lunes, 21 de marzo de 2022

Spike

 


Un día entré a la biblioteca y un libro me llamó. Grande, rectangular, fondo fucsia y letras doradas que decían “Spike”. Spike, de Spike Lee, es una retrospectiva de la obra del icónico cineasta nacido en Brooklyn por él mismo.

Siempre me gustó Spike Lee. Recuerdo muy vívidamente la primera vez que vi Do The Right Thing, vi mil veces Mo’ Better Blues (y escucho aún hoy cada tanto su excelente banda de sonido); me acuerdo de Jungle Fever, aprendí con Malcolm X, amé He Got Game y 25th Hour me pareció una obra maestra. Sin duda, parte de mi interés por la obra de Lee tiene que ver con la temática racial en Estados Unidos, que siempre me llamó mucho la atención. Pero además tiene muchas historias muy buenas. Y como si fuera poco, me cae bien Spike Lee; creo que no soy cholulo, pero hay tres o cuatro “famosos” a los que me gustaría invitar a comer un asado, y Spike Lee estaría ahí muy arriba de la lista, aunque por debajo de Gregg Popovich.

Este es el índice del libro. La filmografía es impresionante.






lunes, 14 de marzo de 2022

Encadenado

 


Leí Continental Drift, de Russell Banks, que más que una novela es una denuncia. Una denuncia del sueño americano y, como tal, perfectamente enmarcada en ese sueño que es la literatura americana, que está tan a menudo contándonos cómo es que se murió el sueño americano. No me gustó mucho Continental Drift, pero me pasaron cosas con la novela y entonces me imagino que esto será largo (y quizás un poco personal también).

Desde hace muchos años tengo una lista de autores americanos que llamo, con mucho optimismo, un programa de lectura. En verdad son dos listas; una es de autores y libros, está organizada cronológicamente y la armé leyendo algunas fuentes sobre literatura americana (entradas de Wikipedia, programas universitarios de literatura americana bajados de internet, etc.). La otra lista solo tiene nombres de autores, ordenados alfabéticamente, y creo que proviene, toda, de una famosa entrevista de Roth al New York Times. (La busco ahora y no la encuentro porque me frena el paywall del Times, del que me des-suscribí cuando se hicieron fanáticos de la cuarentena y perdieron todo interés en la gente de centro). Este programa de literatura americana es muy laxo; en el medio leo otras cosas, y aparecen otras líneas de lectura: en un momento, leí mucho mujeres argentinas contemporáneas (como a mis amigas Lu y Noe); en otro momento, en un programa ligado al de literatura americana, me puse a leer toda la Oxford History de EE.UU. (empecé por este verdadero librazo); más cerca en el tiempo, y mientras planeaba irme a vivir fuera de Argentina, me puse a leer Borges, todo Borges (y terminé el tomo 3 con esto). Pero el programa de literatura americana sigue ahí, latente, en un Google Doc, y cada tanto vuelvo a las listas y elijo un nombre al azar o por disponibilidad de algún libro.

El azar quiso que estos días, que me encuentran viviendo en Miami, haya agarrado sin saber una novela sobre un tipo que un día eligió irse a vivir al sur de la Florida. Fue azar, como cuando leí Their Eyes Were Watching God sin saber que sería tan floridian. La trama principal de Continental Drift es la historia de Bob Dubois -clase trabajadora, New Hampshire, alrededor de 40 años- y de cómo un día decide que su vida (casado con dos hijas, trabajo poco remunerado, una novia, casa, auto y barco que va pagando en cuotas) no le cierra y levanta todo y muda la familia a Florida, llevado por las promesas de un hermano aventurero. Al llegar ahí, las cosas son más difíciles de lo que parecían y demasiado parecidas a lo que eran en el norte. La trama secundaria de la novela sigue a un grupo de haitianos que hacen el camino opuesto, de sur a norte, atravesando todo tipo de peligros y horrores para llegar a cumplir su sueño americano.

Parte de la historia de Bob Dubois resulta seguramente familiar a cualquiera que haya decidido partir: “han hecho una cosa terrible y aterradora: han cambiado una vida por otra, y esta nueva vida es ahora la única que tienen” (p. 60). Más adelante, Bob decididamente extraña la vieja vida: “Apenas conoce en qué parte del país está, y ya no recuerda por qué vino aquí, por qué dejó el lugar donde sabía quién era, sabía qué sentía y por qué, sabía qué sentía sobre la gente con la que vivía” (p. 142). Pero Banks no quiere contarnos de esta vida, del sufrimiento de Bob, sino decirnos que el problema es haber hecho el cambio; que el problema es soñar y animarse a intentar cumplirlo: “Cuanto más intercambia un hombre su propia vida, la que tiene frente a él y que le llegó por nacimiento y por los accidentes y las casualidades de la juventud, cuanto más intercambia de eso a cambio de sueños de una nueva vida, menos poder tiene.” (p. 314). Y cuando, finalmente, se cruza con los haitianos por una atracción casi geológica (de ahí el nombre Continental Drift, Deriva continental), Bob reflexiona sobre uno de ellos; piensa que el chico llegará a América, que seguramente logrará lo que quiere, pero “cuando logrés lo que querés, al final resultará que no era lo que querías, porque siempre valdrá menos que lo que diste para conseguirlo. En la tierra de los libres, nada está libre de costos” (“In the land of the free, nothing’s free”.)

