viernes, 25 de febrero de 2022

Ser bueno

 


Leí Crossroads, la última novela de Jonathan Franzen, genio de quien leí The Corrections, Freedom, Purity (novelas) y, más recientemente, The Discomfort Zone (memorias).

Mientras leía Crossroads, alguien me compartió una vieja y actual entrevista de Roth a Kundera (acá en inglés y acá en español), que tiene la mejor definición de “novela” que haya leído. Dice Kundera: “Una novela es un fragmento largo de prosa sintética basada en la experimentación con personajes inventados. Estos son los únicos límites. Por la palabra sintético me refiero al deseo del novelista de abarcar su tema desde todos los ángulos y de la forma más completa posible. Ensayo irónico, narrativa novelística, fragmento autobiográfico, hecho histórico, vuelo de la fantasía; el poder sintético de la novela es capaz de combinar cada uno de estos elementos en un todo unificado como las voces de la música polifónica. No es necesario que la unidad de un libro provenga del argumento, sino que puede ser suministrada por el tema.”

Bueno, en eso Franzen es un maestro. Agarra un tema y pone a unos personajes (que generalmente son una familia del Midwest) a mostrarnos de qué se trata ese tema. Lo hace en The Corrections, donde el tema central es la corrección, el intento de corregir aquello en que se ha fracasado; en Freedom, donde el tema es la idea de la libertad, como bendición o como maldición, donde todos todos los personajes tienen que liberarse o entregarse a algo; lo hace en Purity con el tema de la culpa; y lo hace, finalmente, en Crossroads, donde el tema principal es cómo ser bueno y el tema secundario (casi) es el de la adolescencia.

En Crossroads, como en The Corrections, Franzen vuelve a diseccionar a una familia de clase media del Midwest. En este caso son los Hildebrandt: Russ (el pastor con crisis de fe), Marion (la esposa pasada de peso y con un pasado pesado), Clem (el hijo mayor responsable), Becky (la hija perfecta), Perry (el hijo del medio con problemas), Judson (el hijo menor que no llegó a la adolescencia). El libro tiene dos partes; la primera, “Adviento”, se estructura alrededor de un día en el que pasa de todo (un poco como en Saturday, de Ian McEwan, pero no tanto), con capítulos sucesivos en terceras primeras de cada uno de los cinco Hildebrandt mayores. En el segundo, “Pascuas”, se repite el formato de las primeras terceras sucesivas, pero el tiempo avanza (y no solo va para atrás, como en “Adviento”).

La novela adquiere el nombre del grupo pastoral juvenil de la congregación de Russ, que se llama Crossroads. Y el concepto de encrucijada es metafórico tanto para la idea del bien (¿qué camino tomamos ante una encrucijada moral?) y para el de la adolescencia, donde a cada paso, en cada cruce de caminos, un ser humano puede rumbearse a miles de destinos distintos, incluyendo muchos que podrían permitir generar vidas más o menos viables y otros que pueden llevar solo al sufrimiento y la desolación.

Ahora, como esta es una familia en la que la religión juega un papel tan fuerte, los cinco mayores están todo el tiempo pensando qué es lo moralmente adecuado, cómo ser buenos o si es posible serlo. El ejemplo más claro es el de Becky y Perry, quienes, pensando casi igual, obran casi de manera opuesta. Becky ve que hay una paradoja, porque cuanto más buena intenta ser, más se acerca al pecado de orgullo, pero sigue intentando ir por el buen camino. Perry tiene un argumento similar pero extrae la conclusión  opuesta: piensa que, como siempre hay un beneficio personal en ser bueno (“Si sos lo suficientemente piola como para pensarlo, siempre hay un fin egoísta” - p. 254), hay “una especie de liberación en tirar por la borda toda intención de ser una buena persona” (p. 351).

