non-economic ways
would be better, realer, without you. It is, in lines and gridlock and transaction
after transaction, to confront a dimension of yourself that is as inescapable
as it is painful: As a tourist, you become economically significant but
existentially loathsome, an insect on a dead thing.” (p. 445).
“The thrust here is
that Dostoevsky wrote fiction about the stuff that’s really important. He wrote
fiction about identity, moral value, death, will, sexual vs. spiritual love,
greed, freedom, obsession, reason, faith, suicide. And he did it without ever reducing
his characters to mouthpieces or his books to tracts. His concern was always
what it is to be a human being—that is, how to be an actual person, someone
whose life is informed by values and principles, instead of just an especially
shrewd kind of selfpreserving animal.” (p. 274)
“Frank’s bio prompts
us to ask ourselves why we seem to require of our art an ironic distance from
deep convictions or desperate questions, so that contemporary writers have to
either make jokes of them or else try to work them in under cover” (p. 279).
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