Hasta ahí casi que lo podemos aceptar, porque todo tiene costos; quedarse e irse, comprar y no comprar, vender y no vender. Pero me molesta que el punto es que Banks dice que Bob no tenía alternativa, que estaba destinado, como movido por la historia, igual que los haitianos. ¿Por qué? Porque el sistema, nos dice Banks al final, está armado así. En un largo rant (solo traduzco el final pero más abajo copio el original), dice que los haitianos seguirán viniendo y los Bobs seguirán buscando sueños sin lograr nada más que enriquecer a los ricos y su libro, entonces, pasa a ser una denuncia: “El sabotaje y la subversión, entonces, son los objetivos de este libro. Ve, libro mío, y ayuda a destruir el mundo tal como es” (p. 410). (Posta: termina así, diciéndole al libro que vaya a cambiar el mundo).

Lo que me molesta no es solo la ideología (que, por cierto, no comparto). Lo que me molesta es la literatura como política. Y de vuelta, no es la ideología: tampoco me gustó Atlas Shrugged como novela, en no poca medida porque es interminable. Yo sé que Bob no existe, que es un personaje de ficción, pero lo de Banks está suficientemente bien en que logra que yo lo quiera un poco a Bob, a pesar de todo; a pesar de sus obvias fallas y de una acción irredimible. Siento que Banks lo usa a Bob, se aprovecha de su pobre vida para tratar de convencernos de sus ideas, y eso me molesta. Me molesta un poco más que terminemos hablando de estas cosas en vez de hablar de por qué es que queremos a Bob; por qué, a pesar de todo, queremos a este pobre Bob y queremos que, de alguna manera, zafe de ese destino que le armó Banks. Y ahí, precisamente ahí, es donde me molesta más Continental Drift: en el país de la libertad no hay libertad, dice Banks; más aún, la libertad no existe, dice Banks. Lo que más me molesta es el determinismo. Las vidas de Bob y de los haitianos estaban predestinados, no tienen libertad. Y yo quiero sentir que Bob podía elegir, que yo puedo elegir. Y no entiendo cómo puede haber literatura sin libertad.

 

Originales de las citas

“they have done a terrible and frightening thing: they have traded one life for another, and this new life is now the only one they have.” (p. 60).

“He barely knows what part of the country he’s in, and he no longer remembers why he came here, why he left the place where he knew who he was, knew what he felt and why, knew how he felt about the people he lived with.” (p. 142).

“The more a man trades off his known life, the one in front of him that came to him by birth and the accidents and happenstance of youth, the more of that he trades for dreams of a new life, the less power he has.” (p. 314).

“Bob looks down at the boy’s black profile, and he thinks, You’ll get to America, all right, kid, and maybe, just like me, you’ll get what you want. Whatever that is. But you’ll have to give something away for it, if you haven’t already. And when you get what you want, it’ll turn out to be not what you wanted after all, because it’ll always be worth less than what you gave away for it. In the land of the free, nothing’s free.” (p. 348)

“And the lengthy, detailed history of such a man must celebrate or grieve, depending on whether he lives or dies, even though nothing seems to happen as a result of his life or death—even though the Haitians keep on coming, and many of them are drowned, brutalized, cheated and exploited, and where they come from remains worse than where they are going to; and even though the men in three-piece suits behind the desks in the banks grow fatter and more secure and skillful in their work; and even though young American men and women without money, with trades instead of professions, go on breaking their lives trying to bend them around the wheel of commerce, dreaming that when the wheel turns, they will come rising up from the ground like televised gods making a brief special appearance here on earth, nothing like it before or since, such utter transcendence that any awful sacrifice is justified. The world as it is goes on being itself. Books get written—novels, stories and poems stuffed with particulars that try to tell us what the world is, as if our knowledge of people like Bob Dubois and Vanise and Claude Dorsinville will set people like them free. It will not. Knowledge of the facts of Bob’s life and death changes nothing in the world. Our celebrating his life and grieving over his death, however, will. Good cheer and mournfulness over lives other than our own, even wholly invented lives—no, especially wholly invented lives—deprive the world as it is of some of the greed it needs to continue to be itself. Sabotage and subversion, then, are this book’s objectives. Go, my book, and help destroy the world as it is.” (p. 410).