lunes, 26 de abril de 2021

Mirar para atrás

 


Leí Sorry for your trouble, de Richard Ford, genio, a quien amamos por Canadá y por Frank Bascombe, un viejo amigo al que nos encantaría invitarle una cerveza en la costa de Jersey (The Sportswriter, Independence Day, The Lay of the Land, Let me be Frank with You).

Sorry for your trouble es una colección de cuentos que vibran en el mismo tono, en un tono muy de Ford; el de personajes, grandes o chicos, mujeres o, sobre todo, varones, que están permanentemente reflexionando sobre esta cosa tan rara que es la vida. No es que los personajes de Ford le buscan un sentido a la vida en términos de lograr determinada cosa o cumplir con una misión u otra; le buscan el sentido a la vida, más bien, en términos de entender cómo se conectan los distintos puntos de nuestras historias. De hecho, el libro termina, en “Second Language”, con Jonathan pensando en esa línea: “Las cosas seguirían adelante para ellos hasta que aquello que fuera deseado de la vida, fuera lo que fuera, resultara claro y acomodable, como si siempre lo hubieran querido así. Todas estas cosas, estas cosas separadas, estaban en realidad conectadas entre sí, sentía él.” (p. 255)

Los cuentos de esta colección están conectados entre sí por esa manera de vibrar de los personajes. De los personajes principales, todos son gente grande, arriba de 40 o 50 o más, salvo el de “Displaced”, donde un chico de Mississippi empieza la adolescencia con la muerte del padre y busca una palabra para definir lo solo que se siente: “Así. Te sentís tan solo de una manera que tiene tantos costados distintos que no hay una palabra para describirlo. Los intentos para encontrar la palabra te dejan confundido.” (p. 45) Y son todos varones salvo Eileen Lewis, la protagonista de “A Free Day”, que tres o cuatro veces por año se toma un día libre: se encuentra en un hotel del aeropuerto con su amante, Tom Magee, y después pasea por la gran ciudad. A  pesar de que también esa relación monta cierto tedio, a Eileen no se le ocurre cortarlo (“¿Por qué habrían de hacerlo?”, p. 195) y, después de quedarse encerrada fuera del cuarto con cierto susto por un rato, y de un paseo no muy agradable por Dublín, reflexiona: “Había tanto tiempo para estar viva; y después ya no estabas más.” (p. 201)

Casi todos los demás son hombres mayores, muchos de New Orleans o que fueron a vivir a New Orleans o de otro lugar del sur (como el chico de “Displaced”), muchos abogados, como era abogada Eileen. En “Nothing to declare”, Sandy, un abogado de New Orleans se encuentra, muchos años después, con una novia de la juventud; caminan por New Orleans, hablan, parece que podría ocurrir más, se despiden, y Sandy piensa que el encuentro no significa nada, o significa todo. “Ella había comenzado a hablar con menos palabras de las necesarias” (p. 5), se dice en un momento, y eso es una nota sobre todo el libro, en el que Ford habla con frases cortas, muchas veces de una sola palabra, con menos palabras de las que parecen necesarias pero que alcanzan. Como alcanzan algunos pocos recuerdos de estas personas, recuerdos que vienen como olas en una playa lejana, para construir, en pocas páginas, personajes totalmente creíbles. Personajes, como dije, que están siempre pensando en la trayectoria de la propia vida: “Nothing to declare” termina con “un constante ir hacia adelante hacia la noche ahora, y las incontables noches que quedaban.” (p. 23)

Algo parecido le pasa al personaje de “Jimmy Green 1992”, un hombre cuya vida cambia totalmente, para mal, cuando se involucra con la hija de un colega y que, en una noche de frío y alcohol en París se liga unas trompadas equivocadas y termina sacando a pasear el perro de la chica con la que salió a la noche y preguntándose cómo llegó hasta ahí: “Acá, por supuesto, nunca era precisamente el punto que habías alcanzado (un punto de vista que muchas veces se recordaba a sí mismo). Acá era un punto que ya habías pasado sin darte cuenta. ¿Era ese el significado del optimismo? ¿O del pesimismo? ¿Ver a dónde estabas como algo inevitable y pasado? Esto le recordaba de la joven hija de su socio. (...) Nada de eso debió haber causado lo que causó - toda la calamidad. La pérdida amarga, el desarmarse de la vida. Aunque es posible que eso también hubiera sido inevitable.” (p. 165)

