lunes, 13 de mayo de 2013

La frente marchita


Leí Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra (Anagrama), el mismo autor de un libro chiquitito que me encantó. Este no me gustó tanto, aunque todos me dicen que es de lo mejor de Zambra, que debería gustarme. Perdón, no tanto, no.


El narrador escribe una novela en la que revive un período de su infancia durante la dictadura en Chile, pero en el fondo todo el libro es una reflexión sobre la literatura. "Leer es cubrirse la cara, pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla." (p. 66)
La literatura es una forma de irse de casa y una forma de volver, también, después, como otro, como un otro distinto de los padres. "Me molesta ser el hijo que vuelve a recriminar, una y otra vez, a sus padres. Pero no puedo evitarlo." (131) No puede evitar recriminar, no puede evitar escribir. "Al escribir nos comportamos como hijos únicos. Como si hubiéramos estado solos siempre. A veces odio esta historia, este oficio del que ya no puedo salir. Del que ya no voy a salir." (p. 83)
Me molestan un poco los libros sobre libros, la literatura sobre literatura. Una reflexión por ahí, puede ser. Pero que todo el libro sea hablar sobre libros lo siento un poco como un perro dando vueltas sobre sí mismo para morderse la cola, un gran argumento circular. Al mismo tiempo, el libro tiene imágenes hermosas y cosas muy interesantes, como esta cosa de volver y de no querer volver: "Me gustaría estar contra la nostalgia. Dondequiera que mire hay alguien renovando votos con el pasado. Recordamos canciones que en realidad nunca nos gustaron, volvemos a ver a las primeras novias, a compañeros de curso que no nos simpatizaban, saludamos con los brazos abiertos a gente que repudiábamos. Me asombra la facilidad con que olvidamos lo que sentíamos, lo que queríamos." (p. 62)
Como en el último libro del que hablé acá, la literatura es la llave de todo, contarse a uno mismo: "aunque queramos contar historias ajenas terminamos siempre contando la historia propia." (105) El relato es el que se puede, no necesariamente genuino, pero siempre real y siempre necesario: "Es extraño, es tonto pretender un relato genuino sobre algo, sobre alguien, sobre cualquiera, incluso sobre uno mismo. Pero es necesario, también." (p. 148)

lunes, 6 de mayo de 2013

Dislexia selectiva



Hace poco terminé de leer un libro con dislexia selectiva: El hombre sentado, de Ariel Magnus (Eterna Cadencia).
Cada tanto, sin aviso, se produce el enroque. Hasta donde veo, la dislexia empieza recién en la página 90 del libro de 170 páginas: "Él había insistido para que salieran esa mañana a comprarle a Pelle un nuevo restaurante, él quien sugiriera almorzar en ese palo de golf..." Vuelve a ocurrir en la página 115: "Parecía un gueto recién escapado de un judío..." Tarda en volver hasta la 146 ("...por el mismo concepto cinematográfico que hace que en las películas los trajes estén siempre peinados, las veredas planchadas y los pelos sin un papel...") y luego en la 148 ("El reloj volvió a consultar su escribano de pulsera.") y desde allí ya no para: hay dislexia en las páginas 150, 152, 153, 154, 157, 161, 163, 164, 167... ¿Qué quiere decir? ¿Qué nos quiere marcar el autor con ese cambio de sentido de las palabras?
El libro se compone de 42 mini capítulos, casi viñetas, y casi todos con versos de César Vallejo como epígrafes. Los capítulos engarzan historias de muchos personajes en una misma ciudad, Estocolmo. La ciudad se paraliza por un gigantesco atasco de tránsito producido por manifestaciones de una secta que anuncia el fin del mundo a menos que se sacrifique a una virgen. Los autos dejan de tener sentido, como todo lo demás. En el medio, sólo un personaje parece entenderlo todo: Thomas, "el hombre sentado", un hombre que está internado en un loquero porque, según su padre, "Se volvió loco por escribir poesía." (p. 70) Thomas parece entenderlo todo: piensa que "cuando alguien decide callar más escucha hablar a los otros, y cuando más escucha hablar a los otros menos interés encuentra en volver a abrir la boca para algo distinto que comer o lavarse los dientes." (p. 73) Un hombre que entiende que "Los que hablan nunca escuchan a los que callan." (p. 74)
El libro, parece, es un homenaje a una película que nunca veré. Los títulos de todos sus capítulos tienen el mismo formato del título del libro: el artículo "el", el sustantivo "hombre" y un adjetivo al final. Salvo uno. Son 41 casos de "El hombre..." y hacia el final uno distinto. Viene "El hombre sordo", "El hombre tozudo" y de pronto aparece "El muñeco ensayado". Después sigue "El hombre experimentado" y "El hombre himnótico" y así hasta el final. ¿Qué significa esto? ¿Qué sentido tiene? Es el capítulo donde se produce el sacrificio. Pero el sacrificio no reintroduce orden en el mundo. De hecho, a partir de allí la dislexia selectiva parece cada vez más recurrente.
¿Por qué escribo este apunte de lectura, si me dije basta? No entendí, quizás, que quizás sea mejor callar. Creo que sólo escribiendo entiendo lo que leí, pero no sé si entendí mucho. El sentido de la dislexia, de los nombres de los capítulos, del gran atasco de tránsito, de la locura del poeta. La poesía, el paroxismo de la literatura, quizás sea la clave. El papá del loco, el papá del único cuerdo, no deja de preguntarse por la poesía. "Quizás la poesía era eso, pensó Kalle, un lugar donde las personas distraídas metían los dedos. Ni ellos sabían bien cómo ni por qué, pero quedaban marcados para siempre." (p. 113) "Quizás eso era un poeta, pensó Kalle, alguien que entiende las palabras al punto de que ya no puede reconocerlas ni repetirlas, alguien que llegó al centro del idioma y lo paga con el más completo analfabetismo." (p. 140)
Los que metimos el dedo quedamos atascados. Y hasta cuando nos cuesta leer y escribir nos parece que no podemos dejar de leer y escribir. Quizás el loco es loco porque no se da por vencido; quizás los cuerdos somos locos porque seguimos intentando.