lunes, 30 de enero de 2023

Más que consejos de crianza

 

Leí Dear Ijeawele A Feminist Manifesto in Fifteen Suggestions, una belleza pequeña de la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, de quien leí Americanah y The Thing Around Your NeckLa historia de este libro es sencilla: cuandoIjeawele se entera de que va a tener una hija, le pide a su amiga Chimamanda, que había pensado y escrito mucho sobre feminismo, consejos para criar a su hijita para que sea feminista. La escritora le escribe una carta con consejos y, años después, cuando ella misma tiene una hija, decide publicar, con algunos cambios, esa carta y sus quince consejos.

Esos consejos son básicamente los siguientes:

“Sé una persona completa. La maternidad es un regalo glorioso, pero no te definas a vos misma solamente por la maternidad” (p. 9).

“Háganlo juntos. ¿Te acordás de que en la primaria aprendimos que los verbos son palabras ‘de hacer’? Bueno, un padre es tan verbo como una madre” (p. 12).

“Enseñále que la idea de ‘roles de género’ es una tontería absoluta” (p. 15).

“Cuidado con el peligro de lo que llamo Feminismo Light. Es la idea de una igualdad femenina condicionada” (p. 21).

“Enseñále a Chizalum a leer. Enseñále que ame los libros. La mejor manera de hacerlo es con el ejemplo casual” (p. 25).

“Enseñále que cuestione el lenguaje. El lenguaje es el repositorio de nuestros prejuicios, nuestras creencias, nuestros supuestos. Pero para enseñarle eso vas a tener que cuestionar tu propio lenguaje” (p. 26).

“Nunca hables del matrimonio como un logro (...) el matrimonio no es un logro, ni es algo a lo que deba aspirar” (p. 30).

“Enseñále a que rechace la idea de ser querible. Su trabajo no es ser querible, su trabajo es ser una persona completa, una persona que sea honesta y conciente de que las demás personas son igualmente humanas” (p. 36).

“Dale a Chizalum un sentido de la identidad. Importa” (p. 39).

“Aborda la cuestión de su apariencia de manera intencionada” (p. 41).

“Enseñále a cuestionar el uso selectivo que hace su cultura de la biología como fuente de ‘razones’ para normas sociales” (p. 48).

“Hablále de sexo, y empezá temprano. Probablemente sea un poco raro, pero es necesario” (p. 50).

“Tarde o temprano habrá romance, así que estáte preparada. (...) Enseñále que amar no es sólo cuestión de dar, sino también de recibir” (p. 54).

“Cuando le enseñes sobre opresión, tené cuidado de no convertir a todos los oprimidos en santos” (p. 58).

“Enseñále sobre las diferencias. Que las diferencias sean lo común. Que las diferencias sean lo normal. (...) al eneñarle sobre las diferencias, la estarás equipando para sobrevivir en un mundo diverso” (p. 59).

Me parecen geniales los consejos, pero no sólo como padre de tres hijas. Salvo algún detalle, son los mismos consejos que yo le daría a un amigo sobre cómo criar un hijo no digamos feminista sino que sea una buena persona. Chimamanda, claro, lo dice mucho mejor de cómo podría decirlo yo. Un librito bello.


viernes, 20 de enero de 2023

Mala suerte, problemas, vergüenza y diversión

 


Retomé la serie de Jack Reacher con Bad Luck and Trouble. Un ex compañero de servicio convoca a Reacher y a otros ex compañeros para ayudar en un caso difícil que termina siendo de primera importancia nacional.

¿Qué decir? Me repito, por supuesto, pero del lado positivo está nuevamente ese ritmo arrollador que produce entretenimiento: querés leer más, siempre más. También, como hace unas cuantas entregas, el humor. En un momento, por ejemplo, él dice que se ve como un vagabundo, y su amiga Neagley le responde: “O como un billonario. En estos días se pone difícil distinguir” (p. 30).

Del lado negativo, lo de siempre: una mezcla de obviedades, cosas que uno se da cuenta que sucederán páginas antes que sucedan, clichés (siempre se acuesta con la primera mujer hermosa que aparece en el libro) y la inverosimilitud (unos pocos militares retirados haciendo lo que deberían hacer las fuerzas de seguridad, etc.)

