Qué linda la primavera, las flores, el aroma, las chicas se ponen más lindas.
Sí, bueno, pero también está la alergia (por suerte estoy exento, pero la siento con toda esa gente que anda estornudando por la ciudad). Y también están los plátanos y sus pelotitas. Coquitos les decíamos en el colegio; y en invierno cuando te daban con uno de esos en la cabeza dolía. Después en la primavera ya no están tan duros. De hecho, se aflojan para esparcir las semillas por el mundo en pequeños triangulitos de pelusa. ¡Oh, la magia de la naturaleza!
Sí, magia. Pero después llueve, claro. Y esos triangulitos de pelusa se mojan y se expanden y se juntan entre ellos y con algunas hojas que el viento revoleó y tierra y todo eso va a parar a los desagües de mi casa. Entonces yo escucho, a la mañana, después de una noche de tener a una niña en brazos, y de escuchar fuertes ráfagas de viento y agua caer y caer, un regurgitar de desagües que no suena bien. Y me pongo un jean, una remera y una campera y salgo a treparme a los techos y a meter la mano dentro de la zinguería y saco manojos de porquería de sus entrañas. Y me mojo, mucho. Y sigo sacando hasta que parece haberse normalizado el tránsito de agua.
Entonces me puedo vestir con pantalón, camisa y saco y continuar por un tiempo mi vida como un hombre civilizado; un hombre que vive casi siempre bajo la ilusión de que no debe hacer frente a los elementos de la naturaleza.
Pelusa in my garden
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