lunes, 25 de mayo de 2020

El primer influencer



Leí The Tipping Point. How Little Things Can Make a Big Difference, de Malcolm Gladwell. Es una lectura curiosa para el momento, porque la pregunta básica del libro es cómo empezar o detener epidemias sociales: ¿cómo se explica que una marca que estaba casi muerta se vuelva a poner de moda, que un libro de una desconocida se haga bestseller, que baje una ola de crimen?
Las tres características de las epidemias son: “uno, que son contagiosas; dos, el hecho de que pequeñas causas pueden tener grandes efectos; y tres, que el cambio no ocurre gradualmente sino en un momento dramático.” (p. 9) Ese momento dramático es el tipping point: “El punto de quiebre es el momento de la masa crítica, el umbral, el punto de ebullición.” (p. 12)
¿Qué es lo que explica que haya o no un momento de quiebre? Según Gladwell, son tres cosas: “Las epidemias son función de las personas que transmiten los agentes infecciosos, el propio agente infeccioso, y el ambiente en el que opera el agente infeccioso. Y cuando una epidemia quiebra, cuando es sacada de su equilibrio, quiebra porque ocurrió algo, algún cambio en alguno (o dos o tres) de esas áreas.” (p. 18-19) Gladwell define tres tipos de personas que hoy llamaríamos, quizás, influencers: los conectores son “especialistas de personas”, gente con muchos contactos y con contactos en muchos grupos diversos entre sí. Los expertos (“mavens”) son especialistas de información, gente con mucha información sobre temas y ganas de transmitirla; son los que te dicen “tenés que comprar la marca x” y te pasa a explicar por qué. Y los vendedores son los que te persuaden de algo. “En una epidemia social, los expertos son bases de datos. Proveen el mensaje. Los conectores son el pegamento social: lo difunden. Pero también hay un grupo selecto de personas - los vendedores - con las habilidades para persuadirnos cuando no estamos convencidos de lo que estamos escuchando. (p. 70)
Es curioso leer este libro veinte años más tarde, con lo que pasó con Internet, los teléfonos móviles, las redes sociales y demás. Hoy, lo que dice Gladwell parece un poco obvio. Las cosas devienen “virales” porque un influencer las empuja; o porque un mensaje pega justo en un momento clave; a veces, incluso, por la fuerza del mensaje. Imaginamos que cuando las tres cosas ocurren juntas, cuando hay un gran producto al que le llegó su momento y empujado por determinadas personas clave, puede exportar; sabemos también, lamentablemente, que hay influencers huecos, que sólo tienen el número a favor, que a veces el número alcanza. Por eso, el libro no parece haber envejecido bien aunque, al mismo tiempo, podemos decir que ayuda a entender muchas cosas que tardaron años en ocurrir. Mi recomendación sería leer (como en tantos libros de este tipo), la introducción y los capítulos uno (“Las tres reglas de las epidemias”), dos (“La ley de los pocos: conectores, expertos y vendedores”) y ocho (“Conclusión: foco, prueba y fe”).

Originales de las citas
“one, contagiousness; two, the fact that little causes can have big effects; and three, that change happens not gradually but at one dramatic moment”. p. 9
“The Tipping Point is the moment of critical mass, the threshold, the boiling point.” p. 12
“Epidemics are a function of the people who transmit infectious agents, the infectious agent itself, and the environment in which the infectious agent is operating. And when an epidemic tips, when it is jolted out of equilibrium, it tips because something has happened, some change has occurred in one (or two or three) of those areas. These three agents of change I call the Law of the Few, the Stickiness Factor, and the Power of Context.” (p. 18-19)

martes, 19 de mayo de 2020

¿El triunfo de la barbarie?



