Leí un libro
hermoso y es un libro de aventuras. Es el libro más bello que he leído en
meses, quizás años: es Gentlemen of the Road, de Michael Chabon y sí, como
dije, es un libro de aventuras. Un libro de señores con espadas, donde hay
batallas y heridos, engaños y confabulaciones. Y es de Michael Chabon y es
hermoso. De Chabon leímos: The Yiddish Policemen’s Union, Telegraph Avenue, The Amazing Adventures of Kavalier and Clay y Moonglow; con Moonglow se me fueron
un poco las ganas de más Chabon, pero con Gentlemen of the Road me volvieron.
El libro es
físicamente hermoso. Lo leí en la edición original de tapa dura de 2007 sobre
un papel de calidad, con una tipografía elegante y con colores distintos para
los títulos. Las retiraciones de tapa y contratapa tienen el mapa (¡sí, el
mapa!) del mundo de Gentlemen of the Road, entre el mar Caspio y el Negro. Y
tiene ilustraciones, también muy bellas, de Gary Gianni.
Chabon escribe una
historia de aventuras como Chabon escribiría una historia de aventuras: con una
prosa impresionante y con personajes que parecen reales y humanos, adorables.
Además, la historia es un poco una historia de amor. Un “fantasma” y un “negro
gigante” vagan por Asia Central hacia el año 950 haciendo estafas pequeñas; el
fantasma Zelikman es un médico de Franconia; el gigante Amram, un ex soldado
africano; ambos son judíos, ambos llevan consigo grandes tristezas del pasado y ambos
son, para el otro, “el amigo de su vida” (p. 67), hermanos, casi una pareja.
Es imposible no
amar a Zelikman y Amran. El franco es un personaje con un corazón de piedra
pero lleno de sensibilidad. “Zelikman era ajeno a sentimientos de simpatía por
el joven que lloraba, habiéndose despertado una mañana, alrededor de su
decimoquinto cumpleaños, y descubierto que, por algún proceso misterioso quizás
ligado tanto con sus estudios de los sufrimientos y las debilidades humanas
como por la violación y asesinato de su madre y hermana, su corazón se había
convertido en una piedra.” (p. 27) Pero en varios momentos Chabon nos lo
muestra misericordioso y humano, como en una escena cerca del final, cuando
tapa los ojos de unas niñas para que no sufran viendo algo parecido a lo que él
vio de joven. Zelikman comienza la aventura sin esperanza sobre la vida o los
humanos - cuando alguien le agradece haberle salvado la vida, responde “Yo no
salvo vidas (...) Apenas prolongo su futilidad.” - (p. 103) - pero hacia el
final parece crecer y conectarse, cerrar heridas, quizás soñar. Y algo parecido
ocurre con el gigante negro, Amran, melancolizado por haber perdido a su hija.
Esta extraña
pareja se convierte en un triángulo más extraño aún cuando se topan con Filaq,
“un infante milagroso” cuyo padre había sido el rey de los Khazares antes de
ser asesinado por el usurpador Buljan. Así comienzan la aventura de retornar a
Filaq al lugar que se merece. Y la historia se cuenta sin vergüenza, sin un
narrador, sin aclaración de la instancia de enunciación: se cuenta directamente,
sin excusa ni justificación. Y se cuenta con la cadencia de las viejas
historias de aventuras, pero mejor, porque es Chabon, y usa oraciones largas y
fluidas, donde cada una suena bien, pulida, alargada, y el resultado es casi
como si la narración nos hipnotizara. El lenguaje es complejo, requiere de un
esfuerzo, tuve que buscar muchas definiciones, pero parte del encanto es leer primero
casi sin entender, escuchando la música de la historia, y el esfuerzo vale la
pena.
