lunes, 29 de julio de 2019

Una vida inverosímil



Leí Churchill: Walking with Destiny, biografía a cargo de Andrew Roberts de uno de los personajes más notables del siglo XX. En palabras de Roberts: “Resulta tan improbable que una sola persona haya sido capaz de vivir una vida tan extraordinaria.” (p. 982) Y es cierto: tuvo acción militar en Sudáfrica, India, Cuba, las trincheras de la Primera Guerra Mundial, condujo a una de las grandes potencias en la Segunda y, de yapa, recibió el premio Nobel de Literatura (en 1953). Un hombre, al mismo tiempo, “más extremo y extravagante que sus contemporáneos” (p. 971) Un personaje único, individual e irrepetible, “uno de los más grandes individualistas de los tiempos modernos, porque en la vida se aproximaba a todo como un individuo y no como parte de un grupo” (p. 980).
Escribir esta biografía parece igualmente improbable y por eso es un logro notable. Porque se lee extraordinariamente bien y trae al lector vívidamente un mundo que ya no existe. O dos. Porque, como dice Roberts, “En el año que nació Churchill [1874], el General Sir Garnet Wolseley firmó un tratado obligando al derrotado Rey Koffee de los Ashanti a terminar con los sacrificios humanos; en el año que murió [1965] la nave espacial Gemini V orbitó la Tierra y los Beatles lanzaron ‘Ticket to Ride’.” (p. 966) Me pregunto, entonces, cómo encarar esta lectura. ¿Voy a resumir una biografía de mil páginas? ¿Voy a contar una carrera política que incluyó pasarse dos veces de un partido a otro, y haber tenido todas las principales posiciones ministeriales - Armada, Guerra, Interior, Economía - antes de ser el primer ministro que condujo a Gran Bretaña durante la Segunda Guerra? ¿Hablar de sus logros como un escritor tremendamente prolífico? (“La producción de Churchill fue igualmente inmensa. Publicó 6,1 millones de palabras en treinta y siete libros - más que Shakespeare y Dickens sumados - y dio cinco millones de palabras en discursos públicos, sin contar su voluminosa escritura de cartas y memorandos.” - p. 972)
En vez de eso voy a hacer cuatro comentarios más o menos relacionados.
1. Lo que le debemos a Churchill. Más allá de todas las críticas que se le pueden hacer, el mundo occidental, democrático y liberal le debe a Churchill un papel clave en un momento fundamental de la historia. Logró que Gran Bretaña se mantuviera en la guerra cuando el nazismo controlaba prácticamente toda Europa y mientras la Unión Soviética y EE.UU. seguían en paz. “Parte de la genialidad de Churchill en 1940 fue no solo mantener a Gran Bretaña en la guerra, sino también infundir al país la creencia en una eventual victoria sin tener ninguna lógica convincente (...) de cómo podría ocurrir eso.” (p. 604) A Churchill se lo acusó mucho de falta de juicio, dice Roberts, “Pero cuando se trata de las tres grandes amenazas que enfrentó la civilización occidental, las del militarismo prusiano en 1914, la de los nazis en las décadas de 1930 y 1940 y la del comunismo soviético después de la Segunda Guerra Mundial, el juicio de Churchill estuvo bien por encima del de las personas que se burlaban del suyo.” (p. 966)
2. Vivir para contarla. El segundo comentario es sobre la simbiosis entre el Churchill historiador y el Churchill actor histórico. Churchill siempre se creyó destinado a grandes cosas. “El creyó en su destino por lo menos desde los dieciséis años, cuando le dijo a un amigo que él salvaría a Gran Bretaña de una invasión extranjera.” (p. 2) “La razón por la cual el Archivo Churchill en la Universidad de Cambridge es tan extenso es que guardó todo, creyendo desde una temprana edad que iba a ser un gran hombre que tomaría grandes decisiones en grandes momentos de la historia de lo que era en ese momento el mayor imperio de la historia.” (p. 972) Pero Churchill fue un paso más allá; no solo dejó ordenado el material para que alguien escribiera sobre él, sino que escribió él mismo la primera versión de la historia que él mismo ayudó a forjar. Mucho antes del auge de la literatura del yo, Churchill fue un historiador del yo. No se trata tan solo de que estuviera “actuando escenas de su propio drama, sabiendo que las contaría a sus lectores” (p. 973), sino que estaba haciendo historia y redactándola (casi) al mismo tiempo.
3. La importancia de la lengua. El lenguaje está en el centro de la historia de Churchill; de Churchill como escritor, obviamente; como político, destacándose como uno de los más grandes oradores de su época; y de sus ideas, porque es central a su concepción política la idea de una alianza entre los pueblos de habla inglesa. Churchill no llegó a ser el orador que fue por casualidad, sino por el resultado consciente de la búsqueda de un estilo y de un método. Churchill escribía sus propios discursos, luego los resumía y los practicaba, después de un trabajo de años para llegar a ese estilo y método. Su pentálogo: “Palabras bien elegidas; oraciones construidas con cuidado; acumulación de argumentos; uso de analogías; despliegue de extravaganzas: esos eran los cinco andamios de la retórica del más grande orador de su época.” (p. 50) La política se hace con palabras, con persuasión y deliberación. Y surge de la palabra: en las ideas políticas de Churchill era central el lenguaje. Sus ideas políticas tenían dos ejes; la “democracia Tory”, un conservadurismo popular con toques del Estado de Bienestar, y el imperio británico. (“El credo de Disraeli de Imperium et Libertas y las ideas de su padre de una democracia Tory corrieron durante toda su carrera” - p. 950.) Y su fe en el imperio estaba íntimamente relacionada con un pueblo y su lenguaje. “La fe de Churchill en el Imperio Británico no era solamente política sino espiritual. Siendo escéptico del cristianismo, su credo era el Imperio. Churchill había creado, fundamentalmente de sus lecturas de los historiadores Whig, una teoría del progreso histórico que ponía la adopción de la Magna Carta, la Bill of Rights de 1689, la Constitución Norteamericana y las instituciones parlamentarias de los pueblos de habla inglesa como el apogeo del desarrollo civilizatorio”. (p. 977)
4. El biógrafo y su sujeto. Cuanto más pienso en el libro más notable me parece el logro del biógrafo, equilibrando las grandes ideas y los grandes movimientos históricos con el lugar de los grandes personajes. En esa línea, y siguiendo con el comentario anterior, la alianza entre EE.UU. y Gran Bretaña durante la guerra y más allá se sustenta, además de en la gran visión, en una relación personal cimentada en cartas entre Roosevelt y Churchill. Entre 1939 y 1945, Churchill le envío “1.161 mensajes a Roosevelt y recibió 788 en respuesta, un promedio de un intercambio cada dos a tres días por el resto de la vida de Roosevelt.” (p. 467) El libro es notable porque el personaje es único, pero también porque el biógrafo logra un orden y una calidad de escritura impresionantes, lo que te ayuda a seguir adelante en sus casi mil páginas. Y, también, porque en esas páginas se desarrolla una relación afectiva entre biógrafo y sujeto. Roberts hace de Churchill un personaje entrañable, al que le queremos perdonar sus errores y de quien olvidamos por momentos su responsabilidad en hechos trágicos (por ejemplo, los bombardeos masivos a ciudades alemanas) y esa también es una de las razones por las que se convierte en un libro inolvidable, una biografía improbable de una vida inverosímil.


