lunes, 30 de diciembre de 2019

Lecturas 2019

Mi 2019 fue un año raro en términos de lecturas, un año en el que leí sólo 12 libros en la primera mitad y 24 en la segunda; que comenzó terminando un proyecto (la lectura de la Oxford History de EE.UU.) y terminó con el comienzo de otro (las obras completas de Borges); un año en que leí mucha más no ficción y muchas más mujeres (dentro de ficción) que en años anteriores.
Estadísticamente, leí exactamente la misma cantidad de libros que en 2018 (36), lo que es algo superior al promedio de la serie que llevo desde 2012 (32). Del total, leí apenas más no ficción (53%) que no ficción (47%). En 2018 la proporción había sido 33% no ficción, y en años anteriores tanto menos que ni siquiera llevaba la cuenta. Igual que en 2018, los libros de no ficción que leo son preponderantemente escritos por varones (83% en 2018, 92% en 2019). En el total del año, leí mucho más a varones (76%) que a mujeres, parecido al promedio de la serie (79%); pero este año leí mucho menos en inglés (25%) que en el total de la serie (56%). Estos totales están muy afectados por el hecho de que leí mucha no ficción; en lo que es ficción leí mucho más mujeres y especialmente mujeres en español: 41% de los libros de ficción que leí en 2019 fueron escritos por mujeres (contra 21% de la serie general). El porcentaje de libros de mujeres en español fue el más alto de la serie (21% del total del año, contra 11% de la serie); y en ficción ese porcentaje sube a 35%.
El conjunto cuantitativamente más importante de lo que leí este año sin duda es el proyecto Borges. Leí un libro sobre Borges (Martín Hadis, Siete guerreros nortumbrios) y 11 libros de Borges (Fervor de Buenos Aires, Inquisiciones, Luna de enfrente, El tamaño de mi esperanza, El idioma de los argentinos, Cuaderno San Martín, Evaristo Carriego, Discusión, Historia de la eternidad, Historia universal de la infamia y Ficciones). No puedo decir que esté enamorado de Borges, pero cuanto más leo, más importante me parece que es seguir leyéndolo.
Un segundo conjunto de lecturas corresponde a mujeres argentinas contemporáneas. Leí a María Gainza (El nervio óptico), a Samanta Schweblin (Distancia de rescate), a Pola Oloixarac (Mona) y a Belén López Peiró (Por qué volvías cada verano, uno de los libros que más me impactaron en el año). Completan las lecturas de ficción en español por mujeres Isabel Allende (El amante japonés) y Sara Gallardo (Enero, libro que amé). El único libro de ficción en inglés por una mujer que leí en 2019 fue Americanah, de Chimamanda Ngozi Adichie. Además, leí la hermosa traducción de Noelia Torres de El libro de la locura, de Anne Sexton
Leí solo cuatro libros de ficción (o true fiction) de argentinos contemporáneos: La caja Topper de Nicolás Gadano y Los diálogos impares de Andy Anderson (dos libros que disfruté muchísimo de dos amigos) y los Pornosonetos y los Breves amores eternos de Pedro Mairal.
En el proyecto de lectura de literatura americana del siglo XX, no muy activo este año, leí Revolutionary Road de Richard Yates, Invisible Man de Ralph Ellison y Go tell it to the mountain de James Baldwin. Además, leí y amé The only story de Julian Barnes
El conjunto de no ficción es difícil de catalogar. Empecé con Grand Expectations: The United States, 1945-1974, de James T. Patterson, con el cual quedé cerca de terminar la Oxford History (queda un tomo aún no publicado y el tomo de relaciones exteriores). Tres libros fueron por encargo: Camino al Este de Javier Sinay, Aquellos años del boom de Xavi Ayen y Los deseos imaginarios del peronismo de Juan José Sebreli (libro ominoso). Otro fue un libro de economía del comportamiento que me habían mencionado demasiadas veces como para no haber leído (Daniel Kahneman: Thinking, fast and slow). Dos libros son más de asuntos actuales: el imprescindible Enlightenment Now de Steven Pinker y el iluminador La rebelión de las naciones de mi amigo Francisco de Santibañes. Cierran el conjunto Francis Korn y Martín Oliver con En Buenos Aires 1928 y Andrew Roberts con el mejor libro que leí en el año: Churchill. Walking with Destiny.

domingo, 22 de diciembre de 2019

Abstracciones inmejorables


Ficciones (1944) marca un cambio total en la obra de Borges. Es un antes y un después. Hasta entonces, había publicado casi exclusivamente libros de poemas o de ensayos (algunos más filosóficos, otros más de crítica literaria). Lo más parecido a narrativa en la obra de Borges hasta entonces es Historia universal de la infamia (1935), una colección de relatos breves, reescrituras, con un tono a veces bíblico, apuntes.
Los relatos de Ficciones no tienen nada que ver con casi nada, aunque los podemos considerar de alguna manera una cruza entre el Borges ensayista, preocupado por cuestiones filosóficas o metafísicas (el duelo entre las miradas idealista y realista del universo, el tiempo, el infinito, etc.) y su (hasta entonces limitada) narrativa. Santiago Llach define a estos relatos como artefactos extraños de sentimientos intensos.
Ficciones incluye dos colecciones de cuentos. El jardín de los senderos que se bifurcan, de 1941, incluye, entre otros, "Pierre Menard, autor del Quijote", "Las ruinas circulares" y el cuento que le da nombre a la colección. Artificios, de 1944, incluye "Funes el memorioso", "La muerte y la brújula", "El fin" y "El sur". 
Hacer una de mis lecturas habituales sobre este libro sería imposible: cada uno de los cuentos que mencioné podría ameritar un ensayo de diez páginas o una tesis de maestría. Efectivamente, muchos de estos cuentos pueden ser considerados infinitos, porque hablan con toda la obra de Borges y con la idea de la literatura y la tradición occidental. Pero van acá algunos apuntes. 
Primero. Un dispositivo muy común en estos cuentos es el de hacer relatos que son comentarios sobre otros libros o autores, algunos reales y otros ficticios. Borges hace una obra magistral de la literatura occidental con notas al margen de la literatura occidental. Un claro ejemplo es Pierre Menard, un "cuento" sobre un autor francés ficticio, escrito como una nota de un amigo de Menard defendiendo su legado literario en respuesta a una crítica elevada contra él. La nota resume la obra "visible" de Menard y luego habla de una obra "invisible"; Menard habría reescrito parte del Quijote, pero no haciendo una reversión sino el mismo libro. En un juego irónico, Borges reflexiona sobre la literatura, y a la vez sobre las alternativas visiones idealista / platónica o realista / aristotélica sobre el mundo. "Examen de la obra literaria de Herbert Quain" tiene el mismo formato de discutir la obra de un autor inexistente. A veces, los cuentos son continuaciones de otras narrativas, como "El fin", en el que un guitarrero negro mata a Martín Fierro vengando así la muerte de su hermano.
Segundo. Muchos de los temas de estos cuentos son eminentemente filosóficos, metafísicos o hasta teológicos. El tiempo, el infinito ("El jardín de los senderos que se bifurcan"), el abismo, la existencia real o imaginada (“Las ruinas circulares”) nos llevan a pensar sobre la existencia de Dios (y del hombre). Al mismo tiempo, se discute muchas veces y ambivalentemente, sobre dos visiones sobre la literatura: la romántica (la idea de que el arte es original, individual, fruto del genio) y la racionalista (la literatura como recreación y como conversación permanente con una tradición y en un contexto). Juntando ambas discusiones, Borges parece decir que Dios y la literatura son a la vez imposibles e imprescindibles.
Tercero. Todos estos relatos son ejercicios intelectuales tan complejos que a veces alejan. Roberto Giusti la critica diciendo que se trata de “una obra deshumanizada, de alambique, exótica y decadente”. Santiago Llach dice que detrás de esa intelectualidad fría hay emociones intensas, y es verdad que, cuando uno conoce algo de la biografía de Borges, muchas situaciones de los textos adquieren otro sentido. Por ejemplo, la septicemia que casi mata a Dahlmann en "El Sur" refleja una que casi mata a Borges. Pero la crítica de ser una obra deshumanizada es certera; hay una evidente artificialidad de los cuentos y muchos de ellos se resumen en un pensamiento, en una idea, en algo que pasa en la cabeza de un hombre. Al mismo tiempo, cada texto es brillante, parece (irónicamente) inmejorable y nos deja momentos de goce absoluto. No es la literatura que más me gusta pero es, ella también, como Dios y la literatura en general, imprescindible.