Como es Chabon,
también tenía que ser una historia sobre judíos. En el epílogo - que todavía no
me convenzo si está bien o está mal, volveremos - aclara un poco por qué. Dice
que se le reían cuando decía que estaba escribiendo una historia de aventuras
protagonizada por judíos, judíos con espadas, pero se pregunta: ¿qué es la
historia de los judíos sino una historia de aventuras? La aventura, dice, es lo
que pasa cuando uno sale de casa, y “La historia de los judíos se centra en
(...) los peligros y los accidentes, los infortunios y los desastres, los
logros de inspiración, las penurias y la desesperanza, y los intermitentes
momentos de gracia y gloria que conllevan las travesías desde casa y de vuelta
a ella.” (p. 203) (Esta otra defensa del judaísmo no cuaja en mi texto, pero
tiene que estar: en un momento, un comerciante judío se lamenta por la caída
del comercio de las grandes caravanas y lo atribuye a “la caída de Roma y el
surgimiento de esos hijastros guerreros del judaísmo, los seguidores del islam
y del cristianismo, quienes en violación del deseo y de las enseñanzas de Dios
y sobre todo por sobre su sentido común, prefieren matar a regatear” - p. 109).
Además de una
defensa de la aventura judía, el libro es una defensa de la aventura que es
vivir. No me convence que me explique esto en el epílogo, pero el epílogo, más
filosófico, ensayístico, también es hermoso. Como Zelikman, siempre pensamos
que estamos más cerca de la derrota y la desesperanza, pero como Zelikman, al
final siempre se enciende una luz de esperanza. “No había esperanza para un
imperio que había perdido la voluntad de perseguir la grandiosa y tremenda
empresa de la aventura” (p. 176), nos dice, ¿pero acaso no es eso válido para
cualquier persona? No tenemos destino si no nos animamos a la aventura, a salir
de casa; no hay esperanza sin esperanza: “Toda aventura ocurre en ese espacio
maldito y mágico, donde sea que se encuentre o que aparezca, que menos se asemeja a
la casa de uno. Apenas cruzás el umbral de tu casa o la frontera de tu ciudad,
a ese lugar en el que las estructuras, leyes y convenciones de tu crianza ya no
aplican, donde el apoyo y la aprobación (pero también la desaprobación y la
represión) de tu familia y de tus vecinos ya no están disponibles: ahí entraste
al terreno de la aventura, un lugar de penas, maravillas y arrepentimientos.”
(p. 202) Y ahí, en una historia de aventuras de judíos en Asia en el siglo X,
Michael Chabon me habla a mí, a mí realidad de hoy y, así, creo yo, a
cualquiera que quiera leer con el corazón abierto.
Originales de
las citas usadas
“a miraculous
infant, accompanied by a ghost and a black giant, had raised an army and set
out to conquer Khazaria and the world in the name of Allah.” (p. 104)
“Zelikman was
alien to feelings of sympathy with young men in tears, having waked one morning,
around the time of his fifteenth birthday, to find that by a mysterious process
perhaps linked to his studies of human ailments and frailties as much as to the
rape and murder of his mother and sister, his heart had turned to stone.” (p.
27)
“‘Thank you for
saving my life’, [Filaq] he said. ‘I don’t save lives’, Zelikman said. ‘I just
prolong their futility’.” (p. 103)
“The story of the
Jews centers around - one might almost say that it stars - the hazards and
accidents, the misfortunes and disasters, the feats of inspiration, the travail
and despair, and intermittent moments of glory and grace, that entail upon
journeys from home and back again.” (p. 203)
“the fall of Rome
and the rise of those warring stepchildren of Judaism, the followers of Islam
and Christianity, who in violation of God’s desire and teaching and above all
his good sense would rather kill than haggle.” (p. 109)
“There was no hope
for an empire that lost the will to prosecute the grand and awful business of
adventure.” (p. 176)
“All adventure
happens in that damned and magical space, wherever it may be found or chanced
upon, which least resembles one’s home. As soon as you have crossed your
doorstep or the county line, into that place where the structures, laws, and
conventions of your upbringing no longer apply, where the support and approval
(but also the disapproval and repression) of your family and neighbors are not
to be had: then you have entered into adventure, a place of sorrow, marvels,
and regret.” (p. 202)