Apuntes para una lectura de El informe de Brodie.
“La intrusa”. Reaparece “el alcohol pendenciero” (p. 431) en un cuento de dos hermanos toscos que comparten todo, hasta el amor de una mujer y más allá en un duelo mudo; Caín y Abel corridos al cuerpo de una mujer, una lealtad que supera cualquier deslealtad.
“El indigno”. Una vez más, la historia de una traición. Con “Todos nos parecemos a la imagen que tienen de nosotros.” (p. 437), coquetea con la causalidad reversa. “La amistad no es menos misteriosa que el amor o que cualquiera de las otras faces de esta confusión que es la vida.” (p. 438) Reescritura del final de El juguete rabioso de Arlt (dice Betty). 
“Historia de Rosendo Juárez”. Rosendo Juárez, el supuesto cobarde de  “Hombre de la esquina rosada”, cuenta su historia a Borges, a quien reconoce como quien “ha puesto lo sucedido en una novela”. (p. 440) Cuenta cómo pasó a ser “matón de comité” una noche (“Esa noche descubrí que no es difícil matar a un hombre o que lo maten a uno”. - p. 441); cuenta que un día le recomienda a su amigo Irala no tratar de vengarse contra un tal Aguilera, quien le “quitó” a la mujer, pero el amigo no le hace caso y Aguilera lo mata. Días después, Juárez es desafiado por el Corralero pero prefiere no pelear e irse. La palabra “novela” parece dejar de ser un equívoco: Juárez tiene el arco narrativo de un héroe de novela.
“El encuentro”. Como en “Juan Muraña”, objetos inanimados que tienen vida, cuchillos que se apoderan de dos hombres para completar un duelo que viene de vidas pasadas (dueños pasados), porque “Las cosas duran más que la gente”. (p. 449) Pero también es el cuento del narrador: “yo anhelaba que alguien matara, para poder contarlo después y para recordarlo.” (p. 447) Borges no pelea, Borges escribe, la siempre presente dualidad de Borges y su genealogía. Y lo que escribe es siempre lo mismo: como bulleándose a sí mismo, dice que el dueño de casa al mostrar la vitrina de armas “me refirió su historia, siempre más o menos la misma, con diferencias de localidades y fechas” (p. 446), como una tabla con los duelos de Para las seis cuerdas
“Juan Muraña”. Una viuda que también mata, un muerto que es un cuchillo, un excelente final: “Juan Muraña fue un hombre que pisó mis calles familiares, que supo lo que saben los hombres, que conoció el sabor de la muerte y que fue después un cuchillo y ahora la memoria de un cuchillo y mañana el olvido, el común olvido.” (p. 453)
“La señora mayor”. La última hija de un héroe de la Independencia cumple 100 años y muere tras los festejos. Esta cita: “las metáforas comunes son las mejores, porque son las únicas verdaderas.” (p. 455/6)
“El duelo” es uno de los pocos cuentos sin cuchillos. Es un duelo mudo (como el de los Nelson, como el de “Guayaquil”) entre dos señoras dedicadas a la pintura: “quizás el duelo fue entre las dos y Marta un instrumento”. (p. 460)
“El otro duelo”. Un duelo de toda una vida entre dos hombres de campo, Manuel Cardoso y Carmen Silveira, duelo tan persistente que “Sin sospecharlo, cada uno de los dos se convierten en esclavo del otro” (p. 465) y que termina, literalmente, con la muerte, en una carrera de degollados.
“Guayaquil”. Otro duelo, pero académico o académico-burocrático, en el que dos historiadores compiten por quien irá a buscar un documento sobre el encuentro de San Martín y Bolívar en Guayaquil, volviendo a poner en escena aquel duelo, quizás; acá, quizás también, el dueño de casa pierde sin presentar batalla. En el duelo los duelistas dejan de ser quienes eran: “ya éramos otros”.
“El evangelio según Marcos”. Otro relato con tintes mágicos y de (como se dice en “El otro duelo”) “la entreverada historia de las dos patrias.” (p. 464) Un estudiante de medicina queda aislado en un campo con la familia del capataz, los Guthrie, devenido los Gutre por generaciones de americanización (barbarización) en las que pierden el idioma inglés, el alfabetismo y la religión. El estudiante les lee una y otra vez el evangelio según Marcos hasta que finalmente los Gutre recrean el martirio con el estudiante como Jesús.
“El informe de Brodie”. Un misionero escocés informa sobre una tribu brutal y truculenta, casi sin lenguaje pero a la que termina redimiendo. La barbarie parece haber triunfado.
¿Cómo llegan los cuentos? A los narradores se las cuentan otros: “La intrusa” por Santiago Dabove; “El indigno” por el librero Santiago Fischbein; “Juan Muraña” por Emilio Trápani, ex compañero de la escuela; “El otro duelo” lo refiere Carlos Reyles. “El encuentro” es recuerdo del narrador y en “Historia de Rosendo Juárez” se la relata el propio Juárez. En “Guayaquil” el narrador cuenta una historia propia en primera persona. “El informe de Brodie” es un manuscrito encontrado en un ejemplar de Las mil y una noches. Solo “La señora mayor”, “El duelo” y “El evangelio según Marcos” se relatan sin noticias de dónde surge el relato.
La victoria de la barbarie. Los europeos aparecen barbarizados por América. Los Nelson devenidos los Nilsen de “La intrusa”; los Guthrie devenidos los Gutre del Evangelio son como los Yahoos de “El informe de Brodie”: “no son una nación primitiva sino degenerada”. (p. 484) Estamos lejos del Borges de “1927, año de promisión”. Irónicamente, los argentinos son los que la cuentan bien: “el observador imparcial, el historiador argentino” (en “La señora mayor”, p. 454); “según el testimonio imparcial de los corresponsables de Buenos Aires” (de “El duelo”, p. 462).