Pero seguimos leyendo, porque es divertido y la vergüenza ya fue.


lunes, 16 de enero de 2023

El arte de injuriar

 


Leí Textos cautivos, recopilación de textos publicados por Jorge Luis Borges entre 1936 y 1940 en El Hogar. Lo leí un poco porque sigo queriendo leer todas las obras completas y ya estoy cerca, otro poco pensando que alguna cosa puede quedar para más adelante, como una inversión de conocimiento, un poco aburriéndome y otro poco con alegría. Pero igual hago algunos comentarios generales.

El primero es que las opiniones políticas en sentido amplio de Borges han envejecido muy bien. Acá lo vemos una vez más del lado de la civilización y contra el nazismo, mofándose del antisemitismo y denigrando al germanófilo local, que tiene una “ignorancia plenaria de lo germánico” y que es otra cosa: “el germanófilo es realmente un anglófobo” (p. 452). E incluso lo vemos con posturas de igualdad no impostada en cuestiones de género y raciales que casi podríamos llamar “anti-woke”. Por ejemplo, sobre Santa Juana de Arco de Victoria Sackville-West dice: “Hay, eso sí, una carencia total de sensiblería: carencia natural en una mujer que habla de otra mujer, sin las supersticiones que tiene el hombre.” (p. 235). Y de “la literatura negra” dice que “adolece de una contradicción que es inevitable. El propósito de esa literatura es demostrar la insensatez de todos los prejuicios raciales, y sin embargo no hace otra cosa que repetir que es negra: es decir, que acentuar la diferencia que está negando” (p. 266).

El segundo comentario es sobre el arte de injuriar. Borges lleva aquí este arte a niveles de preciosismo pocas veces visto. Van ejemplos, algunos más irónicos, otros directamente violentos.

·       Sobre Eden Phillpotts: “A los dieciocho años fue a Londres. Tenía la esperanza y la voluntad de ser un gran actor. El público logró disuadirlo” (p. 282).

·       Sobre S. S. Van Dine: “El universo había examinado esas obras con más resignación que entusiasmo. A juzgar por los atolondrados fragmentos que sobreviven incrustados en sus novelas, el universo tenía toda razón…” (p. 302).

·       Dice de algunos poemas de T. S. Eliot que fueron “perpetrados en un francés desvalido” (p. 305).

·       Sobre How to write novels de Nigel Morland: “El texto, empero, es fácilmente reducible a tres elementos: el plagio, la perogrullada, el error absoluto” (p. 317).

·       “lo primero que llama la atención en la obra de Cummings (...) son las travesuras tipográficas (...) Lo primero, y muchas veces lo único” (p. 321).

·       “Que un hombre que se llamó Doménico Theotocópuli, que se educó en Italia y a quien los toledanos siempre le dijeron el Griego, sea (unos cuatro siglos después) pretexto de variadas efusiones sobre la raza hispana, es un hecho humorístico y misterioso” (p. 409).

·       “Dorothy Sayers suele compensar con excelentes antologías la publicación de novelas imperdonables. Ahora, sin embargo, parece haber extendido a otros escritores la culpable indulgencia que antes guardaba para uso particular” (p. 426).

Tercero, sobre las gustaciones de Borges por aquellos años. Habla particularmente bien de Virgina Woolf, de John Steinbeck, de Alfred Döblin (?), de Graham Greene, pero sobre todo de William Faulkner, en cuyas novelas “uno a veces no sabe lo que sucede, pero uno sabe que lo que sucede es terrible” (p. 233). A Faulkner, como a Conrad, “le interesaron por igual los procedimientos de la novela y el destino y el carácter de las personas. (...) le infunde una intensidad que es casi intolerable. Una infinita descomposición y negra carnalidad hay en este libro de Faulkner. ¡Absalom, Absalom! es equiparable a El sonido y la furia. No sé de un elogio mayor” (p. 255). Dice de The Unvanquished: “Hay libros que nos tocan físicamente, como la cercanía del mar o de la mañana. Este –para mí– es uno de ellos.” (p. 383). Y de un libro suyo que evidentemente no le gustó dice: “Es verosímil la afirmación de que William Faulkner es el primer novelista de nuestro tiempo. Para trabar conocimiento con él, la menos apta de sus obras me parece The Wild Palms, pero incluye (como todos los libros de Faulkner) páginas de una intensidad que notoriamente excede las posibilidades de cualquier otro autor” (p. 441).

lunes, 9 de enero de 2023

Oscuridad

 


“Cierro los ojos y me invaden un cansancio extremo, una desilusión extrema y algo muy parecido a la desesperación” (p. 21), nos dice el protagonista de París apenas comienza la tercera novela de la trilogía involuntaria de Mario Levrero (acá mi lectura de La Ciudad y acá la de El lugar). El protagonista acaba de llegar a París después de un viaje en tren de trescientos siglos, y deambula en busca de algo que él no conoce por una ciudad llena de polvo y que espera la llegada de los alemanes.

