Estuve unas semanas en Punta del Este, República Oriental del Uruguay, y visité algunas librerías en busca de algo para leer. No es que no tuviera libros, había llevado desde casa; pero me dije estoy en Uruguay, qué habrá por acá, y recordé un verano enloquecido con Mario Levrero (hace poco releí la trilogía involuntaria), así que cuando fuimos a pasear por Gorlero, y mi hija del medio pidió ir a ver libros, aproveché y pregunté a la vendedora qué me podía recomendar de narrativa uruguaya contemporánea, de algún joven notable. Lo mismo hice dos veces más y la decepción fue total. Como en muchas librerías argentinas, y sobre todo en las de cadenas, claro, no te atienden libreros sino personal que podría estar afiliado al sindicato de Cavalieri; que lo mismo podría estar vendiendo libros que artículos de tocador o de bazar. En una ocasión mi pregunta fue respondida sólo con una mirada perdida; en otra me recomendaron a Levrero (pero se murió hace casi veinte años, respondí) y en otra me recomendaron a Pedro Mairal, que tiene un costado del Uruguay, pero de la orilla occidental.
Un día fuimos a una librería nueva en José Ignacio, Rizoma, que es también hotel y café y que es muy bello o bella y ahí sí había gente que sabía de libros, y de lo que ocurría en el mundo literario de aquella y esta orilla del río inmóvil (recuerdo que me mencionaron a Olivia Gallo, por ejemplo). Me llevé dos o tres libros (de los cuales escribiré en algunas semanas seguramente) y me regalaron una cosita bella: Pobre Crisp. Algunos tiestos y fragmentos, de Edmund De Waal, en una edición bilingüe hecha por la librería con traducción de Rosario Lázaro Igoa y en colaboración con otra librería, la John Sandoe, de Londres, y en un papel hermoso.
Pobre Crisp es un libro muy pequeño, hecho de retazos, de fragmentos. De Waal es un artista y escritor, pero sobre todo un alfarero, y el alfarero siempre se queda con pedazos, tiestos, fragmentos. No es extraño que la primera oración sea “Más vasijas rotas. / More broken pots.” (p. 4/19). De Waal nos cuenta de eso, de cómo se rompen las cosas, de cuánto cuesta hacerlas sin que se rompan y de cómo se rompen después.
Lo hace, primero, contando de su oficio y sus comienzos como alfarero. Luego lo hace con la breve historia de Nicholas Crisp, un alfarero muy poco eficaz muerto en 1774; Wedgwood, uno de los grandes alfareros de su tiempo dice: “Crisp -pobre Crisp- me atormenta Continuamente -siempre persiguiendo- ¡a punto de alcanzarla, pero nunca en posesión de su materia favorita! Hay una buena cantidad de lecciones en la vida del pobre Hombre. / Crisp - poor Crisp- haunts my imagination Continually - Ever pursuing - Just upon the point of overtaking, but never in possession of his favourite subject! There are a good many lessons in the poor Man’s life.” (p. 9/23)
Luego De Waal lo
cuenta a través de la historia de una serie de platos de cerámica de Meissen
que él tiene. Los platos fueron producidos alrededor de 1760 y formaron parte de
una gran colección de una familia judía hasta que fue confiscada tras la
Kristallnacht. Gran parte de la colección fue
destruida en los bombardeos de Dresden, lo que quedó fue apropiado
por Alemania Oriental y luego devuelto a los Klemperer en 1991, quienes
donaron parte de ella. Cuenta luego cómo los platos fueron no restaurados sino
reparados con laca dorada con el arte japonés del kintsugi. En este tipo de
reparación lo roto queda al descubierto, la historia no es borrada. “No se puede restaurar. Restaurar es borrar. /
You cannot restore. To restore is to efface.” (p. 11/26). Y, finalmente, De
Waal lo cuenta con la escritura, usando a Walser, a quien no leí, hablando de
escribir como unir fragmentos, con la idea del artesano, que mete una palabra y
luego la otra y va uniendo cosas, tejiendo, armando. Lo puede hacer corto o
largo, rápido o lento. Pero “Lo que importa es el ir a trabajar y lo que llevás
contigo. / It is the going to work that matters and what you take with you.”
(p. 12/27).
La vida y el arte están hechos de fragmentos. De cosas rotas o que se rompen. “Las vasijas se rompen, han de romperse. Las personas se rompen. / Vessels break, are to be broken. People break.” (p. 14/29).
La literatura, a veces, puede volver a armar, no restaurar, pero sí a rearmar, incluso a reparar. Y las librerías de verdad, como Rizoma y como Eterna Cadencia o tantas más en Buenos AIres, son más que espacios del comercio minorista. Las librerías de verdad, donde hay libreros y no vendedores de salamines, con todo respeto al que se especializa en chacinados, que es una categoría importante en mi vida, son lugares especiales donde se busca que circule esa artesanía, donde se guardan esos fragmentos como en una caja de cristal, o una caja de cerámica traslúcida, como la que nos muestra De Waal al final.
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