lunes, 11 de mayo de 2020

La venganza del tiempo



Fiera venganza la del tiempo
Que le hace ver deshecho lo que uno amó
Esta noche me emborracho
Carlos Gardel

Nunca había leído El Gatopardo, la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa conocida mundialmente por una frase que es un equívoco. Y no la empecé a leer pensando en el contexto actual (¿cambiará realmente algo alguna vez en la Argentina, para bien o para mal?) sino porque leí una relectura en The Economist que me tentó.
La novela es reconocida por esa frase que Tancredi le dice a su tío, el príncipe de Salina: “Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie.” (l. 439)  (La traducción española que leí debe ser vieja, y me hizo agregar este libro a las razones para aprender italiano, lista que empieza con Il Principe). El sobrino y favorito del príncipe le dice que cambiar ante la victoria del liberalismo es la manera de preservar el lugar de la antigua nobleza. La idea que quedó para la cultura general y política, el concepto de gatopardismo, es de un cinismo que logra preservar el statu quo con cambios apenas aparentes. Quedó la idea de que la operación fue exitosa. Pero es un equívoco, porque la novela no es sobre la política o sobre el cambio sino sobre el tiempo y su hermana, o su hija, su consecuencia natural, la decadencia.
La operación que logra el príncipe para preservar el lugar de su linaje es conseguir que su sobrino Tancredi, tan noble como pobre y ambicioso, se case con la bella hija de un representante de la nueva burguesía en ascenso. Lo hace al costo de romperle el corazón a su propia hija, Concetta. Y es cierto que por un tiempo, la operación es exitosa, y qué más se puede pedir: como le dice el príncipe al padre Pirrone cuando todavía cree en el plan, “Vivimos en una realidad móvil a la que tratamos de adaptarnos como las algas se doblegan bajo el impulso del mar. A la santa Iglesia le ha sido explícitamente prometida la inmortalidad; a nosotros, como clase social, no. Para nosotros un paliativo que promete durar cien años equivale a la eternidad.” (p. 609) Pero el paliativo no dura 100 años. Veinte años después, en 1883, el príncipe muere convencido de su derrota final. A pesar del casamiento de Tancredi, y más allá de sus hijos y nietos, la casa de Salina muere con el príncipe. “Él mismo había dicho que los Salina serían siempre los Salina. Se había equivocado. El último era él. Después de todo, ese Garibaldi, ese barbudo Vulcano había vencido.” (l. 3294)
La decadencia es inescapable y está presente desde el primer capítulo, primero en su forma biológica, cuando el príncipe huele unas rosas casi podridas por el sol siciliano y le parece “oler el muslo de una bailarina de ópera” (l. 174). En el capítulo del baile la decadencia toma el centro de la escena. El príncipe se desanima viendo a viejas amantes: “Dos o tres de aquellas viejas habían sido sus amantes y viéndolas ahora cansadas por los años y las nueras, le