lunes, 16 de diciembre de 2019

Una ciudad, un año, un libro


Leí En Buenos Aires 1928, de Francis Korn y Martín Oliver, un libro de historia que comienza diciendo que una de las maneras de contar una historia es “‘Atacarla por flancos inesperados, revelarla sacando a luz trozos oscuros, a primera vista irrelevantes’, como quería Lytton Strachey.” (p. 15)
Eso hacen los autores en 19 capítulos cortos que describen diversos temas y cosas que pasaban en Buenos Aires en 1928. En política pasaba mucho: por eso vemos los apoyos intelectuales del yrigoyenismo y leemos las ideas que tenía Nicolás Matienzo sobre las elecciones por venir. Un capítulo resume brevemente el gobierno de Alvear, y vemos distintas miradas del campo intelectual, desde las conferencias del nacionalista Leopoldo Lugones y del comunista Aníbal Ponce hasta un discurso de Federico Pinedo defendiendo las instituciones parlamentarias, el nacimiento de la revista Criterio y el festejo del primer año de vida de La Nueva República, y la asunción, el 12 de octubre, de Yrigoyen.
Pero “1928 demuestra, como cualquier otro año, que lo que pasa e importa a más de uno no son solo los hombres, actos y resoluciones de la política. Tampoco lo son, ni que hablar, las mujeres. Hay otros temas, otras cosas u otros seres que se destacan en el mundo de las acciones, los intereses y las cosas.” (p. 219) Vemos cómo se va haciendo la ciudad, con un fresco de la calle Corrientes antes de su ensanche y una Costanera Sur vibrante con un balneario municipal, las obras del arquitecto húngaro Andrés Kalnày, como la vieja confitería Munich, y Las Nereidas de Lola Mora. 
Los autores nos muestran lo que pasa en el teatro y en las artes plásticas y cómo se viven en Buenos Aires los juegos olímpicos de Ámsterdam. Nos muestran al diario El Mundo con Roberto Arlt, y vemos a Julio Korn y familia con una imprenta en el centro que muta en editorial de música y luego en revista hasta llegar a Radiolandia unos años después, y el nacimiento de Bonafide en la galería Güemes. Los autores desmenuzan una encuesta / investigación sobre la situación de las familias obreras, el oficio de los mendigos y una extraña moda, la del cianuro como modo de suicidarse. Vemos a mujeres destacadas y a mujeres que luchan por los derechos de la mujer. Vemos caballos de carrera, los comienzos del abierto de polo y la extraña historia de un señor que fue a caballo desde Buenos Aires hasta Nueva York.
Se trata, sin duda, de un ataque no frontal a la historia. Son ataques por flancos inesperados y con algo más literario que histórico: el afán por mostrar y no explicar, por ponernos ahí frente a la gente y las cosas de un lugar en un momento determinado.

lunes, 9 de diciembre de 2019

Un libro lleno de vida



Mi biblioteca Mairal se sigue ensanchando: leí Breves amores eternos y lo disfruté cada minuto. (Antes leí: Pornosonetos, La uruguaya, El año del desierto, Una noche con Sabrina Love, Maniobras de evasión, El equilibrio, Salvatierra, El gran surubí). 
Me acuerdo de la primera vez que leí “Sudor”, en la página de Eterna Cadencia, y haber pensado: ah, se puede escribir así sobre el sexo y el deseo. El gran tema que cruza casi todo el libro es la dificultad de mujeres y varones para comunicarse en el idioma del deseo. En el primer cuento, “Un verano feliz”, el marido se escapa para acostarse con una prostituta y piensa: “Melanie era cariñosa, me trataba bien, me ponderaba, me hacía sentir como un hombre. Daban ganas de hacerla ir a mi mujer para mostrarle y decirle ¿ves lo fácil que es tenerme contento?” (p. 13) Y en el último, “La virginidad de Karina Durán”, los dos personajes no consuman y parecen terminar en arreglos sexuales individuales. En el medio, está “Coger en castellano”, donde justamente se cruzan el lenguaje y el sexo, y muchos otros cuentos donde Mairal habla del sexo con humor, inteligencia y belleza.
Un segundo tópico que se repite es el de la distancia entre los sueños y la realidad. Vemos a muchos personajes que buscan conmovedoramente hacer frente a esa tendencia que tiene la vida de no llegar nunca a cumplir nuestras expectativas. Por ejemplo: en “Los caminos del amor”, un esposo y una esposa de años hacen un esfuerzo descomunal para despertar (o recordar) el deseo; y la profesora Bellini intenta relatar con entusiasmo un viaje esperado por años que terminó defraudando.
Una tercera marca Mairal es el de la mirada sobre la clase social; su ridiculez y obstinación, la incomodidad de los que se salen, etc. Es el tópico central de “La vuelta”, está presente en “Sally Méndez” (la vida vista desde un Maxiconsumo por una chica de clase acomodada venida a menos) y de “Cero culpa” (donde la narradora dice que “Alguien nos borró la palabra hermoso del diccionario de Barrio Norte y nosotros lo aceptamos.” - p. 37).
Finalmente, llego a este comentario: más allá de que obviamente estoy influido por mi proyecto de lectura de Borges, en pleno desarrollo, me resulta imposible leer a Mairal y no pensar en Borges. A veces es a través de la adjetivación - “Me sorprendía la exactitud de su belleza.” (p. 69) o una mujer “de una belleza intermitente” (p. 190) –; también en una metáfora como “Herrera se ha disparado un arcabuzazo en la sien y en lugar de sangre le han manado hormigas rojas.” (p. 152), como el clavel de Historia universal de la infamia; en la mención a Quevedo y Góngora por la profesora Bellini; y en el relato “Cuadros”, sobre un filósofo inglés guiado por una asistente mucho más joven.
El contraste principal pasa por el choque entre cuerpo y mente o vida activa y vida contemplativa. Una de las críticas que le hacen a Borges cuando no gana el Premio Nacional es que era una literatura deshumanizada, y Zambra dice de Mairal lo contrario; no es que vive para narrar, dice el chileno, sino que “después de vivir intensa y silenciosamente, decide narrar”. Mientras que Borges es un escritor del intelecto, filosófico, cererbral, con las emociones escondidas, los cuentos de Mairal están siempre arraigados en la vida real; sus personajes trabajan, estudian, cogen, se enamoran, se pelean, sueñan y se desengañan y vuelven a intentar.
Breves amores eternos es un libro lleno de vida y de lenguaje y divierte mientras te cuenta cosas sobre el mundo.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Más Borges