Originales de las citas usadas
“It all seems so improbable that a single person could have lived such an extraordinary life.” (p. 982)
“In the year Churchill was born, General Sir Garnet Wolseley signed a treaty forcing the defeated King Koffee of the Ashanti to end human sacrifice; in the year he died, the spaceship Gemini V orbited the earth and the Beatles released ‘Ticket to Ride’.” (p. 966)
“Churchill was one of the greatest individualists of modern times, because he approached everything in life completely as an individual rather than as part of a group, from the moment he left his officers’ mess in 1899 onwards.” (p. 980)
“Churchill’s written output was similarly immense. He published 6.1 million words in thirty seven books - more than Shakespeare and Dickens combined - and delivered five million in public speeches, not counting his voluminous letter- and memorandum-writing.” (p. 972)
“Part of Churchill’s genius in 1940 was not only keeping Britain in the war, but infusing the country with a belief in ultimate victory while having no convincing rationale – apart from a general belief in bombing – for how it would come about.” (p. 604)
“Churchill’s supposed lack of judgement was hung about his neck throughout his career, sometimes, as we have seen, with good reason. Yet when it came to all three of the mortal threats posed to Western civilization, by the Prussian militarists in 1914, the Nazis in the 1930s and 1940s and Soviet Communism after the Second World War, Churchill’s judgement stood far above that of the people who had sneered at his.” (p. 966)
“He had believed in his own destiny since at least the age of sixteen, when he told a friend that he would save Britain from a foreign invasion.” (p. 2)
“The reason that the Churchill Archive at Cambridge University is so extensive is that he kept everything, believing from an early age that he was going to be a great man taking great decisions at great moments in the history of what was then the greatest empire in history.” (p. 972)
“He was acting out scenes in his own drama, knowing that he would recount them for readers.” (p. 973)
“Well-chosen words; carefully crafted sentences; accumulation of argument; use of analogy; deployment of extravagances: those were the five scaffolds of the rhetoric of the greatest orator of his age.” (p. 50)
“The Disraelian creed of Imperium et Libertas and his father’s ideas of Tory Democracy ran through his career”. (p. 950)
“Churchill’s belief in the British Empire was not just political but also spiritual. Sceptical as he was of Christianity, the Empire was his creed. He had created, largely from his reading of the Whig historians, a theory of historical progress that put the English-speaking peoples’ adoption of Magna Carta, the Bill of Rights of 1689, the American Constitution and parliamentary institutions at the apogee of civilizational development” (p. 977)

