Leí One Shot,
novela 11 de 28 de la serie de Jack Reacher, por Lee Child. Y voy a protestar
un poco aunque estoy a pocas páginas de terminar la novela 12. Es un papelón ya
esto que estoy haciendo con mi historial de lectura y con mi blog. Pero como
nadie me lee lo hago igual -enorme non sequitur-.
En todo caso, me
pregunto qué puedo decir de One Shot que no haya dicho ya, o que diferencie a
esta novela de las demás, y no se me ocurre mucho. De hecho, tuve que releer
mis notas y subrayados del Kindle para recordar de qué iba esta, y tenemos, una
vez más, como positivo que el caso no le cae a Reacher del cielo: en esta
novela, como en pocas otras, el caso está conectado con la propia historia de
Reacher; con algo o alguien de su pasado. Esto le da algo de verosimilitud por
lo menos a la oportunidad; y está bueno, porque después tenemos problemas de
inverosimilitud importantes. Por ejemplo, la composición de la banda de los
malos no tiene ninguna lógica: si sos una empresa de la construcción corrupta
difícilmente seas al mismo tiempo un equipo militar sofisticado. Y ni hablar de
la banda que arma Reacher para la batalla final contra ellos, compuesta por dos
ex militares, una periodista y una abogada.
Lo que podemos
decir de positivo -y esto lo vengo viendo en las últimas- es que las novelas van
ganando en humor. Y no solo el humor del ridículo, de clichés tan grandes que
te hacen gracia, como me pasó hace un par de semanas al volver a ver la Top Gun
original, sino de humor voluntario, en parte por diálogos divertidos (lo que a su vez refuerza mi teoría de que en cierto momento, Jack Reacher se convirtió en una
empresa, con talento pago). Ejemplo, un diálogo con una chiquita que lo quiere
engañar: “‘No me molesta ver sangre’, dijo ella. “Estoy segura que te encanta’,
dijo Reacher. ‘Una semana cada cuatro te da un gran alivio’.” (p. 115) Otro:
“Por experiencia, Reacher sabía que había pueblos en los que había más calles
con nombres de árboles que árboles propiamente dichos.” (p. 155)
Es indefendible
que lo siga leyendo, pero ahí voy, qué voy a hacer. En mi mesa de luz me está
esperando un libro muy bueno sobre la historia de las relaciones exteriores de
EE.UU., el tomo cuatro de las obras completas de Georgie y el último de Molloy
antes de morir. Y yo sigo bajándome Reachers al Kindle. Y como un jonkie, me digo uno solo, uno solo más y vuelvo a leer libros de verdad.