Pienso que hago mal en agrupar libros de Borges para estas lecturas. Hago mal porque estoy juntando cronológicamente y a veces eso resulta en cosas distintas: por ejemplo, hoy presento dos libros con muchas similitudes (Discusión e Historia de la eternidad) con uno bastante distinto (Historia universal de la infamia). Hago mal porque le quito especificidad a cada libro. Y hago mal porque tomé esa decisión tácitamente suponiendo que aburriría si hiciera un apunte por libro: como si no aburriera igual, como si yo estuviera haciendo esto realmente suponiendo que hay alguien leyendo del otro lado. Creo que después de esta lectura pasaré a una por libro.
Discusión (1932) incluye casi veinte textos muy diversos: unos cuantos de crítica literaria, otros más filosóficos, alguno de cine. Debo decir que el Borges filósofo me aburre un poco: vuelve (acá y en otros libros) sobre Aquiles y la tortuga, los laberintos, el infinito, la naturaleza del tiempo, todos temas profundos pero que no me despiertan ninguna pasión. Al mismo tiempo, eso es un poco Borges; Borges es un autor laberíntico, infinito. Así, en “Nota sobre Walt Whitman”, dice: “El ejercicio de las letras puede promover la ambición de construir un libro absoluto, un libro de los libros que incluya a todos como un arquetipo platónico, un objeto cuya virtud no aminoren los años.” (p. 530) Borges es un poco eso.
Los dos textos que encontré más interesantes, quizás porque yo venía pensando en la idea de una tradición argentina, son “La poesía gauchesca” y “El escritor argentino y la tradición”. Borges describe a la poesía gauchesca como algo que nace “de la azarosa conjunción” de los estilos vitales urbano y rural: “del asombro que uno produjo en el otro, nació la literatura gauchesca”. (p. 457) En “El escritor argentino y la tradición” Borges engloba esa cosa argentina de choque urbano / rural en una tradición mayor. Dice que hay quienes dicen que la tradición argentina “ya existe en la poesía gauchesca” (p. 550); quienes dicen que nuestra “tradición es la literatura española” (p. 554); y quienes dicen “que nosotros, los argentinos, estamos desvinculados del pasado” (p. 555). Frente a todos ellos, Borges engloba a la tradición argentina en la tradición occidental: “Creo que nuestra tradición es toda la cultura occidental, y creo también que tenemos derecho a esta tradición”; los argentinos pueden ser como los judíos en occidente, que “sobresalen en la cultura occidental, porque actúan dentro de esa cultura y al mismo tiempo no se sienten atados a ella por una devoción especial”. (p. 556)
(Párrafo aparte merece la inclusión de este texto en Discusión. “El escritor argentino y la tradición” es de 1953 y Discusión de 1932. Resulta así que en un libro fechado en 1932 se habla de la Guerra Civil española y del nazismo… La explicación es que Borges decidió incluir ese texto en la edición de Discusión de 1957, pero decidió hacerlo sin una nota al pie, y las ediciones sucesivas de sus obras completas respetan – a mi criterio erróneamente – esa omisión.)
Historia universal de la infamia (1935) es un conjunto de textos sobre personajes infames, a veces en tono casi bíblico. Tiene momentos muy borgeanos como estos: “Era persona de una sosegada idiotez.” (p. 584); el uso de clavel como metáfora de sangre (“hasta que de una oreja salta un clavel porque el cuchillo ha entrado en un hombre” - p. 594); “mujeres de frágil peinado monumental” (p. 598); “En las noches con olor a niebla quemada” (p. 600). También me llevó a preguntarme sobre Borges y EE.UU.; sobre cuánto conoció él de EE.UU. y qué imagen se hizo de ese país, como tema de investigación a futuro. Es un libro con historias que se leen muy bien, y que dejan al lector siempre preguntándose sobre las fuentes de Borges, sobre la ficción y la realidad.
En Historia de la eternidad vuelve el Borges más filosófico y metafísico (“Historia de la eternidad”, “La doctrina de los ciclos”, “El tiempo circular”) mezclado con el crítico (“Las ‘kenningar’”, “La metáfora” de nuevo, “Los traductores de ‘Las mil y una noches’”.) Me gustó la idea de que la eternidad no es mucho tiempo uno al lado del otro, digamos, sino la supresión del tiempo o el tiempo mismo: “la eternidad, cuya despedazada copia es el tiempo”. (p. 644) A cualquiera que haya traducido le tiene que interesar “Los traductores de ‘las mil y una noches’", un poco sobre la imposibilidad de traducir. Refiere a una “hermosa discusión Newman-Arnold (...) Newman vindicó en ella el modo literal, la retención de todas las singularidades verbales; Arnold, la severa eliminación de los detalles que distraen o detienen. (...) Traducir el espíritu es una intención tan enorme y fantasmal que bien puede quedar como inofensiva; traducir la letra, una precisión tan extravagante que no hay riesgo de que la ensayen.” (p. 690)

