El miércoles, La Nación publicó una muy buena nota de Eduardo Fidanza titulada “La casa peronista”. Allí utiliza una metáfora arquitectónica para explicar al peronismo: “el peronismo semeja a una casa de dos plantas. En la de abajo reside el propietario, que es el peronismo-peronista (sindicatos, barones territoriales, punteros); en la de arriba viven sucesivamente los líderes coyunturales del movimiento, que alquilan el piso.” Gracias a estas dos plantas, el peronismo es “una organización y un enunciado” de gran flexibilidad y dinámica, lo que explicaría su posición como “partido dominante”. Esa flexibilidad le permite ganar elecciones más allá de los cambios de los humores sociales.
La metáfora es muy buena, pero no termina de explicitar algo de vital importancia: ¿por qué la sociedad argentina acepta esa permanencia del piso de abajo a pesar del evidente déficit republicano y de los magros resultados en términos de desarrollo del país? Algo dice el autor al decir que la sociedad no parece considerar relevante discutir la república (“el debate no pasa por la república”) y al concluir que “quizás el republicanismo deba esperar que una sociedad más madura asuma sus valores.”
Sigue la metéfora arquitectónica: no se construye sobre tabla rasa.
Lo que quizás debiera haber explicitado el autor es que la sociedad argentina con todas sus limitaciones representa los cimientos sobre los que fue construida esa casa. Los más pesimistas pensarán que con más decadencia (quizás mejor ejemplificado por el deterioro de la educación) los cimientos serán cada vez peores y el cambio estructural menos probable. Los más optimistas pensarán que el aumento del PBI por cápita casi automático por el boom de las commodities, la globalización, la mayor información disponible por internet, entre otras variables, llevaría a aumentar la demanda social por un mejor gobierno.
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