Y también está la muerte, claro. En “Happy”, dos veteranas parejas amigas reciben a “Happy” Kamper, la ex pareja de un amigo en común que acaba de morir. Y en “The run of yourself”, una novella más que un cuento corto, Peter Boyce trata, dos años después, de ajustarse a la muerte de su mujer. Peter es otro que cree en pequeños ajustes: “Aceptando es cómo uno lograba mantenerse en línea. Los pequeños ajustes en evolución.” (p. 139)

A veces, como en “Crossing”, todo esa reflexión encuentra una emoción. Pero siempre es medida, contenida. En “Crossing”, un abogado americano está cruzando en ferry de Inglaterra a Irlanda y es abordado por una americana de un grupo de tres. La señora le pregunta la razón de su viaje y él, sorprendiéndose a sí mismo por contarlo, dice que está yendo a cerrar el trámite de su divorcio, y vuelve a sorprenderse cuando se le forma una lágrima. “Dejar caer solo ese pequeño diamante, en un momento tan inesperado, había sido permisible.” (p. 84)

Con un lenguaje sutil, pausado, con menos palabras de las necesarias, Ford nos va mostrando episodios de estos hombres, episodios en los que siempre miran para atrás para tratar de imaginar a sus propias vidas como líneas que parezcan coherentes, plausibles, defendibles, mientras, inquietos, tratan de no pensar demasiado sobre lo que viene por adelante.

 

Originales de las citas usadas

“Things would go on for them until whatever was desired of life was clear and accommodatable, as though they had always wanted it that way. All these things, these separate things were really connected, he felt.” (p. 255)

“So. You are so alone in a way that is so many-sided there is not a word for it. Attempts to find the word leave you confused”. (p. 45)

“Why would they?” (p. 195)

“There was so much time to be alive; then you weren’t anymore.” (p. 201)

“She had begun to talk with fewer than the necessary words.” (p. 5)

“a seamless carrying forward into the evening now, and the countless evenings that remained.” (p. 23)

“Here, of course, was never precisely the point you’d attained (a view he often reminded himself). Here was a point you’d passed already but didn’t realize. Was that what optimism meant? Or was it pessimism? Seeing were you found yourself as inevitable and past? It made him recollect of his partner’s young daughter. (...) None of it should’ve caused what it caused - all the calamity. The embittering loss, the disassembling of life. Though that had possible been inevitable also.” (p. 165)

 “He was a born listener, a man who paid attention. Accepting was how you kept the run of yourself. The evolving, small adjustments.” (p. 138-139)

“Shedding just this little diamond, at a most unexpected moment had been permissible.” (p. 84)

lunes, 12 de abril de 2021

Un buen proyecto

 


Leí, por sugerencia primero de esposa y luego de hija#1, The Rosie Project, de Graeme Simsion.

The Rosie Project es una novela divertida sobre un profesor universitario de genética (Don Tillman) con algún tipo de trastorno del espectro autista que un día decide encarar, científicamente, la búsqueda de una esposa. Mientras el “proyecto esposa” se encuentra con todos los problemas que nos podemos imaginar, Don se topa con una joven bella y espontánea a quien intenta ayudar a encontrar su padre biológico (“proyecto padre”). En el camino, obviamente, el amor destruye el proyecto de la búsqueda científica de una esposa ideal.

