domingo, 20 de octubre de 2024

Otra vez no pude

 


Una de mis hijas, la que es hoy más lectora de las tres, lo que puede cambiar, claro, me trajo de viaje una muy linda edición de El Proceso de Franz Kafka, y empecé a leerlo pero al poco tiempo me interrumpí, me aburrió, me costó conectarme. Leí algo de Kafka y de quienes lo leyeron (mis apuntes acá, acá, acá y acá) pero me cuesta engancharme, quizás porque es demasiado cerebral, falto de emoción y de fisicalidad. Me pasa un poco como con Borges: lo leo, lo pienso, entiendo en términos generales, pero no me emociona, no me conecto. Dos cracks, dos genios, pero no hacían el tipo de literatura que yo disfruto más. 

miércoles, 16 de octubre de 2024

No se puede más

 

Floja la foto, lo sé: pero me dediqué a ver, no a fotografíar.


Más de 31 años después, ayer volví a ver a la selección argentina en la cancha. Fue la primera vez desde el 5 de septiembre de 1993. Sí: desde el 0 a 5 con Colombia.

Ese día fui invitado. El papá de mi amigo Sebastián tenía cinco entradas de cortesía; como la mamá no quiso ir, fuimos el padre, sus tres hijos y yo. Además del avión, lo que más recuerdo de esa pesadilla fue cuando ya estábamos en el auto de vuelta a nuestras casas. El papá de Sebastián, Jorge, dijo: "Bueno... qué bueno que no nos interesa tanto el fútbol." Se hizo un silencio. Y un ratito después dijo: "uy, perdón, Fernando."

Yo estaba con una remera de la selección de manga larga. Unos años antes me había traído un verano de Florianópolis una remera del Flamengo y después otro amigo de la escuela, Eduardo, que es brasileño, me ofreció el trueque de la de la selección que tenía él por la mía del Mengao. Cuando llegué a casa después del 0 a 5, aturdido, me saqué la remera de manga larga producto de aquel trueque y la colgué del balcón de mi cuarto en el departamento de mis viejos en Recoleta. Estuvo ahí colgada por años hasta que le ganamos un partido a Colombia.

En 1993 yo tenía 18 años y era fanático del fútbol. Hoy tengo 49 y sigo siéndolo. Lo demás cambió casi todo. Ya no voy más en bondi o con mi viejo a la cancha: mi viejo ya no está, y ahora tengo un palco en Independiente con amigos y vamos en auto y ya no se puede ir de visitante. De estudiante del CBC pasé a licenciado y magister con una carrera azarosa que aún busca su sentido. Pero, sobre todo, como diría @estebanschmidt, "me cargué una familia". Mi hija mayor tiene hoy la misma edad que tenía yo el día de aquel 0 a 5, y ayer estaba, con sus dos hermanas y sus padres, en River.

Desde aquel día muchas veces pensé a ir a ver a la selección, pero nunca terminaba de decidirme. No es que no sea "hincha" de la selección. Sigo sus partidos con la misma intensidad con la que sigo a los de Independiente. ¿Qué me frenaba? Un poco que el ambiente de cancha de la selección me motiva menos que el más apasionado y futbolero del fútbol de clubes.

Otro poco esa cancha, la de River, que me tiene de hijo: como hincha de Independiente, me tocó perder mucho ahí. De hecho, el único partido que recuerdo haber "ganado" en el Monumental fue en febrero de 1993, poco antes del 0 a 5. Fue River 0 - Newell's 1 por la Copa Libertadores (gol del Negro Zamora). Era el Newell's de Bielsa, el de Berizzo, Gamboa, Llop, el Tata Martino, el Loco Berti y cía. Me acuerdo de que me morí de frío en la popular visitante, que nos agarró una terrible lluvia y que a la vuelta por Lidoro Quinteros íbamos con el agua casi hasta la cintura.

Fui a Mar del Plata ida y vuelta en el mismo día y noche para ver a la generación dorada, hice viajes enteros para ver básquet y fútbol, pero nunca volví, hasta ayer, a ver a Argentina. El 0 a 5 era una nube, supongo, una cortina de humo que me impedía avanzar. Pero el jueves pasado estaba viendo el partido contra Venezuela, el relator dijo “el martes contra Bolivia en el Monumental” y abrí la computadora y ahí quedaban entradas. Mis tres hijas me dijeron que sí, que morían por ir, mi mujer también... y no lo pensé mucho más.

Ayer estaba ahí, quizás en la misma sección en la que había estado con mi amigo Sebastián y su familia, pero con mi familia, y con la misma remera de la selección de mangas largas y de dos estrellas. (Sí, todavía me entra bien). Lo viví todo bastante nervioso, porque así soy, y porque estaba yendo con tanta mujer a un estadio que no es el de todos los domingos, porque llegamos mucho más tarde de lo que me hubiera gustado y sí, porque el 0 a 5 seguía ahí. (De hecho, a la mañana, entrenando, le dije a mi amigo Diego que iba a ver a Argentina y que era la primera vez desde el 0 a 5 y me dijo algo así como "llegamos a perder y no podés ir más".)

Después del primer gol me empecé a relajar y empecé a sonreír. Hacia el final ya no podía dejar de hacerlo. En algún lugar, porque así también soy, me castigaba por haber sido tan cabeza de termo de no haber visto a Messi nunca antes, pero bueno, lo vi ayer con sus tres goles. Y a la bestia del Cuti Romero, a Alexis Mac Allister, que lleva adentro procesadores y chips de computadoras que todavía no se han inventado, y a todos los demás. Pero sobre todo, lo que me llevo es una jugada del segundo tiempo donde Messi, bastante cerca nuestro (nada es cerca en River), recibe una pelota como wing derecho y la para y gira con un movimiento que no parecía humano. (La imagen que me vino a la mente es la de un puré que comí una vez, el aligot, que es algo entre líquido y sólido y que fluye y que cuando lo probás estás en otra galaxia. Como Messi).

Creo que finalmente puedo enterrar el 0 a 5. Como creo que la final de Catar enterró, un poco, la de Brasil: pasó más de un año hasta que un día me di cuenta de que el anterior no había pensado en esa final perdida. Hoy revivo lo de ayer con emoción por lo que nos une el fútbol y por todo lo que ha significado y significa en mi vida. Por haberlo compartido con mis hijas. Por el recuerdo de la final, con mi viejo en la cama, sin entender que éramos campeones del mundo. En el mismo departamento de Recoleta donde vimos los goles de Diego contra Inglaterra una tarde de 1986. Donde unos meses después lo velamos.

La vida sigue, como sigue el fútbol después de cada derrota, aún la más dolorosa. Lo importante es seguir jugando, siempre, hasta que no se pueda más.