lunes, 11 de noviembre de 2019

Una mitología para Buenos Aires



En esta segunda etapa de mi proyecto de leer las obras completas de Borges de principio a fin, leí El idioma de los argentinos (1928), Cuaderno San Martín (1929) y Evaristo Carriego (1930 pero con agregados de los años 50).
Una oración del prólogo de El idioma... resume en gran parte algo que vale para estos tres libros, para todo lo que he leído hasta acá de Borges y, por qué no, para toda su obra: dice allí que lo que rige a El idioma... son tres “direcciones cardinales (...) La primera es un recelo, el lenguaje; la segunda es un misterio y una esperanza, la eternidad; la tercera es esta gustación, Buenos Aires.” (p. 263)
Así, el Cuaderno... tiene “Fundación mítica de Buenos Aires”, donde dice que Buenos Aires no puede haber sido fundada donde fue fundada y cuando fue fundada porque es “tan eterna como el agua y el aire” (p. 352); tiene también el poema sobre su abuelo materno, “Isidoro Acevedo”, que al morir en su casa se armó un sueño para morir en batalla (“juntó un ejército de sombras ecuestres / para que lo mataran”); el poema habla no sólo de cómo morir sino también de ese niño que quedó detrás (“yo lo busqué por muchos días por los cuartos sin luz”, p. 358); tiene “Muertes de Buenos Aires”, que compara los cementerios de la Chacarita (que es “conventillo de ánimas”, “montonera clandestina de huesos”, p. 361, y la Recoleta.
Evaristo Carriego es un libro rarísimo en el que piensa un barrio a partir de un escritor. Pero el objetivo no es tanto ni un barrio ni un escritor sino avanzar - como desde el primer día - en una mitología de Buenos Aires. (Dice en "El tamaño de mi esperanza": "Buenos Aires, más que una ciudaá, es un país y hay que encontrarle la poesía y la mística y la pintura y la religión y la metafísica que con su grandeza se avienen. Ese es el tamaño de mi esperanza", p. 185) En esa mitología deben figurar el tango y el truco, que están presentes en la obra de Borges desde su primer libro, Fervor… La “índole pendenciera” del tango lo hace parte de esta mitología de Buenos Aires (o de la Argentina) “Tal vez la misión del tango sea ésa: dar a los argentinos la certidumbre de haber sido valientes, de haber cumplido ya con las exigencias del valor y el honor.” (p. 438)
Además de ser una indagación sobre el lenguaje y la literatura, El idioma... está siempre pensando la tradición argentina. El libro termina con una idea, que ya está en algún texto anterior de Borges, sobre la diferencia de nuestro lenguaje respecto del español. La diferencia radica, dice Borges, en que el idioma argentino es un idioma del futuro, del porvenir: “Vivimos una era de promisión. Mil novecientos veintisiete: gran víspera argentina. (…) El porvenir (cuyo nombre mejor es el de esperanza) tira de nuestros corazones.” (p. 343) Ese porvenir seguía teniendo como eje resolver la dicotomía civilización / barbarie o ciudad / campo, para el primer término. La historia, dice Borges en el Evaristo..., está del lado de la ciudad: “La figura del hombre sobre el caballos es secretamente patética. (...) sus destrucciones y fundaciones son ilusorias. Su obra es efímera como él. Del labrador produce la palabra cultura, pero el jinete es una tempestad que se pierde.” (p. 431) (Por eso creo que El año del desierto es la gran novela argentina de principios del siglo XXI; porque invierte la dirección de la historia: Buenos Aires se convierte en intemperie, la civilización retorna a barbarie y el progreso en regreso a Europa).

lunes, 28 de octubre de 2019

Para nunca más volver



Leí Por qué volvías cada verano, de Belén López Peiró, un libro que es una denuncia, una rebeldía, un acto de curación. Es un libro en el que no importa tanto la forma porque lo que importa es lo que dice, el contenido; las palabras no son acá parte de un acto artístico sino político y curativo.
Todos los veranos, una chica era llevada por sus padres desde Buenos Aires a la casa de unos tíos en un pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires. Todos los veranos, su tío, comisario, violento, golpeador, abusaba de ella (como abusaba también de tantas otras). Años después, y a partir de un episodio en el que el padre de la chica casi descubre in fraganti al tío abusando de su hija, la chica denuncia lo que venía ocurriendo hacía años, lo que despierta movimientos judiciales, familiares e internos.
El libro se construye oralmente con tres tipos de textos. Por un lado, oficios judiciales: declaraciones testimoniales o decisiones judiciales donde se tramita la causa. Por otro lado, diálogos truncados (y esto es probablemente lo más interesante desde lo formal): se leen las alocuciones de un personaje hacia otro sin las respuestas, como si se escuchara solo un lado de una conversación telefónica; digo que esto es lo más interesante porque subraya la subjetividad del punto de vista de cada actor. Y, finalmente, textos de la víctima, de la chica.
Así pasan distintas personas involucradas: la víctima, sus padres, su hermano, la tía, primas, abogados, fiscales, psicólogos, médicos. Así vemos cómo la víctima, la chica, debe enfrentarse al deseo de tantos por callar lo que ella necesita decir; las debilidades o mezquindades o simplemente maldades del mundo judicial, la dificultad de derribar a personas grandes en pueblos chicos; la guerra de intereses dentro de las familias, donde se mezcla lo emocional con lo económico.
Es un libro difícil por su dureza y crudeza pero casi que da culpa decirlo, escribirlo: mucho más crudo y duro fue lo que vivió la víctima, la chica, que era usada “como a un galpón, [él] venía a hacerse chapa y pintura, a poner su pija en remojo”. (p. 10) El libro te oprime el pecho y te despierta bronca por todos los que hicieron y permitieron. En parte, el proceso que relata el libro y el libro mismo son el camino para que la víctima, la chica, pueda permitir que se despierte esa bronca en ella, y que saque la culpa de su interior y la pase afuera: “Lo culpo a él por hijo de re mil puta, la culpo a mi tía por cómplice, los culpo a mis viejos por ausentes, a mi pediatra por no notar mi concha rebanada y también a mi abogado por pelotudo desalmado. Pero nada es suficiente.” (p. 99)
Las palabras pasan a ser parte del proceso curativo. El silencio es enfermedad, la palabra es salud. “Callar fue siempre el peor castigo para ellas, para mí. Hablar libera y eso que todavía no desataron sus cadenas.” (p. 86) La víctima, la chica, necesita hablar para dejar de ser víctima y pasar a ser, o tratar de ser, solo, nada más, nada menos, que chica.