Escrita en la primera persona de Don, The Rosie Project es una novela divertida con el plus de decirnos algo acerca de los trastornos del espectro autista. Para el tema, siempre recomendaría primero La música que llevamos dentro, de Julia Moret, pero igual fue una lectura rápida y divertida, como ir al cine a ver una comedia romántica con pochoclos y todo.

martes, 6 de abril de 2021

La fortaleza impregnable de la debilidad


Va a ser muy difícil transmitir lo que me produjo leer Un lugar guardado para algo, de Luciana Cáncer. Quizás tenga que hacer como hizo ella con su novela: simplemente escribir entradas muy cortas y esperar que al final se conecte todo. (Eso, por supuesto, no es cierto; esa es la impresión que le da al lector, que todo se conecta solo al final, pero no es aleatorio: es fruto del trabajo).

Leí por primera vez las primeras versiones de algunos de estos textos en un conventillo de la calle Talcahuano, en el taller de Santiago Llach cuando Santi era un secreto a voces y sus alumnos una banda de forajidos. Hoy, Santi es una realidad en el ambiente literario argentino, su taller es una empresa que multiplica el amor por los libros y las conexiones entre gente que ama a los libros; y sus alumnos son una legión de humanos que intentan poner en palabras todas sus dificultades para ser humanos. Muchos de ellos ya lo han hecho realidad con libros de carne y hueso. Como el de Esteban Serrano con la historia de su abuelo, como el de Nicolás Gadano con la de sus padresLuciana hace eso mismo en Un lugar guardado para algo: pone en palabras, en palabras hermosas, con su propia música y en su propio mundo centrado en Lobos, provincia de Buenos Aires, sus dificultades; una enfermedad porfiada, un padre ausente, una relación imposible con alguien tan signado por la enfermedad como ella. 

La enfermedad, la anorexia, cruza todo: “Todas las escenas de mi vida, las importantes y definitivas y también las otras, las mil escenas y microescenas cotidianas, están entretejidas con la enfermedad.” (p. 158) Rodrigo, ese amor imposible, adolescente, roto, está siempre ahí también, mezclado con la enfermedad. “A veces pienso que la anorexia y Rodrigo fueron los recipientes que me quedaron cómodos para desarrollar mi locura: dos contenedores virtuales en los que gotea, incesante, el cúmulo de mis obsesiones.” (p. 82)

Detrás de ambas cosas, uniéndolas en la causalidad quizás, está el padre que no está, el vacío, la falta, la fuente del vacío y de la falta. “Podría transcribir acá diez, cincuenta o cien fragmentos de escenas de hijas que no pudieron o no supieron entenderse con su padre, que fui recortando y pegando en las paredes de una habitación mental dedicada a mi condición de hija abandonada. La desesperación que produce la necesidad de cercanía, y la confirmación, una y otra vez, de la imposibilidad de alcanzarla, es un sentimiento que me destroza, un crac continuo, un goteo desgarrador.” (p. 146)

Y uniendo a todo esto pero hacia adelante, de manera superadora, sanadora casi - aunque la verdadera sanación parezca o sea no un lugar guardado sino un lugar al que no se puede llegar - está la escritura. “Fuiste mi proyecto de escritura, desde el principio. Quiero decirle esto a la enfermedad de mi mente que distorsiona mi cuerpo. Quiero decírselo a Rodrigo. A veces pienso que la enfermedad y él son la misma cosa. Dos puntos marcados en una misma línea continua. Un estado mental.” (p. 59) La escritura que revuelve las tripas, que parece destruir (“Mientras escribo siento que mi corazón se va quedando sin capas, lo deshojo, envoltorio tras envoltorio, desarmo la precaria y obstinada protección que construí para ocultarlo.” - p. 75) pero que arma; la escritura que construye, que hace algo fuerte de toda ese debilidad.

¿Cómo puede ser tan fuerte una voz tan frágil?, pensé en algún momento de la lectura, y recordaba a Luciana leer en voz baja, una voz que apenas se escuchaba en el templo de la calle Talcahuano. ¿Cómo puede una voz tan dulce contar tanto dolor, cómo puede tanto dolor tener una voz tan dulce? Un ángel lánguido, una voz única, que desde esa debilidad construye un libro poderoso y, quizás, pensamos, creemos, queremos quienes la queremos, una fortaleza inexpugnable desde donde hacer frente a las acechanzas del pasado.