costaba trabajo el pensar que había malgastado sus años mejores persiguiendo —y alcanzando— semejantes esperpentos. (l. 2937) Culpa al suegro de Tancredi, Sedàra, y a la clase ascendente tanto como a su propia clase que no logró prosperar por “esa sensación de muerte que ahora, claramente, ensombrecía estos palacios.” (l. 2986) Pero sobre todo, ve como patético el espectáculo de los jóvenes enamorados, Tancredi y Angelica, “sordos a las advertencias del destino, convencidos de que todo el camino de la vida será tan liso como el pavimento de aquel salón, actores ignaros a quienes un director de escena hace recitar el papel de Julieta y el de Romeo ocultando la cripta y el veneno, ya previstos en el original.” (l. 2994) Todo, hasta ese amor, destinado a la decadencia, incluso cuando “su disgusto cedía el puesto a la compasión por todos estos efímeros seres que buscaban gozar del exiguo rayo de luz concedido a ellos entre las dos tinieblas, antes de la cuna y después de los últimos estertores.” (l. 3000)
Hace muchos años, antes del segundo kirchnernismo, antes de la esperanza (para mí y los míos) del macrismo, antes del primer kirchnerismo y de la gran crisis, incluso, en los salones del gran club aristocrático de la Argentina, un gran señor me dijo, indicando con todo su cuerpo las mesas de madera finísima, los techos inalcanzables, el gran tapiz restaurado gracias a la donación del gran barón de la industria y el campo, a los mozos y los candelabros de plata, “qué deliciosa decadencia, ¿no?” y yo no terminé de entender porque todavía pensaba que un futuro distinto era posible. El príncipe de Salina me hubiera dicho que yo pensaba eso no por una lectura de la historia o de la política sino, simplemente, por mi posición de veinteañero. La decadencia es la consecuencia natural del tiempo, inexorable. “Hacía decenios que sentía cómo el fluido vital, la facultad de existir, la vida en suma, y acaso también la voluntad de continuar viviendo, iban saliendo de él lenta pero continuamente, como los granitos se amontonan y desfilan uno tras otro, sin prisa pero sin detenerse ante el estrecho orificio de un reloj de arena.” (l. 3179).

Otras citas
“Recordó en esta circunstancia lo que decía don Fabrizio: cada vez que uno se encuentra con un pariente, tropieza con una espina.” (l. 2697)
“no son los latifundios ni los derechos feudales los que hacen al noble, sino las diferencias.” (l. 2661)
“Un hombre de cuarenta y cinco años puede creerse joven todavía hasta el momento en que se da cuenta de que tiene hijas en edad de amar.” (l. 958)
“El amor. Evidentemente, el amor. Fuego y llamas durante un año, cenizas durante treinta.” (l. 1003)
“Pertenezco a una generación desgraciada, a caballo entre los viejos y los nuevos tiempos, y que se encuentra a disgusto con unos y con otros.” (l. 2442)
“los sicilianos no querrán nunca mejorar por la sencilla razón de que creen que son perfectos. Su vanidad es más fuerte que su miseria.” (l. 2482)