lunes, 21 de octubre de 2019

Alarde



Ahora les voy a hablar de Borges, con el mismo desparpajo con el que el Borges de los años 20, y de sus 20 años, habló de quien se le cantó y más también. Arranqué estos días el proyecto de leer las obras completas de Borges, de principio a fin y por orden cronológico, y en esta primera entrega hago mi lectura de Fervor de Buenos Aires, Inquisiciones, Luna de enfrente y El tamaño de mi esperanza, libros de 1923 a 1926, dos de poemas y dos de ensayos.
En el prólogo de 1969 a Fervor…, Borges dice que “aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente - ¿qué significa esencialmente? - el señor que ahora se resigna o corrige. Somos el mismo”, dice. (p. 15) Es cierto y no lo es, seguramente. Es clarísimo que era una bestia. Fervor… es impresionante en la capacidad para desplegar temas, a veces los mismos de siempre (la ciudad, la frontera, el tiempo, el retorno) y de tratarlos con torrentes de metáforas y adjetivaciones únicas. Ese Borges te personifica todo, hasta los colores: “Con la tarde / se cansaron los dos o tres colores del patio” (p. 26); adjetiva como él solo (“el temporal fue unánime” - p. 29 -; “en vano la furtiva noche felina / inquieta los balcones cerrados” - p. 47). Y arma metáforas con verbos: “alguien descrucifica los anhelos / clavados en el piano” (p. 51); él está “albriciado de luz y pródigo espacio” (p. 53), la soledad “se ha remansado alrededor del pueblo” (p. 55). En Fervor… Borges pinta como solo él pudo hacerlo una ciudad viva y el mundo que lo rodea.
El otro libro de poemas de esta entrega es Luna de enfrente. En su prólogo de 1969 dice Borges que allí quiso “ser argentino” (p. 157) El resultado es de nuevo la oposición entre la llanura y la ciudad, y hasta un poema sobre Facundo (“El general Quiroga va en coche a su muerte”) que no puede dejar de ser eso mismo y un llamado a la tradición argentina a través de Sarmiento. La Argentina es el desierto, la distancia: “Insistente, como una pesadilla, carga sobre mí la distancia” (p. 175); “Aquí otra vez la seguridad de la llanura / en el horizonte / y el terreno baldío que se deshace en yuyos y alambres” (p. 159); “La alta ciudad inconocible arrecia sobre el campo” (p. 165).
Al mismo tiempo, tengo la impresión de que este es un Borges distinto del que yo recuerdo de sus libros de más grande. En comparación con aquel más sosegado, este es un Borges que alardea y pontifica, sobre todo en los ensayos de Inquisiciones y El tamaño de mi esperanza. Inquisiciones es una serie de ensayos sobre distintos autores o sobre la literatura que son, básicamente, una reflexión sobre el lenguaje y sobre la tradición, aunque también hay lugar para otros tópicos típicamente borgeanos (el tiempo, la ciudad, la muerte, el buen morir). Respecto del lenguaje, hay, por ejemplo, una reflexión sobre el origen de la metáfora (“la indigencia del idioma” - p. 97). Y sobre la tradición se prefigura la universalidad del Borges de “El escritor argentino y la tradición”: dice que “Europa nos ha dado sus clásicos, que asimismo son de nosotros.” (p. 70) y cita a Browne diciendo que “Todos los sitios, todos los ambientes, me ofrecen una patria”. (p. 79)
El desparpajo con el que comenta sobre cualquier escritor es digno de su corta edad y, seguramente, de su deseo de hacerse un lugar en el mundo literario. Dice del Ulises de Joyce, confesando “no haber desbrozado las setecientas páginas que lo integran” (p. 71), que el autor “ejerce dignamente esa costumbre de osadía” (p. 71), aunque pueda aburrir: “despliega la única jornada de su héroe sobre muchas jornadas de lector. (No he dicho muchas siestas.)” (p. 72) Con Ascasubi es un poco más directo: dice que en París terminó de ultimar su obra “en ambos sentidos del verbo” (p. 89) y se pregunta “¿Qué diferencia va de la labor de Ascasubi a la de sus continuadores? La que de la imbelleza va a la belleza.” (p. 91) El alarde se extiende del contenido a la forma, desplegando un idioma que por momentos puede resultar antiguo y demasiado florido, alejado al que recuerdo más clínico de los años posteriores. Como ejemplo citaría a la oración con que empieza “Después de las imágenes”, salvo que es demasiado larga; o a esta: “Este concepto abarcador que no desdeña recorrer muchas veces los caminos triviales y que permite la hermanía de la visión de todos y el hallazgo novelero, alcanza innumerable atestación en la segura dualidad de la vida.” (p. 144)
El nivel del desparpajo y el alarde roza la soberbia si no tuviera un poco de ironía y de humor sobre sí mismo: dice ya en El tamaño de mi esperanza: “mientras yo viva, no me faltará quien me alabe” (p. 192). Allí sigue la reflexión sobre el idioma y sobre la argentinidad, lo criollo (“hay espíritu criollo (...) nuestra raza puede añadirle al mundo una alegría y un descreimiento especiales. Ésa es mi criollez. Lo demás - el gauchismo, el quichuismo, el juanmanuelismo - es cosa de maniáticos”, p. 223) y Buenos Aires (que “más que una ciudá, es un país y hay que encontrarle la poesía y la mística y la pintura y la religión y la metafísica que con su grandeza se avienen.”, p. 185), sobre la tradición y las modas artísticas.
Pero lo central es el lenguaje: “Lo que persigo es despertarle a cada escritor la conciencia de que el idioma apenas si está bosquejado y de que es gloria y deber suyo (nuestro y de todos) el multiplicarlo y variarlo.” (p. 202) “Todo sustantivo es una abreviatura. En lugar de contar frío, filoso, hiriente, inquebrantable, brillador, puntiagudo, enunciamos puñal; en sustitución de alejamiento de sol y profesión de sombra, decimos atardecer.” (p. 204) También hay tiempo para pensar los adjetivos y las metáforas, para discutir sobre la rima y para seguir criticando a Ascasubi (habla de su “bostezabilidá”, p. 210) y a Lugones (menciona no solo su “forasteridá”, p. 211, sino que dice también de él que “ninguna tarea intelectual le es extraña, salvo la de inventar”, p. 235).
Mi sensación, hasta acá, es que este primer Borges es una bestia y un monstruo: no podés creer lo que hace con las palabras y lo que ya era como escritor a los 25 o 26 años, y tampoco el desparpajo de poder decir lo que quisiera de cualquier cosa o escritor. Quizás dentro de dos años, cuando sepa un poco de Borges, podré decir algo distinto.

