lunes, 20 de mayo de 2013
lunes, 13 de mayo de 2013
La frente marchita
Leí Formas de
volver a casa, de Alejandro Zambra (Anagrama), el mismo autor de un libro chiquitito que me encantó. Este no me gustó tanto, aunque todos me dicen que es de lo
mejor de Zambra, que debería gustarme. Perdón, no tanto, no.
El narrador escribe una novela en la que revive un
período de su infancia durante la dictadura en Chile, pero en el fondo todo el
libro es una reflexión sobre la literatura. "Leer es cubrirse la cara,
pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla." (p. 66)
La literatura es una forma de irse de casa y una
forma de volver, también, después, como otro, como un otro distinto de los
padres. "Me molesta ser el hijo que vuelve a recriminar, una y otra vez, a
sus padres. Pero no puedo evitarlo." (131) No puede
evitar recriminar, no puede evitar escribir. "Al escribir nos comportamos
como hijos únicos. Como si hubiéramos estado solos siempre. A veces odio esta
historia, este oficio del que ya no puedo salir. Del que ya no voy a
salir." (p. 83)
Me molestan un poco los libros sobre libros, la
literatura sobre literatura. Una reflexión por ahí, puede ser. Pero que todo el
libro sea hablar sobre libros lo siento un poco como un perro dando vueltas
sobre sí mismo para morderse la cola, un gran argumento circular. Al mismo
tiempo, el libro tiene imágenes hermosas y cosas muy interesantes, como esta
cosa de volver y de no querer volver: "Me gustaría estar contra la
nostalgia. Dondequiera que mire hay alguien renovando votos con el pasado.
Recordamos canciones que en realidad nunca nos gustaron, volvemos a ver a las
primeras novias, a compañeros de curso que no nos simpatizaban, saludamos con
los brazos abiertos a gente que repudiábamos. Me asombra la facilidad con que
olvidamos lo que sentíamos, lo que queríamos." (p. 62)
Como en el último libro del que hablé acá, la literatura
es la llave de todo, contarse a uno mismo: "aunque queramos contar
historias ajenas terminamos siempre contando la historia propia." (105) El
relato es el que se puede, no necesariamente genuino, pero siempre real y siempre
necesario: "Es extraño, es tonto pretender un relato genuino sobre algo,
sobre alguien, sobre cualquiera, incluso sobre uno mismo. Pero es necesario,
también." (p. 148)
lunes, 6 de mayo de 2013
Dislexia selectiva
Hace poco terminé de leer un libro con dislexia
selectiva: El hombre sentado, de
Ariel Magnus (Eterna Cadencia).
Cada tanto, sin aviso, se produce el enroque. Hasta
donde veo, la dislexia empieza recién en la página 90 del libro de 170 páginas:
"Él había insistido para que salieran esa mañana a comprarle a Pelle un
nuevo restaurante, él quien sugiriera almorzar en ese palo de golf..." Vuelve
a ocurrir en la página 115: "Parecía un gueto recién escapado de un
judío..." Tarda en volver hasta la 146 ("...por el mismo concepto
cinematográfico que hace que en las películas los trajes estén siempre
peinados, las veredas planchadas y los pelos sin un papel...") y luego en
la 148 ("El reloj volvió a consultar su escribano de pulsera.") y
desde allí ya no para: hay dislexia en las páginas 150, 152, 153, 154, 157, 161,
163, 164, 167... ¿Qué quiere decir? ¿Qué nos quiere marcar el autor con ese
cambio de sentido de las palabras?
El libro se compone de 42 mini capítulos, casi
viñetas, y casi todos con versos de César Vallejo como epígrafes. Los capítulos
engarzan historias de muchos personajes en una misma ciudad, Estocolmo. La
ciudad se paraliza por un gigantesco atasco de tránsito producido por
manifestaciones de una secta que anuncia el fin del mundo a menos que se sacrifique a una virgen. Los autos dejan de tener sentido, como todo lo demás.
En el medio, sólo un personaje parece entenderlo todo: Thomas, "el hombre
sentado", un hombre que está internado en un loquero porque, según su
padre, "Se volvió loco por escribir poesía." (p. 70) Thomas parece
entenderlo todo: piensa que "cuando alguien decide callar más
escucha hablar a los otros, y cuando más escucha hablar a los otros menos
interés encuentra en volver a abrir la boca para algo distinto que comer o
lavarse los dientes." (p. 73) Un hombre que entiende que "Los que
hablan nunca escuchan a los que callan." (p. 74)
El libro, parece, es un homenaje a una película que
nunca veré. Los títulos de todos sus capítulos tienen el mismo formato del
título del libro: el artículo "el", el sustantivo "hombre"
y un adjetivo al final. Salvo uno. Son 41 casos de "El hombre..." y hacia
el final uno distinto. Viene "El hombre sordo", "El hombre
tozudo" y de pronto aparece "El muñeco ensayado". Después sigue
"El hombre experimentado" y "El hombre himnótico" y así
hasta el final. ¿Qué significa esto? ¿Qué sentido tiene? Es el capítulo donde
se produce el sacrificio. Pero el sacrificio no reintroduce orden en el mundo.
De hecho, a partir de allí la dislexia selectiva parece cada vez más
recurrente.
¿Por qué escribo este apunte de lectura, si me dije basta?
No entendí, quizás, que quizás sea mejor callar. Creo que sólo escribiendo
entiendo lo que leí, pero no sé si entendí mucho. El sentido de la dislexia, de
los nombres de los capítulos, del gran atasco de tránsito, de la locura del
poeta. La poesía, el paroxismo de la literatura, quizás sea la clave. El papá
del loco, el papá del único cuerdo, no deja de preguntarse por la poesía.
"Quizás la poesía era eso, pensó Kalle, un lugar donde las personas
distraídas metían los dedos. Ni ellos sabían bien cómo ni por qué, pero
quedaban marcados para siempre." (p. 113) "Quizás eso era un poeta,
pensó Kalle, alguien que entiende las palabras al punto de que ya no puede
reconocerlas ni repetirlas, alguien que llegó al centro del idioma y lo paga
con el más completo analfabetismo." (p. 140)
Los que metimos el dedo quedamos atascados. Y hasta cuando nos cuesta leer y escribir nos parece que no podemos dejar de leer y escribir. Quizás el loco es loco porque no se da por vencido; quizás los cuerdos somos locos porque seguimos intentando.
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