Ayer compartí tres estaciones de subte con una chica cuyo nombre nunca sabré. Se sentó frente a mí en la estación Lavalle; era morocha, con una nariz fina y más bien larga y ojos oscuros y vidriosos. Apenas se sentó la miré y su rostro tenía una extraña expresión; una mueca triste y preocupada, una sonrisa un poco torcida, de desazón más que de alegría. ¿Qué pasó, morocha? ¿No te dieron la respuesta que esperabas? Pero te dejaron una puerta abierta, ¿no?
En mi próximo mirar la sonrisa se había ido. La cara ya era menos de preocupación que de tristeza. Tranquila, flaca. Todo tiene arreglo, salvo la muerte, y eso no es lo que te aflige. Lo sé porque ya nos conocemos.
Ahora quiero saber más, estoy atrapado. Por esa cara, por esa expresividad, por esa historia que nunca sabré. Hay una decisión que tomar, hay un mundo difícil que afrontar. Yo hago que miro al costado y atrás de ella, pero sólo soy consciente de la flaca, que acaba de llegar a una conclusión; lo detecto por el apenas perceptible pero bien claro - para mí - movimiento de la cabeza: "eso no". Pero después volvió la tristeza; la alternativa no es mucho mejor, ¿no?
¿Qué pasa, linda? ¿Es el trabajo, la facu, tu novio? ¿Es tu mamá? ¿Qué pasó morocha, que me llevás de la preocupación a la tristeza, que resolvés la cuestión y nada mejora? ¿Qué aprendiste en estas tres estaciones?
Te parás y te acompaño con la vista, pero ya desembozadamente: quiero que sepas que me importás, flaca; que quiero saber qué es lo que te pasa; que en cierto sentido sé qué te está pasando, porque tuve tu edad; porque sé que sentís que es un momento clave de tu vida (no lo es, no te preocupes); y que pensás que no estás lista para la decisión (no, no lo estás, pero tranquila: nunca lo estarás). No, no me las sé todas, flaca, pero ese es el punto: nadie sabe, todos avanzamos a tientas.
Pero no me mirás y no te puedo transmitir esta confianza resignada, esta resignación confiada. Y pienso en pararme y decirte al oído, susurrando: "que tengas un buen día"; o, quizás mejor si es más explícito, "va a estar todo bien". Pero la verdad es que no sé si estará todo bien, y además ya llegamos a Avenida de Mayo; ya te fuiste, las puertas se cerraron, y estoy mirando a un gordo barbudo a quien no le pasa nada de esto; un cuarentón aburrido a quien ya nada le pasa. Y yo ni siquiera se tu nombre, flaca, ni siquiera sé tu nombre.