Ayer era todo alegría.
Me desperté a las siete y media
y me puse los cortos
le di la mamadera a la petisa
le preparé el desayuno a las grandes
leí algo del diario mientras
la bebé me miraba con sus ojos redondos
comer mis tostadas con manteca y azúcar.
El café estaba fuerte y el día fresco.
Cuando se hizo la hora
terminé de preparar el bolso
y le entregué la bebé a Elena
mientras Paula e Isabel
veían dibujitos.
Mi vecino me prestó su auto,
un caño el Corolla 2000,
se agarraba en las curvas
y yo aceleraba con las ventanas
bajas, sintiéndome joven
escuchando ruock, así con u.
Llegué y saludé a los amigos
incluyendo a Gustavo, el de
toda la vida
con el que me encanta jugar
porque jugamos juntos desde
que teníamos seis o siete
en el garage del derpa de
sus viejos, con una pelota de plástico
blanca, roja amarilla y verde,
y nos raspábamos todos
pegándonos con ganas, riendo,
y todavía todo era claro y lindo
y nadie jamás se ofendía:
a lo sumo una pelea pequeña
por un Playmobil.
Jugamos contra un equipo
buena onda, viejitos como nosotros
que no querían lastimarse.
Casi no hubo fules y fue
divertido y ganamos
y yo jugué muy bien
y di buenos pases
hice unos cuantos quites y cortes
y un par de veces me tiré al piso,
entero, completo.
Gustavo hizo los tres goles
del tres a uno
y yo le di dos de los tres pases gol.
Después nos tomamos
un Gueitorei con Gus y con Carlos
mientras otros amigos jugaban
el partido siguiente
del campeonato de seniors
que no sabemos si es
mayores de treinta o de treintaicinco
y no importa
porque es un campeonato buena onda.
De ahí me fui a lo de mis viejos,
de vuelta en el Corolla 2000
y al llegar estaba ya Elena con las chicas
el asado casi listo y yo con gran alegría
de haber vuelto a la cancha
a jugar, a correr, a divertirme y ganar
y todo con Gustavo como bonus track.
El domingo funcionó bien,
las chicas se portaron bien
se divirtieron y no se pusieron
demasiado pesadas a la noche
cuando ellas están sin energía
y nosotros sin paciencia.
Me fui a dormir después de
ver un poco de fútbol en la tele
y el día fue todo alegría.
Hoy me desperté y al bajar
de la cama
sentí
que un camión se paraba
arriba de las plantas de mis pies.
Me tomé dos minutos ahí
parado en el piso de madera
en calzones y remera
para sentirme.
Hice un escaneo del cuerpo
y detecté:
las plantas de los pies ásperas y doloridas;
las pantorrillas duras, pesadas, ajadas;
la pierna izquierda quemada,
de la vez que me tiré en posición de tres;
en la espalda dos ríos de dolor;
en los hombros un peso que no debería estar ahí;
y en el cuello un pájaro carpintero
que no paraba de picotear.
Ahí me di cuenta,
un lunes a la mañana,
antes de despertar a las más grandes
para llevarlas al colegio,
que crecer no es tener hijos
que madurar no es trabajar mucho;
que envejecer es el día después,
con la cabeza que estalla por ese whisky de más
con la panza revuelta por aquella molleja
o el cuerpo roto porque creías que te quedaba un pique.
Envejecer, crecer, madurar
es que el presente pase a ser
pasado acumulado.
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