martes, 8 de octubre de 2019

Un libro curioso



Hace unas semanas, coincidí en una comida con Martín Hadis, autor de Siete guerreros nortumbrios. Enigmas y secretos en la lápida de Jorge Luis Borges. Primero hablamos de su libro y de mi novela y luego hicimos lugar a la antigua práctica del trueque: yo me llevé un ejemplar de ese libro curioso, y él se llevó un ejemplar de Flanders.
Siete Guerreros... es un libro muy curioso; es un libro sobre una lápida pero, por supuesto, es mucho más. El principal argumento de Hadis es que “la lápida de Borges en Ginebra es un objeto literario” (p. 25); es decir, un objeto que se puede leer, que se inscribe en una lectura de la tradición o las tradiciones del autor; que es pasible de interpretación y, más aún, que debe ser interpretado. La “lápida honra y prosigue ese hábito borgiano de presentar lo íntimo y personal a través de alusiones y citas” pero al mismo tiempo, “como ocurre con sus cuentos y poemas, el descifrarla no representa una imposibilidad.” (p. 182-183)
Hadis presenta un argumento muy sólido según el cual la lápida une “varios de los núcleos de la obra de Borges: su predilección por la épica, sus lecturas de antiguos textos sajones y escandinavos, la inspiración que recibía de su propia genealogía, sus encuentros y desencuentros con la fe cristiana, la divergencia de sus dos linajes - criollo e inglés -, y la forma en que éstos, al final de su vida, llegaron a fusionarse.” (p. 14) A partir del estudio de la lápida, Hadis nos lleva a la relación de Borges (y de su obra) con el inglés antiguo, con el escandinavo antiguo y son sus literaturas cruzadas por la épica. Nos lleva, además, a la lucha dentro de Borges entre sus dos linajes: unos ancestros anglosajones ligados con las letras y otros criollos con las armas y su relación con el cristianismo. Finalmente, la lápida enlaza lo escandinavo con su visión sobre el amor y sobre su relación con María Kodama.
En la comida, Hadis me comentó algo que dice también en el prólogo: que este libro “puede servir como una introducción gradual a su universo literario.” (p. 14) En mi caso, ese encuentro y este libro inteligente y divertido, que enlaza con sencillez lo complejo, me dio el empujoncito que necesitaba para, finalmente, emprender una lectura un poco más seria del principal exponente de nuestra tradición.

lunes, 30 de septiembre de 2019

Un día en la iglesia



Leí Go Tell It on the Mountain, de James Baldwin, un clásico de la literatura afro-americana publicado en 1953. Como Invisible Man, de Ralph Ellison, publicada un año antes, Go Tell It on the Mountain me pareció más interesante que divertida, y más interesante por los temas que por la forma.
La novela cuenta la historia de John Grimes, un chico negro de Harlem en la década de 1930 de quien se decía: “Ese sí que es pobre chiquito” (p. 220) John es un pobre chiquito porque es negro (“Todo los negros fueron condenados, la voz irónica le recordaba” - p. 200), porque tiene un cuerpo poco agraciado, porque (se sugiere) le gustan los chicos y, sobre todo, por su situación familiar: nació como un hijo bastardo, su padre se suicidó, y su madre se casó con un predicador que resultó un padrastro difícil y duro.
Estructurada a partir de un día específico en el que hay un servicio religioso en el que John se bautiza al estilo del Pentecostalismo, la novela va hacia atrás en el tiempo contando las vidas de su madre, padre y padrastro. Así, cuenta del segundo gran movimiento de los afro-americanos; el primero, esclavizados, desde África hacia América; el segundo, el exilio más o menos libre desde el Sur hasta el Norte: “Al final de cuentas, no había tanta diferencia entre el mundo del Norte y el del Sur del que ella había escapado; solo había esta diferencia: el Norte prometía más. Y esta similitud: lo que prometía no lo daba, y lo que daba con una mano, lentamente y a regañadientes, lo quitaba con la otra.” (p. 164)
Y cuenta, sobre todo, y a partir de la vida de este pobre chico, la influencia de la religión en esta comunidad, por un lado opresiva desde lo personal y por el otro generadora, justamente, de comunidad. Esta ambivalencia se ve en el propio John, que en un momento le dice a su hermanita bebé “Bueno, escuchá a tu hermano mayor que te va a decir algo, bebé. Apenas vos puedas pararte en tus propios pies, te vas corriendo de esta casa, corré bien lejos.” (p. 38) “¿Por qué lloraba su madre? ¿Por qué fruncía el ceño su padre? ¿Si el poder de Dios era tan grande, por qué tenían vidas tan afligidas?” (p. 143) Por un lado quiere bautizarse, seguir la religión del padrastro y seguir su destino de predicador como él, y “Sin embargo, temblando, sabía que esto no era lo que quería. No quería amar a su padre; quería odiarlo, abrigar ese odio, y darle algún día palabras a ese odio.” (p. 146) 
Eso es, al fin de cuentas, lo que hace esta novela, que es de fuerte contenido autobiográfico: le da palabras al odio por el padre. Y lo hace, por momentos, adquiriendo la poesía de un predicador sureño, con música, con metáforas que caen de las colinas, “y las voces surgieron de nuevo, y la música fluyó de nuevo, como el fuego, o la inundación, o el juicio” (p. 8), y por otros momentos, simplemente, cansando un poco.

Originales de las citas usadas
“That sure is a sorry little boy.” (p. 220)
“All niggers had been cursed, the ironic voice reminded him” (p. 200)
“There was not, after all, a great difference between the world of the North and that of the South which she had fled; there was only this difference: the North promised more. And this similarity: what it promised it did not give, and what it gave, at length and grudgingly with one hand, it took back with the other.” (p. 164)
“John laughed at her so ancient-seeming distress—he was very fond of his baby sister—and whispered in her ear as he started back to the living-room: “Now, you let your big brother tell you something, baby. Just as soon as you’s able to stand on your feet, you run away from this house, run far away.” (p. 38)
“Why did his mother weep? Why did his father frown? If God’s power was so great, why were their lives so troubled?” (p. 143)
“Yet, trembling, he knew that this was not what he wanted. He did not want to love his father; he wanted to hate him, to cherish that hatred, and give his hatred words one day.” (p. 144)
“and the voices rose again, and the music swept on again, like fire, or flood, or judgment.” (p. 8)