sábado, 9 de mayo de 2020

14 piras



De chiquitos, a veces, en el campo, los papás nos dejaban ir de noche a algún lado a acampar; nos íbamos a unos metros de la casa, prendíamos un fuego, calentábamos salchichas pinchadas en un palito y nos contábamos historias. Después el fuego se apagaba, se ponía fresco y nos íbamos para la casa tratando de que los padres no se dieran cuenta de que habíamos claudicado... En un departamento en el centro, una amiga se quedaba a dormir en casa de otra. La mamá ponía sábanas y frazadas sobre un colchón tirado en el piso, apagaba las luces y ahí empezaban los cuentos.
Algunos no podemos dejar esa costumbre. Es más: llevamos esa inclinación a un nivel superior; pasamos esa oralidad a un papel y después recreamos esa oralidad leyendo frente a otros. Todas las noches, cientos de grupos de personas se reúnen a leerse y a escucharse; en Buenos Aires y en todo el mundo. En cada una de esas personas hay un fuego interno. Y en medio de cada uno de esos grupos hay un fuego – real, imaginado o tácito – que los une.
Ahí, en cada grupo, hay comunión, y hay una ofrenda que cada uno da a los demás. El que lee ofrece una ventana a su identidad, a sus miserias, logros, miedos, amores, deseos, sufrimientos. Los que escuchan ofrecen algo a cambio. A veces es un comentario sobre una palabra o un tiempo verbal. Pero más importante, y siempre, cada uno está ofreciendo su escucha, su cercanía. Le dice al que lee, sin palabras: no estás tan sola en tu soledad.
El grupo de las 14 piras, es el grupo de los lunes a la noche de los talleres literarios de Santiago Llach. Somos un grupo de fronteras indefinidas: algunas personas pasaron por este grupo de taller pero no quedaron como miembros del grupo; otros dejaron de ir a taller los lunes pero siguen siendo parte. Algunos de nosotros nunca hicimos taller juntos. Somos un grupo diverso por género, orientación sexual, ideas políticas, religión, situación económica, lo que se les ocurra. Intuyo que mirarnos de afuera y vernos juntos debe generar cierta perplejidad. ¿Qué hace ese señor tradicional de Recoleta con esa chica de Puán? ¿Qué hace ese economista millenial con esa lectora voraz de Don Torcuato?
Lo que nos une es poco visible. Lo que nos une es la literatura. Lo que nos une es que seguimos, un poco como a los 12, queriendo contar y escuchar cuentos. Que nos gusta leer y que sentimos la necesidad de escribir (a veces con gusto, a veces con dolor, siempre con algo de molestia).
Sobre todo, nos une una cierta intensidad que nos obliga a escribir lo que sentimos, a expresarlo y a querer mostrarlo, aunque con ambivalencia, porque mostrar nos resulta también incómodo. Nos da vergüenza, nos asusta, nos oprime; nos hace sentir aún más vulnerables. Por esa intensidad quizás un poco neurótica, un día obtuvimos como grupo el nombre de Caracteres Ardientes. Ese nombre derivó a su vez en una identidad visual: una fogatita que dibujó Esteban Serrano y que pasó a ser nuestro sello.
Un día, ese deseo intenso y retorcido por mostrar lo que hacemos encontró un canal. Ocurrió, nuevamente, por una idea de Esteban. La idea era simple. Si agarramos una hoja A4 y la doblamos tres veces nos quedan 16 caras de papel. En ese papel podemos plantar un poema de 14 caras, más una tapa y una contratapa.  Un mini libro de un poema, en una hoja de papel. Cada uno de esos poemas, con una ilustración y un título, y con cierta unidad visual que brinda nuestro sello, pasa a ser una pira; una ofrenda de su autor al resto del grupo y al mundo.
Hicimos 14 piras de 14 páginas y las ofrecemos al mundo. Es una manera de hacer circular lo que hacemos. Compartimos por todas las redes sociales archivos de estos libros de un poema de una página. El que quiera puede bajar gratis una, algunas o todas las piras; puede imprimir o fotocopiar; puede quedarse con lo que imprimió o regalar.
Más allá del valor de cada pira, el proyecto tiene un valor claro: poner la literatura al alcance de todos; demostrar que se puede materializar y distribuir algo que surgió de un grupo reunido a contar cuentos. Sabemos que es difícil; sabemos que el mercado editorial argentino es muy limitado. Sabemos que hay cientos y miles de escritores argentinos que no logran publicar y visibilizar sus producciones. Pero este proyecto de alguna manera demuestra que con buenas ideas no es imposible. Con una idea y con los recursos que surgen cuando un grupo de gente busca hacer algo en conjunto.
Fue posible por la idea de Esteban; por el aporte de Noelia Torres como editora; por lo que sumó cada uno de nosotros compartiendo lo suyo. Y, sobre todo, fue posible por la indispensable compañía que encontramos del otro lado. Por gente que leyó y bajó y compartió: una maestra de escuela, librerías, editoriales, talleristas que ayudaron a circular las piras. Todos ellos responden a nuestra ofrenda de palabras con la ofrenda de escuchar.
En El idioma de los argentinos, Borges dice que “la intensidad es una forma de eternidad”. Las piras, probablemente, no estén llamadas a perdurar eternamente, pero representan algo que sí es eterno. Representan ese deseo eterno de los intensos por contar y escuchar. Por poder seguir, como cuando éramos chicos, como en el pasado más remoto de la humanidad, compartiendo cuentos alrededor de una fogata.