lunes, 22 de julio de 2019

De qué barrio sos




Es muy cruel esa canción que le cantan a un club que tuvo que dejar su estadio y construyó otro estadio en otro barrio mucho tiempo después. Un libro, como un club, no puede no tener barrio. Tiene que ser de algún lado, tiene que tener un corazón geográfico y desde ahí puede extenderse al mundo. Barcelona FC es universal desde la particularidad. La máxima de pinta tu aldea y pintarás el mundo parte de ahí; contame la particularidad y llegarás a la universalidad porque todos tenemos algo en común. Pero si querés pasar de lo universal a lo particular, al menos en la literatura, me parece que no va.
Eso me pasó con El amante japonés, de Isabel Allende. Me costó desde el principio; me pareció un poco difícil engancharme con una historia escrita por una autora chilena que ocurre en California y en la que protagonizan una chica de Moldavia (sí, sí, Moldavia), un hijo de inmigrantes japoneses y una judía polaca que emigró justo antes de que su familia muriera en el Holocausto. Intenté igual porque estoy en plan limpiar la mesa de luz de libros que tengo allí hace demasiado tiempo, pero en la página 59 escribí en un margen: “esta prosa no tiene código postal”. De qué barrio sos, amante japonés, pienso ahora, y me acuerdo de una banda de rock argentina formada por hijos de inmigrantes japoneses que se llama Los Tintoreros. Su primer disco se llama Chas Park. ¿Ven lo que hicieron? Le pusieron nombre de barrio, como 2 Minutos con Valentín Alsina. No quiere decir que esos discos sean buenos, pero tienen que empezar sonando auténticos.
“Martha y Sarah, las hijas de los Belasco, vivían en un mundo tan distinto al de Alma, sólo preocupadas por la moda, las fiestas y los posibles novios, que cuando se topaban con ella en los vericuetos de la mansión de Sea Cliff o en las raras cenas formales en el comedor, se sobresaltaban sin poder recordar quién era esa chiquilla y por qué estaba allí.” Esa cita, que comienza en la página 58, me hizo anotar en el margen lo del código postal. La otra manera de decir lo que me pasó con este libro es que es el opuesto a lo que me pasó con El libro de la locura de Anne Sexton traducido por Noe Torres: ahí decía que el libro no parecía traducido, que eran palabras que fluían; en cambio, este libro parece traducido: “nadie podía jactarse de conocerla, hasta que Irina Bazili logró penetrar en la fortaleza de su intimidad.” (p. 33) Y es lógico que parezca traducido, porque si por un segundo imaginamos que esos personajes existen y viven en San Francisco, ¿en qué otro idioma van a hablar sino en inglés? Pero la lógica no lo hace sonar, al menos para mí, menos artificial, y alrededor de la página 100 me di por vencido.