Otras citas
“Looking at his face, it sometimes came to her that all women had been cursed from the cradle; all, in one fashion or another, being given the same cruel destiny, born to suffer the weight of men.” (p. 78)
“He had sinned. In spite of the saints, his mother and his father, the warnings he had heard from his earliest beginnings, he had sinned with his hands a sin that was hard to forgive. In the school lavatory, alone, thinking of the boys, older, bigger, braver, who made bets with each other as to whose urine could arch higher, he had watched in himself a transformation of which he would never dare to speak.” (p. 11) 

lunes, 16 de septiembre de 2019

Lengua



Leí Mona, de Pola Oloixarac, una novela que es una sátira sobre la literatura y una reflexión sobre la lengua. Mona es una escritora peruana “con una novela debut y una obra maestra inconclusa atrapada en su computadora.” (p. 13) Mona trabaja en una universidad americana de élite y un día se despierta golpeada, magullada e intoxicada en la estación del Caltrain de Palo Alto. Después de bañarse, recuerda que debe viajar a Suecia a un festival literario, donde se dirimirá el ganador de un premio literario al que ha sido nominada. La trama se sustenta un poco en esa pregunta, la de quién ganará, y otro poco en develar qué le pasó a Mona antes de viajar a Suecia, mientras se va narrando la estadía de Mona, casi siempre con algún tipo de intoxicación, en ese festival literario.
La descripción satírica del mundo académico norteamericano (como “latina sobreeducada (...) Tenía el glamour de ser un animalito en extinción” - p. 14) y del mundo literario, entre las grandes teorías y las pequeñas miserias, divierte. Ser escritor es, por momentos, crear mundos, y por otros “es como ser un profesor o un abogado. Venir a un congreso de escritores es como ir a un congreso de dentistas.” (p. 51) Una profesión como cualquier otra. Detrás de esa sátira hay una reflexión sobre el lenguaje y sobre la identidad asentada en la lengua. “Eran las armas de la world lit, el modo en que cada uno se apropiaba de su localismo y desde esa atalaya jugaba a su porción del universal literario.” (p. 118)
 “Un lenguaje es siempre inventar el mundo desde cero, aun si solo se trata de un padre y su hijo.” (p. 45) Y cada escritor es un personaje creado por ese escritor. Los personajes se hacen con la lengua, y se hacen individualmente; cada uno de estos escritores se hace a sí mismo como quiere, con el lenguaje que quiere. Tenemos a Lena, nacida en Burdeos, quien “ya había formado su carácter y su acento castellano” (p. 75); está Abdullah, el iraní que aprendió a escribir en danés; Gemma, “la joven escritora alemana” con “una infancia de judía rusa en Azerbaiyán”. (p. 90) Y hasta, fuera de la novela, en la tapa del libro, está Pola, la argentina que escribe en peruano. La lengua juega también un papel metafórico (“apenas entraban los lengüetazos de la noche blanca interminable”. - p. 139) y sexual, en una novela donde la sexualidad está siempre presente: hay una descripción de casi tres páginas de un cunnilingus en el que juegan lengua, sexo y lenguaje, incluso poesía.
Finalmente, hay algo más íntimo y a la vez genérico y político en relación con la sexualidad, que viene mezclada con la violencia y el miedo: “se excitaba en presencia del temor” (p. 83). Mona está siempre consciente de su sexualidad aún cuando busca, no siempre con claridad - “Estaba claramente colocada, el cerebro anestesiado relamiéndose como un gato en su salón mental.” (p. 122) - la respuesta a la pregunta antes de que lo sobrenatural termine con la literatura.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Pensar el mundo desde Argentina



¿Cómo se explica que Trump haya llegado a la presidencia norteamericana? ¿Por qué decidieron los británicos salir de la Unión Europea? ¿Qué explica el surgimiento de líderes como Salvini y Modi y las dificultades de otros como Macron y Merkel? En La rebelión de las naciones. Crisis del liberalismo y auge del conservadurismo popular, mi amigo Francisco de Santibañes le da una respuesta coherente a algunas de las principales preguntas políticas de nuestro tiempo, piensa las consecuencias para el sistema internacional y reflexiona sobre el caso argentino, en un libro que hace algo inusual: pensar el mundo desde la Argentina.
En pocas palabras, “las transformaciones que estamos observando son el producto de un movimiento global al que denomino conservadurismo popular”. (p. 17) El corazón del libro, desarrollado en sus primeras dos partes, es la conceptualización de este movimiento que engloba a Trump, los brexiteers y líderes como Bolsonaro, Erdogan, Orban y hasta Modi. Según de Santibañes, después de la Segunda Guerra mundial, ante la amenaza de la Unión Soviética y del comunismo, se desarrolló una alianza entre dos bloques hasta entonces en disputa, el liberalismo y el conservadurismo. Terminada la Guerra Fría y caído el enemigo en común, se cayó dicha alianza y “el liberalismo pudo ‘liberarse’ de las limitaciones que le imponía el pensamiento conservador” y acercarse al progresismo. (p. 58) Se trata de una combinación de “una agenda liberal en lo económico con un progresismo cultural”: capitalismo, globalización, proyectos supranacionales como la Unión Europea, menos límites a la inmigración, menos lugar para los valores tradicionales y las religiones, agenda de género y política identitaria, etc.
Es frente a esta agenda de las elites liberales-progresistas que surge el conservadurismo popular, o la rebelión de las naciones. Los conservadurismos populares son movimientos que rechazan a las elites liberales y al cosmopolitismo, que promueven el “retorno al nacionalismo, a la religión y a las tradiciones” (p. 18), más comunitaristas que individualistas, son democráticos pero no liberales y son capitalistas que aceptan límites al capitalismo y a la globalización. Logran obtener apoyo de sectores tradicionalmente de la derecha, pero también de sectores de izquierda que ven que las elites liberales no responden a sus intereses en cuestiones clave como la inmigración. En definitiva, el conservadurismo popular es una respuesta a las elites liberales que se separaron de sus pueblos y frente a un malestar social de raíces económicas y sociales: la globalización y la automatización perjudican a los sectores más bajos de los países centrales y la decadencia de instituciones tradicionales como la familia y la religión dejó desprotegidos a individuos aislados.
En la tercera parte del libro, de Santibañes vuelve a su primer amor, que son las relaciones internacionales. ¿Qué significa esta nueva realidad, que se da junto con “el traspaso de poder económico y militar desde Occidente hacia Oriente” (p. 157) para el sistema internacional? Desde las ideas, fortalece al realismo frente al liberalismo. En “un mundo bipolar en donde el surgimiento de China como potencia pone en peligro la hegemonía estadounidense” (p. 179), la política exterior de Trump adquiere sentido desde una perspectiva realista: intenta mantener la hegemonía en su hemisferio e impedir que China haga lo propio en el suyo. Y lo mismo hace China, de modo que “hasta ahora tanto China como Estados Unidos se están comportando de la manera en que el realismo predice que deberían hacerlo.” (p. 186) En definitiva, se ve una declinación de los proyectos supranacionales y del poder de las instituciones multilaterales, es previsible cierto proteccionismo, se dificulta la cooperación internacional (dificultando a su vez la solución en temas clave como el cambio climático) y se hace probable una nueva “guerra fría” que puede llegar a reducir la incertidumbre y la conflictividad pero con riesgos de una “competencia estratégica” entre los dos polos. (p. 205)
La cuarta “parte del libro es la más personal de todas” (p. 211), y es “Una advertencia desde Buenos Aires” a los conservadores populares respecto de la inconveniencia de desechar a las elites. Volviendo a un libro anterior (La Argentina y el mundo. Claves para una integración exitosa), de Santibañes esboza una teoría de la decadencia argentina centrada en la falta de una elite gobernante (política, intelectual y empresarial), lo que llevó a “la incapacidad del país para mantener a lo largo del tiempo una clara estrategia de inserción internacional” (p. 228) y de políticas de largo plazo. En ese sentido, advierte al conservadurismo popular que eliminar las elites puede ser contraproducente, y concluye que “el desafío de nuestro tiempo consiste en forjar elites capaces de defender una visión estratégica sin alejarse, en el proceso, de los valores de sus pueblos.” (p. 253)