Es buenísima Crossroads: Franzen logra una vez más meternos en sus personajes y en la vida misma de esta gente. Franzen vuelve a ser, como decía en mi apunte de The Discomfort Zone, un especie de ingeniero del mundo vincular; construyendo metódicamente sobre todo lo que tiene de menos metódico el ser humano. Como en tantos autores, el material es un poco el mismo de siempre. En Franzen es el Midwest, la adolescencia, la búsqueda de la buena vida, la clase media americana, la familia como solución y problema a esa búsqueda, etc. Y Crossroads es, en un punto, un cruce entre The Corrections y The Discomfort Zone (donde aparece, en la adolescencia de Franzen, el grupo Crossroads real). Pero seguimos queriendo leer, en gran medida porque nos pasan cosas cuando leemos. Porque, al menos para mí, es casi imposible no pensar en dilemas de la propia vida al leer Franzen. Porque a esto que hace Franzen le cabe a la perfección la definición de Kundera: una novela es una cosa larga en la que se habla de algún tema relevante para esta cosa rara que es vivir.

 

Originales de las citas

“If you’re smart enough to think about it, there’s always some selfish angle.” (p. 254)

“There was a kind of liberation in jettisoning all thought of being a good person.” (p. 351)

lunes, 14 de febrero de 2022

De película

 


Caminaba por la biblioteca y un libro dentro del escaparate de novedades me llamó la atención. Veo la foto y me doy cuenta por qué. La tapa es un poster de película, un formato cuyo objetivo es justamente llamar la atención. Después vi que era Tarantino y me llamó más la atención: la novela de la última película de un director genial. Además, recientemente había leído en Twitter a alguien decir que era una gran película.

En un momento compartí la foto con Agustín Campero, un lector que sabe mucho de cine. “¿Qué es eso? ¡Qué hermosura!”, me dijo, y también “la tapa es genial”. Mi respuesta: “parece que antes o después de la peli el loco hizo la novela” y “es Tarantino hablando de cine con, supongo, una trama por ahí”. Lo cierto es que leí casi cien páginas y Tarantino seguía hablando de cine (casi que uno escucha a Tarantino, su discurso acelerado, nervioso, que parece tímido y arrogante a la vez, como acá, con Kimmel, hablando de esta novela que sacó después de la peli) pero nunca llegué a la trama. Supongo que es un libro que le puede interesar mucho a quien sepa mucho de cine. A mí me dio ganas de aprender de la historia de cine (el año pasado casi me anoto en un curso con Hernán Schell, pero no me daban los tiempos; quizás ahora insista); y también me dio ganas de ver la película: pero no, no me dio ganas de seguir leyendo.

lunes, 7 de febrero de 2022

El principio

 


Hice otra pausa en medio de un libro larguísimo y la pausa fue Killing Floor, el primer libro (en orden de aparición) de la serie de Jack Reacher. Después de leer las tres precuelas (The Enemy, Night School y The Affair), llegamos al principio y nos encontramos con Reacher vagando por EE.UU. después de haber sido dado de alta del ejército y, de casualidad, se cruza con una organización criminal y una investigación muy familiar, demasiado familiar.

Lo leí en tres días, porque esa, sin duda, es una virtud del libro. Te engancha. Y tiene un ritmo impresionante, dado en gran medida por una prosa de puro corte. Frases cortísimas. Concatenadas. Va algo al azar: “Lo repasé con él mientras él manejaba. Paso a paso. El viernes pasado yo había estado solo en la pequeña sala de entrevistas en la comisaría con Baker. Le había presentado mis muñecas. Me había sacado las esposas. Le había sacado las esposas a un tipo que se suponía que él creía que era un asesino.” Una vez le mostré a un amigo músico de mi viejo un disco de la banda que me gustaba. “Puro ritmo”, me dijo. Así es la prosa de la serie de Reacher: puro ritmo.

Pero la novela tiene problemas además de una prosa no muy imaginativa. Dos grandes problemas. El primero es la inverosimilitud. En este caso, la coincidencia brutal del cruce de Reacher justo con esta investigación. Y la absolutamente ridícula explicación de cómo encuentra en un momento a un tipo que no quería ser encontrado. El segundo es la previsibilidad: en la primera escena que aparece una chica sabemos que va a terminar en la cama con Reacher; desde la primera escena sabemos que el gordito es corrupto; desde mucho antes sabemos de qué se trata la organización criminal y quiénes son sus organizadores, más allá de algunos detalles.

Pero sigue siendo divertido, me digo, admito, medio avergonzado.