Todo es difuso en París. Si La ciudad parece un sueño oscuro y El lugar una pesadilla larga y cruel, París puede muy bien ser el desvío de un loco que cree que puede vivir trescientos siglos, que puede volar, que no come ni duerme pero sueña y que se puede comunicar con los árboles. Por momentos, el protagonista parece un dios, un dios perdido y asustado, por otros simplemente un psicótico. Y a veces, un hombre: perdido, sin rumbo, sin sentido.

Entre lo difuso de París está el tiempo: no sólo viene el protagonista de ese viaje de trescientos años, no logra ubicar nunca del todo dónde está en el tiempo. Para potenciar esto, en muchas oportunidades el autor pasa del presente al pasado en la narración, y el protagonista llega a decir que “Hay un desajuste en el tiempo que me está desesperando - dije en voz alta” (p. 41). Y también, como en las dos novelas anteriores, hay una confusión permanente entre sueño y vigilia, incluso con un pasaje largo donde el personaje vive en paralelo entre vigilia y sueño, llevando conscientemente el sueño a un momento donde coincida con la vigilia y las dos versiones de él pasen a ser una. (El personaje llega a decir: “no veo que haya mucha diferencia con la vigilia” - p. 81).

Aunque pasa de todo (desde otra guerra con Alemania, un concierto de Gardel, humanoides voladores) en la novela no pasa mucho. Al narrador no le pasa mucho (¿o sí?). Llega a París y busca recordar para qué está allí. Trata de recordar, de ordenar sus ideas, pero no parece llegar a mucho. En un momento se consolida “la idea de que había realizado un viaje en ferrocarril de trescientos siglos, de que en ese viaje había sucedido algo, tal vez conmigo mismo, que lo invalidaba; que el propósito que me había llevado a emprenderlo ahora yacía olvidado e inútil. Que mi presencia en París no tenía, ahora, ningún motivo” (p. 94). Y como en La ciudad y El lugar, piensa en irse aunque no hay dónde ir ni razón para hacerlo: “el problema es: adónde. Hacía qué lugar, a qué ciudad, a qué país dirigir mi vuelo” (p. 80).

Sin embargo, desde las primeras páginas, en la estación de tren, ya le habían dado un indicio de un motivo posible; un hombre le dice: “no me parece insensato emprender un viaje para darse cuenta de su inutilidad. Si usted cambia esa naciente desesperación por una calmada desesperanza, habrá obtenido algo que muchos humanos anhelan” (p. 22). El mismo llamado, pasar de la desesperación a la desesperanza, se repite tres veces.

En una interpretación, el protagonista lo acepta y ríe por ello, por el absurdo de la vida, por el sin sentido. En una segunda interpretación, el fracaso es total. Tras el desfile de los humanoides alados en la azotea piensa que quizás el motivo del viaje era estar en París esa noche para unirse a ellos, pero perdió esa alternativa, atado por el miedo y el deseo terrenal. El hombre como un ser atrapado entre imposibles. La tercera interpretación es la locura: “Pensé que nada de esto tenía sentido. Todo no era más que una fantasía, un delirio. Era probable que ni siquiera los seres voladores hubieran existido en la realidad, y que hasta yo mismo careciera de alas” (p. 121). En las tres interpretaciones queda en el centro de la escena el absurdo de la existencia.

¿Por qué releí la trilogía involuntaria? No lo sé. Y no puedo decir que me haya gustado. Como en esa sección donde sueño y vigilia van paralelos, leer estos libros produce en paralelo el placer de la prosa hipnótica de Levrero y la inquietud del contenido. Y ahora me dieron ganas de releer La novela luminosa. Raro. Como Levrero.