Twitter: @catorcepiras
Instagram: @catorcepiras

lunes, 4 de mayo de 2020

Manso declive


El primero de mayo estaba en la cama leyendo Elogio de la sombra y se acercó hija#2; se subió a la cama y me preguntó si leía Borges. Le dije que sí y le dije “vení, leamos este que te va a gustar”. Leímos “Junio, 1968”, un poema en el que un Borges casi ciego, consciente de que está en “la tarde de oro” de la vida, disfruta de estar en una biblioteca a pesar de que “sabe que ya no podrá descifrar / los hermosos volúmenes que maneja” porque “siente esa felicidad peculiar / de las viejas cosas queridas.” En la segunda lectura, con un poco de ayuda, hija#2 vio un poco más de lo que pasaba: los libros, la biblioteca, el hombre grande y casi ciego, la textura de los libros en sus manos. Hija#2, que ama los libros, entendió algo.

Ese poema es la sensación que me queda después de una lectura de Elogio de la sombra: la de un Borges calmo, más tranquilo en su propia piel. En el prólogo, dice que “A los espejos, laberintos y espadas que ya prevé mi resignado lector se han agregado dos temas nuevos: la vejez y la ética.” (p. 379) La vejez y la muerte están, efectivamente, muy presentes. En “Heráclito”, en “Las cosas”, en “Una oración”, en “His end and his beginning”, en “Un lector” y, obviamente, en el final “Elogio de la sombra”: “Esta penumbra es lenta y no duele; / fluye por un manso declive / y se parece a la eternidad.” Detrás de todo está muy presente, también, como siempre, la pregunta por la identidad. En “El laberinto” dice “He olvidado / los hombres que antes fui”. En “Fragmentos de un evangelio apócrifo” dice “Nadie es la sal de la tierra, nadie, en algún momento de su vida, no lo es.” (También dice esta belleza: “Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena.”) Y claro, el último verso del último poema, el que le da el nombre al libro, que junta la identidad con la muerte: “Pronto sabré quién soy.” 

Hay unos cuantos textos políticos. En “A cierta sombra, 1940” hay una clarísima postura pro-aliados: “Que no profanen tu sagrado suelo, Inglaterra / el jabalí alemán y la hiena italiana”. “Pedro Salvadores” refiere la historia de un unitario que se esconde de la mazorca en un sótano durante nueve años y que al huir Rosas emerge gordo, blanco, hablando en voz baja. Salvadores nunca recupera sus campos, muere en la miseria y el texto concluye: “Como todas las cosas, el destino de Pedro Salvadores nos parece un símbolo de algo que estamos a punto de comprender.” Hay tres poemas en defensa de Israel: “A Israel” (“Salve, Israel, que guardas la muralla / de Dios, en la pasión de tu batalla”); “Israel” (Israel como un mismo hombre, con distintas imágenes del judío en la historia, “que ahora ha vuelto a su batalla, / a la violenta luz de la victoria, / hermoso como un león al mediodía.”); e “Israel, 1969” (“Serás un israelí, serás un soldado. (...) Una sola cosa te prometemos: / tu puesto en la batalla.”)

Pero lo que queda es esa sensación de que uno puede volver a uno o dos poemas, leerlos, pensarlos, dejarlos, con la calma de esa tarde de oro, de ese manso declive.