lunes, 13 de agosto de 2018

Posición de lectura



“Para Fer, que lo disfrutes y sigas, si es posible, leyéndome”, inscribió en una copia de Veteranos de la guerra del día su autor, Pablo Ottonello, en @CespedesLibros. Cuando hice mi lectura de su primer libro publicado, Quiero ser artista, dije que era un “chico del que vamos a leer mucho”. Es imposible hacer una lectura de un libro de Pablo sin hablar de leer y escribir. Y de él escribiendo y otros leyéndolo, porque esa es su posición en el mundo. Y está bien: le falta mucho para llegar a los 40 y ya publicó tres libros (leí dos), tiene por lo menos uno en track de publicación y quién sabe cuántos más listos para encontrar quién quiera publicarlos.
El narrador de Veteranos de la guerra del día tiene una posición parecida, aunque seguramente exagerada. Parece vivir únicamente para hacer arte de la experiencia. Al entablar una conversación con un veterano reflexiona: “No voy a perderme un personaje tan singular como este viejo. Pongo atención, esto puede ser útil.” (p. 119) Esta es su posición en el mundo, una posición que es en el fondo amoral: sólo le importa el resto del mundo en tanto él pueda convertirlo en escritura (o en cine). No hay acción de su parte fuera de eso. Si ve a un chico comiendo colillas de cigarrillos no hace nada para impedirlo: lo mira, lo registra, para usarlo. Por eso, el libro es por momentos “la historia de la modesta fortuna de su padre/mi suegro. Me encantan las sagas familiares.” (p. 101) y por momentos parece un estudio preliminar para hacer esa novela o, mejor, esa película.
Otra manera de hablar del libro. Una tapa del sandwich es el comienzo. La primera oración y el cierre de esa primera sección: “La mejor tecnología es la buena memoria. (...) Lo mejor es contarme por escrito, más tarde, lo visto y oído. Que por algo resistió.” (p. 11) La otra tapa del sandwich es la oración del final: “Visto desde afuera todo es tan simple.” (p. 200) En el medio, el registro de este narrador sin nombre, un guionista de cine, de una estadía en un hotel termal junto a la familia de su pareja. El registro de lo visto, lo oído, los olores, los sabores. El narrador no hace, registra lo que ocurre en ese hotel que es comparado con un cuartel, un hospital, una cárcel. Hace falta un registro sutil, compenetrado, desde abajo, antropológico, de observador participante, para entender los detalles; desde arriba es todo muy simple, desde abajo y adentro todo es más complejo, menos claro. Así, el libro es una tercera cosa: ni la historia de esa familia ni los apuntes para ello sino una reflexión sobre los usos de la literatura como registro y como mecanismo para entender la complejidad de la vida.
Todo eso está hecho con inteligencia, con precisión, con una mirada ácida sobre todo lo que ocurre en ese hotel y sobre cómo vive esa clase alta argentina que se dice clase media. Y con momentos de belleza, como esa imagen de dos paisanos descansando sobre el techo de una casa de campo en medio de una inundación: “Se ponían a tomar mate ahí y a mirar cómo atardecía sobre la llanura inundada.” (p. 131-132) Por todo esto, así como es difícil hablar de los libros de Ottonello sin pensar en leer y escribir y los usos de la literatura, es difícil también pensar que no lo vayamos a seguir leyendo.

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