lunes, 9 de diciembre de 2019

Un libro lleno de vida



Mi biblioteca Mairal se sigue ensanchando: leí Breves amores eternos y lo disfruté cada minuto. (Antes leí: Pornosonetos, La uruguaya, El año del desierto, Una noche con Sabrina Love, Maniobras de evasión, El equilibrio, Salvatierra, El gran surubí). 
Me acuerdo de la primera vez que leí “Sudor”, en la página de Eterna Cadencia, y haber pensado: ah, se puede escribir así sobre el sexo y el deseo. El gran tema que cruza casi todo el libro es la dificultad de mujeres y varones para comunicarse en el idioma del deseo. En el primer cuento, “Un verano feliz”, el marido se escapa para acostarse con una prostituta y piensa: “Melanie era cariñosa, me trataba bien, me ponderaba, me hacía sentir como un hombre. Daban ganas de hacerla ir a mi mujer para mostrarle y decirle ¿ves lo fácil que es tenerme contento?” (p. 13) Y en el último, “La virginidad de Karina Durán”, los dos personajes no consuman y parecen terminar en arreglos sexuales individuales. En el medio, está “Coger en castellano”, donde justamente se cruzan el lenguaje y el sexo, y muchos otros cuentos donde Mairal habla del sexo con humor, inteligencia y belleza.
Un segundo tópico que se repite es el de la distancia entre los sueños y la realidad. Vemos a muchos personajes que buscan conmovedoramente hacer frente a esa tendencia que tiene la vida de no llegar nunca a cumplir nuestras expectativas. Por ejemplo: en “Los caminos del amor”, un esposo y una esposa de años hacen un esfuerzo descomunal para despertar (o recordar) el deseo; y la profesora Bellini intenta relatar con entusiasmo un viaje esperado por años que terminó defraudando.
Una tercera marca Mairal es el de la mirada sobre la clase social; su ridiculez y obstinación, la incomodidad de los que se salen, etc. Es el tópico central de “La vuelta”, está presente en “Sally Méndez” (la vida vista desde un Maxiconsumo por una chica de clase acomodada venida a menos) y de “Cero culpa” (donde la narradora dice que “Alguien nos borró la palabra hermoso del diccionario de Barrio Norte y nosotros lo aceptamos.” - p. 37).
Finalmente, llego a este comentario: más allá de que obviamente estoy influido por mi proyecto de lectura de Borges, en pleno desarrollo, me resulta imposible leer a Mairal y no pensar en Borges. A veces es a través de la adjetivación - “Me sorprendía la exactitud de su belleza.” (p. 69) o una mujer “de una belleza intermitente” (p. 190) –; también en una metáfora como “Herrera se ha disparado un arcabuzazo en la sien y en lugar de sangre le han manado hormigas rojas.” (p. 152), como el clavel de Historia universal de la infamia; en la mención a Quevedo y Góngora por la profesora Bellini; y en el relato “Cuadros”, sobre un filósofo inglés guiado por una asistente mucho más joven.
El contraste principal pasa por el choque entre cuerpo y mente o vida activa y vida contemplativa. Una de las críticas que le hacen a Borges cuando no gana el Premio Nacional es que era una literatura deshumanizada, y Zambra dice de Mairal lo contrario; no es que vive para narrar, dice el chileno, sino que “después de vivir intensa y silenciosamente, decide narrar”. Mientras que Borges es un escritor del intelecto, filosófico, cererbral, con las emociones escondidas, los cuentos de Mairal están siempre arraigados en la vida real; sus personajes trabajan, estudian, cogen, se enamoran, se pelean, sueñan y se desengañan y vuelven a intentar.
Breves amores eternos es un libro lleno de vida y de lenguaje y divierte mientras te cuenta cosas sobre el mundo.

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