lunes, 15 de julio de 2019

Un amor improbable



Hace unos años, mi amigo Andy Anderson empezó a postear en Facebook diálogos desopilantes con su suegra. Hace unas semanas, tomando un café, me entregó una de las últimas copias de Los diálogos impares, un libro donde recoge esos diálogos. Qué buena idea la de publicarlos, le dije en ese café. Bueno, me respondió, vos fuiste uno de quienes me sugirió que lo hiciera.
No digo esto para darme méritos. No era tan difícil identificar que ahí, en la persona de la suegra y en la relación entre él y ella, había un tema digno de un libro. Si la mitad de lo que dice Andy en el libro es cierto, estamos frente a un personaje francamente único. (Y si no lo es, se trata de un personaje literariamente divertidísimo y verosímil, por lo que, como lector, poco me importa la veracidad.) Lo difícil era darle a esos diálogos, a ese personaje y a esa relación, una forma que fuera más allá de un catálogo de anécdotas divertidas; y hacerlo sin salir del formato básico de diálogos: y Andy lo logra.
Utilizando su expertise de publicista, Andy logra con un puñado de diálogos retratar a una persona única y darle a esta historia un formato casi de novela. Los diálogos impares puede leerse como un Bildungsroman muy particular, en el que el protagonista no es una persona sino una relación; una relación entre una madre y el novio de su hija, una relación que comienza tirante y que va creciendo y madurando. Es la novela de un amor improbable, de una relación que pasa del conflicto puro a la tolerancia y la comprensión y el amor, y que, como tantos Bildungsroman, tiene que terminar con la historia de cómo esa historia se convierte en libro.

lunes, 1 de julio de 2019

Locura



No sé muy bien cómo encarar esto porque leí una traducción del inglés, cosa que hago poco, y de poesía, que leo poco, y no sé hablar de poesía porque yo
prosa.

Pero leí El libro de la locura de Anne Sexton traducido por Noe Torres
porque está traducido por Noe Torres
amiga y
genia.

En general no leo traducciones del inglés porque prefiero leer en el original. Las veces que por alguna razón intento hacerlo me pasa mucho esto: que traduzco de vuelta al inglés, que me pregunto frente a algunas palabras cuál habrá sido la palabra en inglés. Por eso, creo que lo mejor que se puede decir de una traducción es que no parece una traducción; el mejor elogio que se le puede hacer a un traductor es “no te vi ahí”. Y eso le dije a Noe,
amiga y genia,
que por largos momentos de lectura me sumergí en palabras y me olvidé de que eran palabras traducidas y que eran un poco las suyas. El traductor, como el escritor fantasma, arroja las palabras y esconde la mano.

El libro reúne dos partes que yo encuentro muy dispares pero, de vuelta, ¿qué se yo de poesía? La primera parte, “Treinta poemas”, me pareció muy superior a la segunda, “Los papeles de Jesús”, que me pareció laxa, efectista.
Los primeros poemas, en cambio, me convocaron, con sus temas de maternidad, madres, hijas, padres, mujeres, niñas que crecen y ganan y pierden, y locura, muerte, enfermedad.
¿Qué se puede decir de la poesía si no eso?
que te convoque a seguir
que te conmueva
que te asombre
y que agrande tu mirada del mundo
sin saber muy bien cómo
precisamente
logró hacerlo.