Leí Match, de Pablo Ottonello, de quien también leímos Quiero ser artista (2015) y Veteranos de la guerra del día (2018). En el apunte de lectura del primero yo decía que vamos a leer mucho de Pablo. Y en la dedicatoria que me hizo del segundo él escribió “Para Fer, que lo disfrutes y sigas, si es posible, leyéndome”. El tipo necesita ser leído tanto, quizás, como necesita escribir. Por eso sigo pensando que, por capacidad, por voluntad, por talento y por ambición, Pablo está destinado a ser uno de los mejores y más reconocidos escritores de su generación, sino el más.
En Match
el narrador es el propio Pablo quien, tras una larga relación con la madre de
su hijo, comienza un duelo de una forma peculiar: decide tener todo el sexo que
pueda utilizando las aplicaciones de citas. El narrador no es un hombre medido:
“Mi estrategia, como casi siempre, fue la hipérbole. Bajé todas” (p. 13). El
pequeño libro es un relato de algunas de las relaciones (palabra exagerada en
este caso) con las mujeres que conoció y de lo que aprendió en el camino. Y aunque
en un lugar habla de buscarle sentido al sexo, el sentido para él parecía estar
afuera de esas mujeres y afuera del sexo.
Una razón
era evitar el duelo, ocupar su cuerpo y su emoción en otro lado. Pero otra,
claro, porque es Pablo, tiene que ver con escribir. En el famoso poema “Así que
querés ser escritor”, Charles Bukowski esboza una gran cantidad de razones para
no serla; una es el sexo o las mujeres: “si lo estás haciendo porque querés /
mujeres en tu cama, / no lo hagas” (“if
you’re doing it because you want / women in your bed, / don’t do it”). El caso de Pablo es al revés: no
es que escribe para tener sexo, sino que tiene sexo para escribir.
Pablo hace
etnografía con las aplicaciones, y va a todos lados con una libretita en la que
va anotando todo para después escribirlo. El resultado es –además de notas que
seguramente usará en otras ocasiones– este pequeño libro, que es muy divertido
al tiempo que retrata un agujero emocional fuerte, y que se lee
maravillosamente. En la página 73 marqué algo que no me gustó, pero no como crítica,
sino como elogio por contraste: usó “ritual atávico” para referirse al sexo, lo
que me pareció un poco cliché. Todo lo demás, todo el tiempo, suena distinto,
original, único. Por ejemplo: “No quiero ser injusto, sino señalar una
circunstancia: las fotos no siempre coinciden. Desarrollé una hermenéutica de
las imágenes. Me convertí en perito visual” (p. 25).
Pablo hace
buena literatura hasta yendo detrás de polvos tristes.
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