lunes, 2 de septiembre de 2019

Inminencia del mal



Leí Distancia de rescate, de Samanta Schweblin, y me pasó algo parecido a lo que me pasó con sucolección de cuentos, El núcleo del disturbio. Con ese libro pensé no es el tipo de literatura que más me interpela, no me vuelve loco, incluso diría que no me gusta, pero está bien. Con Distancia de rescate la sensación fue más clara respecto de lo que está bien. Nuevamente, no me vuelve loco, pero me parece un libro excelentemente logrado, con un tono y un clima que llevan al lector a la angustia, y eso es notable.
La novela se construye enteramente con diálogos en los que se reconstruye algo que pasó y algo que está ocurriendo entre dos madres (Amanda y Carla) y dos hijos (Nina y David) en algún pueblo rural. Pasaron y están pasando cosas dramáticas, sabemos desde el principio que hay peligro, que “tarde o temprano sucederá algo terrible.” (p. 89) Y pensamos desde el primer momento que, aunque está permanentemente en guardia para evitar ese peligro, Amanda no lo logrará: “Lo llamo ‘distancia de rescate’. Así llamo a esa distancia variable que me separa de mi hija y me paso la mitad del día calculándola, aunque siempre arriesgo más de lo que debería.” (p. 22)
Lo que ocurre no es del todo claro. La distancia y el tiempo se confunden y no es claro si el peligro es natural, si es agua viciada, o sobrenatural. Y hay algo realmente angustiante en esta sensación de impotencia, de una fatalidad inminente, a lo que se le suma esa confusión. Los diálogos van y vienen, cambian los oradores y las referencias temporales, todo está dicho en presente y todo es confuso a pesar de un lenguaje muy preciso y económico. “Estoy confundida, confundo los tiempos” (p. 77), dice Amanda, tratando de reconstruir lo que la llevó a un destino que parece imposible de torcer, más allá de la posibilidad de rescate.

lunes, 26 de agosto de 2019

Una historia de amor



“¿Preferirías amar más y sufrir más, o amar menos y sufrir menos? Esa es, creo yo, al final de cuentas, la única pregunta que importa.” (p. 3) Así, directo, comienza Julian Barnes The Only Story, una novela sobre el amor y la memoria basada en la desgarradora historia de Susan y Paul.
Es una novela sobre el amor y la memoria, y sobre la narración. En la primera página del libro, el narrador, que es siempre Paul aunque vaya cambiando y use primera, segunda y tercera persona, dice algo que después vemos que le dijo Susan; que “La mayoría de nosotros tiene solo una historia para contar. (...) sólo una importante, sólo una que al final de cuentas valga la pena contar.” (p. 3) La historia de Paul, la terrible historia de Paul, es que, a los 19, se enamoró de una mujer mucho mayor, y una mujer que sufrirá y lo hará sufrir.
Así, el libro toma un vuelco importante, desde un inicio lleno de humor y efervescencia juvenil a un nudo tan duro y triste que se me hizo difícil continuar, y un final angustiante de impotencia. Pero lo hace tan bien, con tanta belleza y tanta inteligencia que uno sigue adelante. El juego de las personas y los tiempos es genial. Toda la primera parte es en primera persona y en gran medida en presente. ¿Por qué? Porque “el primer amor siempre ocurre en la apabullante primera persona. ¿Cómo podría no ser así? Además, en el apabullante tiempo presente.” (p. 71) En la segunda sección, de pronto pasa a segunda persona, quizás porque es lo más arduo y el narrador quiera distanciarse. Al final, ya de vuelta, pasa a la tercera. Paul piensa que ya no va a tener sexo, porque “El sexo es de a dos. Dos personas, primera persona y segunda persona: vos y yo. Pero en estos días, la estridencia de la primera persona adentro suyo estaba silenciada. Era como si viera, y viviera, su vida en la tercera persona.” (p. 162)
La memoria está siempre presente. Ya de grande, Paul considera que una de sus últimas tareas en la vida es “recordarla correctamente (...) su último deber, para ambos, era recordarla y tenerla como ella había sido en la época en que recién se conocían.” (p. 163) Pero la memoria nunca es tan confiable: “A veces él se hacía una pregunta sobre la vida. ¿Cuáles son más verdaderos, los recuerdos felices o los infelices? Decidió, al final de cuentas, que la pregunta era imposible de responder.” (p. 161)
Tratando de recordar y tratando de darle sentido a los recuerdos, Paul se pregunta también por la naturaleza del amor. En un momento, ya de grande, lleva una libreta donde anota definiciones del amor que encuentra interesantes o iluminadoras. Luego, las va tachando en la medida en que ya no las encuentra certeras. Con un instrumento tan lábil como la memoria y un tema tan inabarcable como el amor, sólo queda la narración como mecanismo de acercamiento y de contención (la comprensión y la cura parecen inalcanzables): “Quizás el amor nunca podría ser capturado en una definición; sólo podría ser capturado en una historia.” (p. 206)

Otras lecturas mías de Barnes


Originales de las citas usadas
“Would you rather love the more, and suffer the more; or love the less, and suffer the less? That is, I think, finally, the only real question.” (p. 3)
“Most of us have only one story to tell. (...) only one that matters, only one finally worth telling.” (p. 3)
“first love always happens in the overwhelming first person. How can it not? Also, in the overwhelming present tense.” (p. 71)
“Sex involved two people. Two persons, first person and second person: you and I, you and me. But nowadays, the raucousness of the first person within him was stilled. It was as if he viewed, and lived, his life in the third person.” (p. 162)
“As he saw it, one of the last tasks of his life was to remember her correctly. (...) it was his final duty, to both of them, to remember and hold her as she had been when they were first together.” (p. 163)
“He sometimes asked himself a question about life. Which are the truer, the happy memories, or the unhappy ones? He decided, eventually, that the question was unanswerable.” (p. 161)
“Perhaps love could never be caught in a definition; it could only ever be captured in a story.” (p. 206)